Sofía 2013 Un aliento para la humanidad

>> jueves, 9 de abril de 2009

Estas son las primeras 100 cuartillas de la novela. Pronto publicaré las siguientes.

Die feuchten Dogmen blinder Lehren
Nur auf den Lippen sich vermehren
Nicht aus der Tiefe Dir geboren
So hast bei all den Kämpfen du noch nie verloren

Ein Hauch von Menschlichkeit - in dir
Ihn zu suchen bin ich hier - bei dir

Lacrimosa, Ein Hauch von Menschlichkeit


El Nacimiento


Turquía, verano de 1985

Una fina mujer de mediana estatura tarareaba una canción recordada del jardín de niños mientras conducía un Jeep a buena velocidad por la carretera del desfiladero de la costa Egea. Unos cuantos kilómetros después de haber dejado atrás la ciudad de Kusadasi, a su derecha, perfectamente distinguible por las condiciones atmosféricas del espléndido día se veía la isla de Samos.

"¿Qué curioso es este mundo tan pequeño?," pensó interrumpiendo el tarareo y arrugando ligeramente su amplia frente, como siempre que se sumía en sus pensamientos. "Tan cerca que está esa isla y pertenece a otro país que ni siquiera se distingue desde esta costa. Sus pobladores hablan otro idioma, tienen otras costumbres, otras vidas y están a unos cuantos kilómetros de esta costa donde hablan turco, piensan en turco, viven en turco…"

La mujer soltó una carcajada: "Lo turco verdaderamente está en chino"

A pesar de que ya llevaba casi un año en el país seguía sin poder adaptarse a sus costumbres. Los hombres sentados en los café chacoteando sobre cualquier cosa e interrumpiendo bruscamente sus conversaciones cuando ella pasaba le seguían desagradando.

"En casa los piropos por lo menos te hacen sonreír, con estos condenados turcos no sabes ni que pasa por sus mentes con tanto silencio que generan al paso ya no de mi… sino de cualquier mujer que no vaya tapada hasta las narices."

Inés Alcocer se había titulado en arqueología en la Universidad de la capital y su estancia en Turquía era su primer proyecto de excavación. Cuando conoció la noticia de que había sido elegida, en realidad se había sentido muy orgullosa, quizá miles de aspirantes a la plaza que en realidad era una beca auspiciada por la UNESCO y media docena de instituciones más. Se había preparado intensamente en los pocos meses que habían pasado entre su Examen Profesional y su partida a Medio Oriente. Si, señor, había sido un premio. Un premio a su destacada inteligencia, un premio a su habilidad y quizá, un poco de suerte.

"Pero la inteligencia se la heredé a mi padre," continuó el tren de pensamiento de la mujer, "y el talento también. Finalmente me la pasé toda mi infancia entre las ruinas"

Sonrió nuevamente al recordar las horas pasadas en los campamentos de trabajo de su padre. Lo visualizó como siempre que lo hacía: con el pie sobre una escultura de la diosa, su diosa, que había desenterrado y que le había valido renombre mundial. En la foto parecía uno de esos héroes de la antigüedad que muestran su triunfo pisando a sus vencidos. Una imagen verdaderamente sacrílega.

"Tengo que hablarle a mamá, hoy mismo," se dijo. "Ha de estar preocupada la viejita. Hace por lo menos dos semanas que no hablo con ella y ha de estar desesperada de saber de mi."

Inés se detuvo brevemente y se sombreó los ojos con las manos para poder distinguir mejor la isla que emergía como una gigantesca nube verde entre las calmadas aguas del mar.

Se bajó del Jeep, sacó su cámara fotográfica de la mochila y perpetúo la imagen en el rollo. Siempre le había gustado esta vista pero nunca la había fotografiado. Era la mejor de toda la costa turca. O por lo menos la mejor de la pequeña parte de la costa que solía recorrer cuando se encontraba con el maestro.

Luego contempló el Mycale, uno de los tantos cerros que se elevaban medio millar de metros desde la costa que parecían emerger directamente del mar propiciando así la existencia de cientos de promontorios como el Trogilio. Su prodigiosa memoria le hizo recordar que en ese lugar había tenido lugar una importante batalla que terminó con el intento de los persas de apoderarse de Grecia. La batalla había sido encabezada por el general espartano Leotiquides quien comandaba una flota de 110 barcos, o por lo menos eso era lo que afirmaba Herodoto. Inés recordaba vivamente las palabras que el historiador griego había puesto en boca del general:

"Hombres de Jonia - vosotros que podéis oírme - escuchad lo que digo; porque los persas no entenderán ninguna palabra que yo pronuncie. Cuando nos enfrentemos a ellos en batalla, antes que nada, recordad la Libertad - y luego, recoged nuestro testigo. Si hay alguien que no me oiga, que los que sí que me hayan oído den la noticia a los demás."

Pero eso había sido hace un milenio y medio y ahora le preocupaba más llegar a la cita con el maestro.


Había encontrado al maestro por una de esas casualidades casuales a los pocos días de haber llegado a los trabajos de restauración de Efeso. Un par de colegas, un inglés y una francesa perdidamente enamorados el uno del otro, y que ahora ya no estaban en el proyecto de excavación la habían llevado a descubrir una pequeña playa aislada a unos tres cuartos de hora de camino de Selçuk, la ciudad a la que administrativamente pertenecía Efeso y donde los arqueólogos tenían sus alojamientos y sin los hoteles que aparecían como hongos por toda la costa y fue entonces cuando descubrió la cueva a la mitad de la colina del Mycale. La visión de la cueva le había despertado su sentido de aventura que en aquellos días seguía a plenitud ya que no se había encontrado ni con demasiados turcos, ni le había hecho mella la rutina de su trabajo que en el fondo era aburrido y consistía tan solo en ser sumamente escrupulosa con la colección de pequeños pinceles de diferentes grados de dureza que permitían remover los milenios de capas de polvo y arena de cualquier piedra que encontraran los trabajadores locales que empleaban sus espadas de forma poco respetuosa e interesados solamente en decidir en que café y con que amigos se iban a gastar sus salarios.

En todo el año tan solo dos de esas piedras habían revelado algo y ese algo ni siquiera era importante o trascendente. Simples adornos de alguna fachada que terminaban apilados junto con miles más en las bodegas de la zona arqueológica esperando que en el futuro se tuvieran las herramientas necesarias para clasificarlas y el tiempo y los fondos para hacerlo.

Con toda su historia, Efeso no era ni por mucho lo que Inés se había imaginado. Efeso para ella seguía siendo equivalente a Artemisa, el lugar de nacimiento de la diosa y el asentamiento del Templo en su honor que figuraba en las listas de las 7 maravillas de la antigüedad. En la actualidad, del renombrado templo solo quedaban unos cuantos restos que dificultaban imaginar su magnificencia de antaño. Lo único en referencia a Artemisa que valía la pena en Efeso era una hermosa estatuilla de la diosa arquetípica de lo femenino como lo demostraba el hecho que tenía 28 senos, uno por cada día del mes lunar, y su falda y tocado cubiertos de animales grabados en relieve.

Cuando llena de excitación había corrido hacia la cueva hace lo que ahora le parecía una eternidad, en el momento justo que querer cruzar el umbral, el maestro había emergido de este.

"¿Buscas algo?," le preguntó el anciano en un perfecto español, que Inés en un primer instante no había comprendido habituada ya, a no escuchar su idioma natal.

"¿Cómo sabe que hablo español?," respondió Inés con una pregunta.

"Se muchas cosas y entre ellas que hoy iba a conocer a una chica llena de inquietud y curiosidad. Pero no me contestaste la pregunta que te he hecho."

"Bueno, soy arqueóloga, y siempre ando buscando algo. Ahora, que he visto la cueva, tan cercana al bosque de olivos donde según la leyenda nació Artemisa, que querido ver si puedo encontrar algo de ella."

"Si eres paciente, te puedo enseñar muchas cosas, no solamente sobre Artemisa, sino sobre todo, acerca de la Artemisa que tienes dentro. Pero eso no lo encontrarás en la cueva. Si quieres puedes cerciorarte por ti misma."

El anciano de larga barba blanca, vestido con una larga túnica blanca, agarró a Inés del brazo y la introdujo en la cueva. Llena de sorpresa Inés constató que se trataba de la vivienda del maestro.

La cueva vivienda estaba dividida en tres secciones claramente delimitadas por antiguos biombos finamente tallados. En el fondo de la parte central, a la que se accedía directamente desde la entrada, había un hermoso altar lleno de pequeñas imágenes de santos, santas, dioses, diosas y algunas fotografías de hombres y mujeres actuales que el maestro consideraba como inspiradores de la humanidad. Frente al altar se encontraban dos braseros y sobre el suelo estaba colocada una hermosa alfombra de manufactura afgana con los intricados diseños del arte musulmán. Entre la alfombra y la entrada estaba dispuesta una bandeja con jofaina que el maestro usaba para su ritual de lavado, imprescindible para todos los que habían recibido sus primeras enseñanzas religiosas del Islam.

El lado derecho de la cueva estaba acondicionado como comedor y cocina. Al fondo se encontraba una pequeña estufa de carbón que tenía un tiro artificiosamente escondido que daba hacia el exterior. A su lado se encontraban dos modestos mueblecillos desgastados por el tiempo rebosado por los implementos para cocinar, los frascos de especies y los alimentos que eran pocos pero selectos. El mobiliario era complementado por una robusta mesa que estaba hecha con la rodaja de un tronco de roble milenario de casi metro y medio de diámetro colocado sobre tres columnas antiguas que debía proceder de una de las innumerables ciudades de la antigua Grecia o la Asia Menor romana. A su alrededor había tres sillas que de tan viejas parecían romperse con tan solo sentarse en ellas.

El lado izquierdo de la cueva, finalmente estaba acondicionado como dormitorio. Contaba con una estrecha cama perfectamente tendida con ropas tan impecablemente blancas como las túnicas del maestro que se encontraban en un arcón que asimismo servía de buró y, para sorpresa de Inés, en el fondo incluso estaba instalado un baño con un retrete al estilo occidental, una tina y hasta un calentador de agua que operaba con leña. Para poder usar el baño, se aprovechaba un pequeño hilo de agua que brevemente salía de la roca para luego desaparecer en las profundidades del suelo hacia otra cueva y luego al mar como le había explicado el maestro.

En suma, la cueva gozaba de todas las comodidades que un hombre solo como el maestro pudiera necesitar.

"¿Es usted un ermitaño?," fue lo primero que había logrado preguntar, mas bien comentando, la asombrada Inés al ver el interior de la cueva.

"Supongo que así se me llamaría si fuera cristiano."

"¿Entonces es usted musulmán?," dedujo Inés, sonriendo por su capacidad de deducción.

"Si fuera un musulmán, probablemente sería un sufi. Pero no soy ni lo uno ni lo otro y ambas cosas a la vez. No soy ni más ni menos que todo el resto de los seres humanos que al buscar encuentran y al encontrar buscan."

"Ya se algo con toda certeza," dijo Inés, "es usted un hombre al que le encantan los acertijos."

"¿Acaso los acertijos no son el lenguaje de Dios?," respondió el maestro sonriendo, "aunque lo mismo lo podríamos afirmar de las matemáticas, de la geometría, o de la naturaleza misma."

"Creo que puedo aprender algo de usted," dijo Inés, "soy toda oídos y disposición."

"Te espero todos los días cuando hayas terminado tu trabajo. Comenzaremos mañana mismo. Y ahora ve a buscar a tus amigos que ya te están buscando. No quiero que descubran mi cueva, ni se acerquen demasiado."

Inés le había obedecido e inventado una historia donde describía a la cueva como un lugar totalmente inverosímil e infestado de murciélagos y se las había ingeniado para liberarse de sus amigos al día siguiente. En realidad no le había sorprendido mucho ver al maestro montado en el destartalado Jeep que habían puesto a su disposición.

"Es necesario que te muestre el mejor camino para llegar a mi cueva y también el lugar más apropiado para que aparques tu vehículo," le dijo el maestro en vez de saludo, "así que pon toda tu atención en el camino para que lo recuerdes."

El maestro la había dirigido primero por la carretera principal que Inés ya conocía del día anterior y luego le había indicado que se desviara por un verdadero laberinto de caminos secundarios y rurales. A pesar de tener un buen sentido de orientación, Inés se había perdido irremediablemente los primeros días cuando intentó repetir el camino señalado.

Finalmente habían llegado a la orilla de una pequeña robleda donde el maestro le indicó que aparcara el Jeep entre dos enormes robles.

Una vez en la cueva, el anciano puso una tetera en la hornilla y calentó agua para preparar un te de hierbabuena. Inés agradeció desde el fondo de su corazón que no estuviera tan excedido en azúcar como le gustaba al común de los turcos. La preparación de dicho té, a partir de ese momento fue el ritual de comienzo de todas sus lecciones.

"Lo primero que tendrás que aprender es a rezar."

"Confieso que rezar me aburre. Y mis inclinaciones religiosas van más en el sentido de mi padre que era un libre pensador que a mi madre que es una católica ferviente."

"Rezar te ha aburrido hasta ahora porque nadie te ha enseñado como hacerlo…"


Con esas sencillas palabras había comenzado todo un año de instrucción y con el tiempo Inés había adquirido la certeza de que sus encuentros con el maestro eran el verdadero motivo por el que el destino la había enviado a Turquía.

Durante el año había aprendido a darle vida no solo a Artemisa, sino a todos los dioses antiguos, griegos e hititas, romanos y mesopotámicos. Había aprendido del dios de los hebreos, de Jesús, de las tradiciones de las Marías, la de la Madre y la de la Magdalena. Había aprendido a oficiar los rituales sagrados musulmanes con el mismo afán que ataño había desarrollado en las excavaciones arqueológicas cuando de niña acompañaba a su padre.

Ahora, a casi un año de distancia sentía simultáneamente un pesar y una alegría en el corazón. El pesar le venía de estar consciente de que iba a ser la última vez que habría de recorrer ese camino. La alegría le venía de saber que después de una breve estancia en Paris en los cuarteles generales de la UNESCO, por fin iba estar volando de regreso a su amado país.

Al pensar en su regreso Inés nuevamente comenzó a canturrear la cancón infantil cuyo volumen e intensidad fue aumentando conforme se adentró en el laberinto de caminos que daban a la robleda donde tenía que aparcar el auto.

Inés estacionó el Jeep en el lugar acostumbrado y cruzó el robledal al ritmo de la canción que canturreaba. Cuando salió del bosquecillo súbitamente detuvo su canturreo. En la costa debajo de donde se debía encontrar la cueva del maestro había una actividad completamente inusual. Aprovechando unas rocas planas medio sumidas en el mar habían desembarcado dos naves anfibias del ejército turco mientras que en la playa misma se encontraban varios transportes militares llenos de hombrecillos vestidos de uniforme.


En esos momentos escuchó los gritos de órdenes y vio como los hombres se agrupaban rápidamente en filas.

"¿Estarán buscando al maestro?," se preguntó asustada. "Debo avisarle."

Agachada y escondiéndose detrás de los pocos arbustos que ofrecían un escondrijo, Inés tardó lo que le pareció una eternidad en avanzar a la cueva. Cuando por fin pudo ver la entrada, vio que el maestro estaba plácidamente sentado frente a ella meditando mientras que a unas cuantas decenas de metros de distancia ya se vislumbraba una de las filas de soldados. El que la encabezaba, todo aparentaba que se trataba de un oficial de rango medio, interpeló al maestro con gritos groseros y se le acercó acelerando el paso.

Inés, desesperada intuyó que algo terrible estaba a punto de suceder y comenzó a correr olvidando toda precaución.

El maestro se incorporó lentamente y enfrento al militar con una sonrisa que lo enfureció aun más. El oficial gritó algo a su tropa que unos instantes más tarde rodeó por completo al venerable anciano.

"No le hagan nada, es inocente…" gritó Inés impotente desde la distancia en que se encontraba sin darse cuenta que estaba usando el español, incomprensible para los turcos.

El oficial le dio una bofetada al maestro que lo tumbó pero no logró borrarle la sonrisa de los labios. Dos de los soldados se acercaron y le dieron unas fuertes patadas en el costado, justo en el momento en que Inés logró irrumpir en el círculo de los militares.

"No le hagan nada, es inocente…" gritó Inés nuevamente acordándose de usar el inglés en esta ocasión.

"Usted quien es para entrometerse," preguntó el oficial en un inglés tan perfecto como si de un estadounidense se tratara.

"No les digas nada," se esforzó en decirle el maestro usando el español. "Esto ya estaba previsto desde hace mucho tiempo y estoy preparado."

"¿Qué le dijo?" preguntó el oficial en su inglés perfecto.

"No lo sé," improvisó Inés, tratando de ganar tiempo y aliento, "no le he comprendido."

Inés se acercó al maestro y se agachó a su lado. Dos de los militares intentaron separarlos, pero el oficial los retuvo.

"Este hombre es un peligroso sujeto a quien nuestras autoridades han buscado desde hace muchos años."

"Pero es solo un anciano."

"Aun siendo anciano es peligroso, pero eso a usted no le importa," dijo el oficial.

"No intentes argumentar con ellos," le susurro el maestro, "ya te dije que estoy preparado."

Ahora el oficial tomó rudamente a Inés del brazo y seguido de dos de sus hombres la empujó hacia la cueva.

"Le he dicho que no se entrometa."

"Escuche, oficial, tengo un pasaporte diplomático y trabajo en la zona arqueológica de Efeso para la UNESCO. El señor es un adorable anciano que he vendido a visitar de vez en cuando. Le suplico que no le haga nada o el mundo sabrá de ello."

El oficial soltó una carcajada mientras empujaba a Inés dentro de la cueva. Dos soldados se encargaron de impedir que saliera.

Pasaron unos minutos que parecieron eternos mientras el oficial y su gente intentaban hablar con el maestro que seguía firme en no dirigirles palabra alguna.

De repente escuchó un disparo e Inés se esforzó por contener un grito de espanto.

Unos instantes más tarde el oficial entró en la cueva.

"Con que pasaporte diplomático y empleada por la UNESCO. ¿Sabe que nunca lo he hecho con una mujer que tiene un pasaporte así?," le dijo desabrochándose el pantalón, "¿Cómo lo hacen las diplomáticas internacionales?. ¿Prefieren desvestirse?"

El oficial alargó la mano intentando desgarrar el vestido de Inés, pero ella se escabulló al fondo de la cueva.

"No se preocupe. No le va a doler. Los turcos somos los mejores amantes del mundo."

"Pero no quiero tener nada que ver con usted."

"Me parece que en esta situación no tiene opción alguna," le contestó el oficial, "si coopera ahora conmigo le prometo que el resto de la tropa no la tocará… de lo contrario…"

Después de sopesar unos instantes la situación Inés reconoció que el individuo efectivamente tenía todo a su favor habiendo incluso matado a su maestro, por lo que decidió ceder a sus intenciones tratando de oponer la menor resistencia posible para que esa repugnante situación pasara lo más rápido posible.

Pidiendo perdón al maestro en silencio, se acostó en su cama y se subió el vestido solo lo necesario para que el oficial le pudiera bajar las bragas.

Luego cerró los ojos y canceló todas sus emociones y sentimientos tal y como el maestro le había enseñado, como preparándola para lo que ahora le estaba sucediendo.

Cuando volvió en sí, Inés se dio cuenta que el oficial había salido de la cueva. Se incorporó y con sigilo se asomó por la entrada. Los militares habían desaparecido por completo. Ni siquiera las naves anfibias estaban ya en la playa.

Por un momento Inés se preguntó si todo eso no era un mal sueño y se dio cuenta de lo contrario cuando a unos pasos de distancia vio tirado el cuerpo del maestro al lado de una roca. Por primera vez desde que lo conociera, su túnica no estaba impecablemente blanca. En varias partes se había manchado de sangre.

Con lágrimas en los ojos se acercó al venerado anciano, se hincó a su lado y lo incorporó de tal forma que su cabeza pudiera descansar en su regazo.

Al sentir el movimiento la poca vida que quedaba en el cuerpo del maestro luchó para dirigirle sus últimas palabras:

"Calma Inés. No derrames una sola lágrima por mí, ya es tiempo de que experimente la muerte. No todo lo malo es como parece. Quiero que recuerdes siempre esto: ¡Cuando los doce se reúnan en torno a la semilla que llevas en tu vientre, los años oscuros se transformarán en años de luz! Esa semilla será tres veces la vieja diosa y un aliento para la humanidad."


Orfandad


Ciudad de México, día del equinoccio de primavera, 2010

"Esto no puede ser" pensó, "no puedo estar naciendo del mar y al mismo tiempo percibirme ya adulta."

Su cuerpo iba saliendo del mar como por arte de magia, aunque esta afirmación no era del todo correcta porque no percibía nada debajo del agua. Su cuerpo se iba formando justamente en la superficie y sentía que el agua estaba involucrada pero al mismo tiempo tampoco no lo estaba.

Dirigiendo su mirada hacia la playa vio una barcaza en la que estaban varias mujeres ataviadas con largas túnicas blancas. Todas ellas llevaban coronas de flores en las sienes. La barcaza se estaba acercando a ella.

Ahora su cuerpo ya estaba a la mitad fuera del agua. Estaba completamente desnuda y recorrió su piel con las manos. Notó algo extraño en su vientre. Todo era normal, pero algo faltaba. No alcanzaba a determinar qué era lo que faltaba. Era algo que tenía siempre, algo evidente pero que en esta ocasión faltaba.

Intentó mirar hacia abajo. No lo pudo hacer. Estaba inmóvil. Los músculos de su cuello no respondían. Miraban fijamente hacia la costa y a la barcaza que seguía acercándose con cada vez más velocidad.

La inundó el pánico. Pensó que se iba a ahogar, pero apenas estaba naciendo. No entendía nada.

Quiso gritar pero su garganta no era capaz de emitir sonido alguno.

Notó que ahora sus piernas, hasta las rodillas también estaban ya fuera del agua. Sintió que algo que no podía ver la estaba sujetando por los hombros. Esa sensación de estar sujeta la calmó. Decidió esperar.

La barcaza ya estaba lo suficientemente cerca para que pudiera ver claramente las facciones de los rostros de las mujeres que iban a bordo. Todas mostraban una solemnidad inusual. Estaban completamente serenas.

Pensó que esas mujeres estaban contemplando algo milagroso, pero que al mismo tiempo estaban acostumbradas a ver el milagro. Era como si ya lo habían visto muchas veces antes.

De repente se dio cuenta que ese milagro que las mujeres de la barcaza estaban contemplando era ella misma. La idea la hizo ruborizarse al tomar conciencia que estaba totalmente desnuda. Se preguntó qué era lo que le faltaba y nuevamente se palpó el vientre. Estaba completamente liso.

Ahora sus pies también estaban fuera del agua y otra vez tuvo un connato de pánico.

Nadie puede estar parado sobre el agua sin hundirse, se dijo. Pero yo puedo hacerlo y apenas estoy naciendo.

Vio dos barcazas más detrás de la primera. En estas iban parejas mixtas de jóvenes que se tomaban de la mano. Algunas parejas, la mayoría estaban conformadas por un hombre y una mujer. Pero había unas pocas donde los dos integrantes eran mujeres y otras en las que los integrantes eran varones. Todos ellos eran espectaculares en su belleza. Eran los seres humanos más bellos que había visto jamás y todos ellos, al igual que ella estaban desnudos. Sus únicos atuendos eran coronas de flores.

Ya no se sintió incómoda por su desnudez pero siguió reflexionando sobre lo que le faltaba. Nuevamente intentó mirar hacia abajo y ahora si lo logró. Recorrió su cuerpo con la vista y al llegar a sus pies de repente el encanto se perdió. Cayó al agua y esta se cerró encima de ella irremediablemente. Luchó desesperadamente por no hundirse. Manoteo con ambos brazos para mantenerse a flote pero entre más los agitaba más sentía que se hundía. Inhaló agua. Trató de calmarse. Buscar en si misma que era lo que podría hacer. Se quedó quieta y sintió que unos fuertes brazos la jalaban hacia la superficie.


"Despierta, cumpleañera"

A Sofía le costó trabajo darse cuenta que intentaban despertarla.

Abrió los ojos y tardó unos instantes en registrar donde estaba.

"No debí haberme quedado dormida", se reprochó.

"Feliz cumpleaños, dormilona."

Sofía reconoció el rostro sonriente de su mejor amiga Azalea y, un paso detrás de ella a su también sonriente hermano gemelo Atabulo quien llevaba un ramo de rosas en las manos. Se desperezó y vio la cara sonriente pero al mismo tiempo triste de su abuela.

"¿Cuánto tiempo estuve dormida?", le preguntó a su abuela.

"Un buen rato, gracias a dios, que te hacía falta."

Se incorporó de un salto.

"Pero, ¿y los médicos?, no han salido para decirnos algo."

"Ya sabes que es demasiado temprano para eso todavía," le respondió pacientemente la abuela.

"Y nosotros que," la increpó sonrientemente Azalea, "buenos días, no nos levantamos a las 5 de la mañana para tomar el metro y estar aquí contigo para felicitarte por tu cumpleaños. Mi hermano no te trajo flores ni yo un pequeño regalo."

Diciendo esto le entregó un pequeño paquete que tenía el tamaño de los que se suelen usar para guardar joyas. Azalea tenía una debilidad por ellas y se gastaba todo su dinero en comprar cada vez más anillos, pulseras, aretes, dijes y gargantillas. Como no tenía mucho dinero sus joyas eran de fantasía pero desde pequeña había mostrado un ojo magnético para encontrar piezas bonitas y finamente elaboradas. Sofía no recordaba ningún cumpleaños en el que Azalea no le hubiera regalado alguna joyita. Sonrió y aceptó complacida el regalo.

"Sabemos que una sala de espera de terapia intensiva no es el mejor lugar para festejar un cumpleaños," intervino Atabulo por primera vez, "pero tampoco no es pretexto para pasarlo por alto."

"Gracias," rió Sofía mostrando la impecable blancura de sus dientes: "¡Amigos en las buenas y las malas!"

"Todos para uno y uno para todos", contestaron los gemelos al unísono levantando sus brazos en alto y chocando las manos.

"Todos para uno y uno para todos," contestó Sofía riendo y cerrando el ritual elevando también ella su brazo y chocando la mano con la de ellos.

"¿Cuánto hace que son los tres mosqueteros?," preguntó la abuela.

"Tú tienes la culpa. No nos debiste leer esa novela cuando teníamos tan solo 8 años," le contestó Sofía y elevando el brazo en su dirección, "Salve, doña mosquetera mayor."

"Si, si, hace mucho tiempo de eso," contestó la abuela, y extrayendo el monedero de su bolsa continuó: "Pero los mosqueteros también tienen que comer, así que tomen este dinero y vayan a la cafetería a desayunar algo."

"No me quiero mover de aquí," rechazó Sofía.

"A tu madre no le va a pasar nada grave si se ausentan un rato," le dijo la abuela calmándola, "yo aquí espero mientras tanto."

"Tu abuela tiene razón," argumentó Atabulo, "así como te conozco, no has comido nada desde hace por lo menos un día."

"Está bien, pero solo algo de la barra y nos lo comemos camino de regreso," cedió Sofía enganchándose entre los gemelos, "les agradezco que se hayan acordado de mi cumpleaños y tengo que contarles lo que acabo de soñar..."


Inés Alcocer trató de superar la molestia que le generaba el tubo de oxígeno que la tenía conectada a la vida. No era una mujer de edad avanzada y seguía teniendo esa belleza exquisita que la había caracterizado toda su vida haciéndola infinitamente más sencilla ya que le había sido fácil contar con el apoyo de cuanto varón se le ponía enfrente. Sin embargo, Inés nunca había tenido una relación amorosa con hombre alguno. Siempre había vivido para su hija Sofía y para su trabajo arqueológico. Dentro de su campo había logrado grandes descubrimientos pero su mayor tesoro, el libro que estaba escribiendo sobre lo que ella creía que habían sido las verdaderas formas de organización y la vida de nuestros ancestros tendría que ser escrito por otra persona. Inés sabía que se estaba muriendo. A pesar de ello no sentía miedo.

Con un gran esfuerzo giró la cabeza y se llevó la sorpresa de encontrar al personaje que había sido el más importante de su vida parado a lado de su cama. El maestro estaba allí tal y como lo recordaba cuando le había enseñado tantas cosas en las afueras de su cueva de Turquía.

"¿Ya es mi hora?," le preguntó al maestro mentalmente, sus labios no lograron pronunciar las palabras.

"Todavía tienes algunas horas," le comunicó la aparición, "todavía te queda una cosa por hacer y puedes seguir el resto de la eternidad a mi lado."

"¿Y qué es eso que tengo que hacer?," preguntó Inés sabiendo que la respuesta estaba emergiendo en ella desde lo más profundo de su entendimiento.

"¿Te acuerdas de las últimas palabras que te dije?"

"¡Cómo he de olvidarlas! Las memoricé y me las he recitado tan a menudo que las conozco más que a mi propia mente: ¡Cuando los doce se reúnan en torno a la semilla que llevas en tu vientre, los años oscuros se transformarán en años de luz! Esa semilla será un aliento para la humanidad. ¿Tienen que ver con Sofía, verdad?"

"Si tienen que ver con ella. Tu hija es un ser especial. "

"Mi hija… Es lo único que lamento tener que dejar. Es tan joven. Hoy está cumpliendo 26 años."

"En los tiempos antiguos tener 26 años era la mitad de la vida. Ella podrá cumplir con su tarea. Para eso fue enviada a la Tierra."

"Confío en que dices la verdad, como todo lo que me dijiste hace tantos años. Fue el año en el que obtuve más aprendizaje que en el resto de mi vida. Te lo agradezco de todo corazón."

"No tienes que agradecer nada. Yo solo fui un conducto para ti, al igual que tu lo has sido para tu hija. La gran tarea ya no nos corresponde vivirla."

"Pero podré observar lo que hará Sofía desde el otro lado del velo, ¿no es cierto?"

"Si, lo podrás hacer, tal y como yo lo he estado haciendo durante todos estos años. No te he dejado nunca."

"Confieso que muchas veces la he sentido, pero también que siempre pensé que era la nostalgia imaginativa que me hacía sentir eso."

"Eso también lo sé. Pero es importante que ahora hablemos sobre lo que todavía tienes que decir a tu hija. Tu y yo tenemos la eternidad para charlar, pero solo tienes poco tiempo para poder hacerlo con ella."


Sofía cumplió con lo que había dicho y regresó a la sala de espera literalmente con el último bocado en la boca escoltada por los gemelos.

La visión del trío era espléndida. Sofía era una mujer hermosa un poco más alta que el promedio. Aunque las horas y los días de espera en el hospital habían dejado sus huellas en su vestimenta, su rostro, aún sin maquillaje era digno de la portada de cualquier revista, solo que los fotógrafos de moda no lo habían descubierto todavía. Sus rasgos eran algo enigmáticos, producto quizá de la mezcla de razas que la había engendrado y sus ojos brillaban con una luz tan poderosa que pocas personas le podían resistir la mirada por más de unos instantes.

Medio paso detrás de ella, a su derecha, Azalea era una mujer completamente diferente. Sin que nadie pudiera afirmar que fuera realmente hermosa, irradiaba una fuerza de carácter que no permitía que pasara desapercibida. Su hermano gemelo Atabulo, que por cierto era unos minutos menor que su hermana y que esta no se cansaba de usar como argumento para obtener lo que quisiera, a pesar de su edad tenía todavía todos los rasgos de la adolescencia. Tenía exactamente la misma estatura que su hermana y un carácter bonachón que hacía parecer como si siempre estuviera un poco a la sombra de su hermana, cosa que se reflejaba, sobre todo en el hecho de que solía caminar siempre uno o dos pasos detrás de ella. Sin embargo era sumamente inteligente, al grado de haber cursado la carrera de economía en tan solo dos tercios del tiempo que los demás estudiantes necesitaban para ello y haber obtenido su título con los máximos honores.

"¿Alguna noticia?," le preguntó Sofía a su abuela, tragándose el último bocado de su desayuno.

"Nada todavía," respondió la increpada, "todavía no es la hora para que los doctores den su reporte."

"Estoy harta de tener que estar a la merced de esos señores de blanco. Mi madre podría estar muerta desde hace horas y no se dignarían a decírnoslo hasta que de la hora oficial del informe. Voy a entrar."

"No seas tan impaciente, muchacha," intentó calmarla la abuela, "yo estoy igual de preocupada, pero también tengo confianza en que los doctores están haciendo su mejor esfuerzo para atender a tu madre."

Sin escucharla Sofía se dirigió hacia la puerta de acceso a la sala de terapia intensiva seguida de los gestos de impotencia de su abuela y los gemelos.

En el instante mismo en que intentaba abrir la puerta, esta se abrió para dar paso a una enfermera cerrando el paso a la muchacha.

"¿Parientes de la paciente Inés Alcocer?"

"Yo soy su hija…"

"La paciente pide hablar justamente con usted, acompáñeme por favor."

Los gemelos se quedaron parados estupefactos.

"¿Cómo le hace para salirse siempre con la suya?," le preguntó Atabulo a su hermana.

"Tiene un sexto sentido como todas nosotras las mujeres," asentó Azalea con seriedad.

"Si, pero en Sofía ese sexto sentido más bien parece un treceavo."

"No, solo es el sexto, te parece más espectacular, porque siempre has estado enamorado de ella, hermanito…"



Cuarteles militares de Van, Turquía, día del equinoccio de la primavera

"Su jeep está listo, general."

"En unos momentos estaré listo, soldado."

El general Kemal Güney estaba sentado en su escritorio terminando de escribir una carta. La releyó cuidadosamente, la dobló y metió cuidadosamente en un sobre sobre el que copió la dirección con sumo cuidado después de revisar varias veces el remitente de un sobre que tenía a un lado. Le llamó a su secretario y le entregó la carta con la recomendación de que la llevara personalmente a la oficina de correos.

Después se incorporó y vistió su saco. Antes de salir de la habitación la recorrió con la mirada como intentando grabarse todos los detalles. Había sido su habitación durante ya varios años y su carrera parecía estar estancada, confinado como estaba en ese pequeño pero importante cuartel que debía su existencia únicamente a las constantes fricciones que tenía el gobierno de Ankara con la minoría kurda del país. El general Güney sabía que ese día en especial iba a ser decisivo no solo para su carrera militar sino incluso para la historia misma de su patria. Si hoy lograba hacer lo que se proponía, iba a tener abiertas muchas puertas promisorias para su futuro y la responsabilidad por un lado le producía una enorme excitación, pero al mismo tiempo grandes temores por las enormes implicaciones.

Era justamente por eso que el general por fin se había decidido escribir esa carta que había aplazado por tanto tiempo. Hoy era uno de esos días donde el tiempo o se acaba o se abre por toda la eternidad. El general lo intuia y se enfrentaba a su encargo con sentimientos mixtos. Las órdenes del comando central eran claras y no dejaban duda alguna. El solo tenía la responsabilidad de ejecutarlas y contaba con una tropa bien adiestrada para lograrlo. Por fin salió.

En el patio del cuartel se encontró con una larga columna de vehículos de transporte de tropas y vehículos de combate ligeros. Para esta operación había decidido utilizar a todos los elementos que tenía bajo su mando.

Antes de apearse en el jeep que estaba a la cabeza de la columna consultó su reloj. Era un Rolex y lamentó brevemente no haberlo cambiado por uno menos fino. Algo que no quería era poner en peligro la colección de relojes que eran todo su orgullo. Estaban a tiempo, pero ir por otro reloj iba a demorarlo demasiado y había mucho en juego.

A una señal del general desde el asiento de copiloto del jeep, los vehículos de la columna comenzaron a rodar hacia la carretera.

El cuartel estaba ubicado unos kilómetros a las afueras de la ciudad en una colina elevada que permitía la observación de todo el valle. El general observó con satisfacción que en las otras tres carreteras que llevaban a Van había un movimiento inusual de personas dirigiéndose como él hacia la ciudad. Repasó mentalmente su estrategia y le indicó al conductor que aminorara la marcha. Iban adelantados. Nuevamente lamentó no haber regresado a cambiar el reloj.


Ciudad de México

Sofía entró silenciosamente en el cubículo de terapia intensiva donde se encontraba su madre y la contempló por unos instantes antes de acercarse a la cama. Lo que vió la hizo estremecerse. Percibió con claridad que a su madre no le quedaba mucho tiempo. No pudo impedir que unas lágrimas se le escurrieran de los ojos y le mojaran las mejillas. En ese momento Inés percibió su presencia y le indicó con un débil gesto de la mano que se acercara. Con el corazón compungido Sofía se acercó a la cama, tomó la mano de la enferma y se la besó suavemente. Inés, esbozando una esforzada sonrisa, con suavidad le quitó una lágrima de la mejilla. Madre e hija se quedaron en esa amorosa compenetración durante unos momentos, disfrutándose y disfrutando el amor que sentían la una por la otra.

Sofía se hubiera podido quedar así por horas enteras, pero la enfermera le había dicho que Inés quería hablar con ella así que decidió romper el encanto y con toda suavidad removió la mascarilla de oxígeno que tenía puesta su madre para que ella pudiera hablar cómodamente.

La sonrisa de Inés se intensificó y con un susurro le preguntó:

"¿Te acuerdas del maestro?"

"¿Del maestro con el que estuviste en Turquía?"

Inés asintió y continuó: "Estuvo aquí conmigo hace unos momentos."

"¿En serio?"

"Me dijo que pronto, quizá hoy todavía iba a poder regresar a su lado para continuar con las charlas que dejamos interrumpidas."

"Pero eso significa que ya no vas a poder tenerlas conmigo."

"También me dijo que me ha estado acompañando durante todo este tiempo y yo se que tiene razón, aunque quizá nunca pude aceptarlo. Así que si el pudo estar conmigo, yo también te podré seguir acompañando, aunque no de la misma forma como lo hemos hecho hasta ahora."

"¿Me lo prometes?"

Inés asintió con la cabeza.

Las dos mujeres se miraron intensamente por unos instantes como grabándose la promesa en lo más profundo de su ser.

"Desde el momento en que supe que estaba embarazada, he estado preparando algo para ti que quería entregarte algún día, cuando estuvieras mas grande. Te lo quise dar cuando cumpliste los 18 y no me atreví, lo aplacé para cuando cumplieras 21 y tampoco no pude hacerlo. Ahora ya no tengo tiempo para aplazarlo y la vida decidió por si sola cuando sería el momento."

"Está dentro de ese cofre turco que siempre andas cargando a todas partes y que siempre ves cuando sabes que no estoy cerca, ¿verdad?"

"Si, supongo que siempre lo supiste."

"Bueno, eso no fue difícil de adivinar, pero siempre logré controlar mi curiosidad y nunca intenté ver lo que había adentro."

"Eres una persona muy especial y te amo desde lo más profundo de mi ser."

"Yo también te amo."

"Escucha, la llave para que puedas abrir el cofre está dentro del dije de corazón que siempre llevo colgando. Me lo quitaron aquí, supongo que lo tendrá tu abuela."

"Está bien, mamá, pero ahora tienes que descansar."

Inés sonrió nuevamente y luchó contra las lágrimas.

"Quisiera hablar ahora unos momentos con tu abuela. ¿Podrías llamarla por favor?, y luego regresas conmigo. Quiero que estés a mi lado el resto de tiempo que me queda."

Sofía asintió y salió con lágrimas en los ojos.


Centro de Van, Turquía

Durante toda la noche y desde el amanecer columnas integradas por cientos de kurdos habían llegado a la ciudad para manifestarse y reclamar sus derechos de pueblo autónomo. El sufrimiento y los repetidos ataques de los gobiernos de los cuatro países entre los que se encontraba repartida la mayor parte del pueblo kurdo habían llegado a un punto donde la búsqueda de alguna alternativa era mejor que seguir aguantando y los líderes kurdos percibían que, si en alguna de las cuatro naciones iban a poder logar algo era en Turquía.

Pero el ejército turco, como había sucedido desde que el estado turco que reemplazó al Imperio Otomano, tenía la consigna de reprimir la manifestación fuera cual fuera el costo y el general que estaba a mando de la operación era Kemal Güney, un hombre convencido de que todo su futuro militar dependía del éxito de la operación.

Cuando la columna militar estuvo cerca de la ciudad se fraccionó en varias partes. La idea era rodear a los manifestantes concentrados en la plaza central de la ciudad por todas las calles de acceso. El general Güney esperó pacientemente a que los reportes de las demás columnas le informaran que habían llegado a su emplazamiento respectivo, para dar a su vez la orden de avanzar por la avenida principal de la ciudad con rumba a su centro.

La estrategia era simple pero no por eso menos efectiva. Los kurdos quedarían atrapados como ratones en una ratonera y estarían completamente a expensas de los militares.

La columna encabezada por el jeep del general comenzó a rodar lentamente hacia su emplazamiento final. Los kurdos, llenos de la esperanza y la algarabía que se daba en toda reunión de masas, bajo ninguna circunstancia deberían darse cuenta de lo que les esperaba antes de tiempo. Y justamente así sucedió.

Cuando llegaron a la bocacalle de la plaza, el jeep se desplazó a un lado dando paso a media docena de tanquetas, suficientes para cerrar herméticamente el paso hacia la avenida. El general complacido se dio cercioró que en las demás bocacalles estaba sucediendo lo mismo y solo los kurdos ubicados en la orilla de la concentración se habían dado cuenta de lo que estaba sucediendo. Tomó un altavoz de mano desde la parte trasera del jeep y mostrando buena agilidad física se trepó al techo de la tanqueta que estaba en el centro de la avenida.

"Atención, atención…," el general esperó unos momentos para que dentro de la masa de kurdos se hiciera el silencio y el pánico de ver que los cañones de las tanquetas les apuntaban directamente hiciera efecto. "atención, les habla el general Kemal Güney en nombre del gobierno turco. Tienen exactamente 5 minutos para dispersarse. Si no lo hacen daré la orden de abrir fuego."

La masa de kurdos, al verse rodeados por todos lados por las tanquetas del ejército, se quedó inmóvil. La corretiza del pánico, con la que contaba el general al diseñar su estrategia y que hubiera sido el pretexto perfecto para dar la orden de fuego, no se dio.

Durante largos minutos el general fue observando ostentativamente su reloj, tratando de decidir en su interior que hacer a continuación. Después de transcurridos los primeros tres minutos del plazo, volvió a tomar el altavoz.

"Les quedan dos minutos para dispersarse."

Los kurdos simplemente se miraron unos a otros sin poder decidir tampoco que hacer. La estrategia de la ratonera los había paralizado por completo. No se atrevían a mover un solo músculo. El silencio imperante era casi atroz.

"Un minuto"

Casi imperceptible desde el punto de vista del general, desde el centro de la masa alguien dio la orden de que todos se acostaran en el suelo. La orden susurrada tardó justo un minuto. Cuando el general dio la orden de fuego, no se había percatado completamente que no habría cuerpos sobre los que las balas de las tanquetas pudieran hacer estragos. La orden de fuego fue su última palabra. El disparo de una de las tanquetas que se encontraba justo del lado contario de la plaza, al no tener ningún cuerpo que lo detuviera, se le impacto en el vientre con tal fuerza que lo lanzó varios metros hacia atrás por el aire.

Su último pensamiento se dirigió hacia su hija que estaba en el lejano México y que nunca conocería. Eran unos minutos antes del mediodía. A la misma hora, en un hospital de la ciudad de México, Inés Alcocer, la madre de esa misma hija, dejaba de existir, aunque por una razón completamente diferente. Por uno de esos dictados extraños del destino, Sofía, sin estar consciente, se había quedado huérfana de madre y padre en el mismo instante.


El Aspirante

Era uno de esos días en los que Rodrigo Palacios había optado por huir temporalmente de su casa enclavada en la parte vieja de Polanco, una de las colonias más renombradas para tomar un café en el Sanborns de la esquina. Su mujer, Ana y su suegra doña Refugio nuevamente habían optado por sacar a relucir el tema del viejo bienestar que solía haber en casa antes de que muriera su padre y esposo respectivo. A Rodrigo eso le molestaba de sobremanera. El hacía su mejor esfuerzo como asesor económico de varias empresas y como actividad secundaria estaba trabajando en el establecimiento de un nuevo partido político que fuera una alternativa viable para el país ante el verdadero desastre que habían resultado ser los partidos establecidos.

Sentado en la mesa del restaurante y habiendo sacado el libro de economía que ahora estaba estudiando, la mesera le puso un café en la mesa con una sonrisa y le preguntó si deseaba algo más, sabiendo de antemano que la respuesta iba a ser negativa. Rodrigo pasaba varias horas al día en el restaurante leyendo y bebiendo solamente un café negro, sin crema ni azúcar. Solo de vez en vez, cuando la hora de su llegada coincidía con la de sus alimentos pedía unas enchiladas rojas. Era un hombre en extremo rutinario en sus hábitos externos, cosa que le permitía que en su mente entraran pocos elementos que pudieran sacarlo de sus reflexiones. Gran parte de su vida transcurría en su interior y Rodrigo realmente no necesitaba de mucho más en la vida, pero había llegado el momento de proyectar ese mundo de reflexiones hacia el mundo exterior, el mundo que se podía llamar "real".

La semilla había crecido lenta pero inexorablemente. El paso por la universidad, su participación en la huelga estudiantil del 87, especuló con participar activamente en diversos partidos políticos pero pronto quedó desencantado para la falta de propuestas que pusieran en primera fila los grandes temas de la vida social e individual más allá de las improntas dictadas por la ideologías y los intereses del sobrevivir político que dependía totalmente de la creación de mercados electorales coyunturalistas.

A lo largo del tiempo había conocido a mucha gente que pensaba de forma más o menos semejante, pero no podía o no quería actuar directamente por razonamientos semejantes. La "grilla" como la voz popular llama a la actividad política despectivamente, asustaba a la mayoría de la gente que no se veía participando en el interior de partidos en interminables discusiones, militando en alguna de las tribus de la izquierda o participando en los sistemas de compra-venta de intereses al estilo Fernández de Ceballos.

Un día, al evaluar la cantidad de gente que conocía y que no estaba de acuerdo con las propuestas políticas existentes, Rodrigo había redactado un pequeño panfleto, sin esperar nada concreto y había pedido al calce que si el lector estaba de acuerdo con sus ideas, llenara un formato provisional de adhesión y difundiera el escrito entre sus conocidos. La respuesta fue impresionante e inmediata. En unos cuantos meses los formatos de adhesión se fueron acumulando por centenares en su oficina y Rodrigo, se dio cuenta que contaba con las cien mil firmas de apoyo necesarias para la conformación y solicitar el registro de un nuevo partido político. Fiel a sus principios de no adherirse a ninguna línea ideológica, había bautizado el partido con un nombre sencillo pero poderoso: Ollin México.

De acuerdo a las antiguas fuentes del conocimiento prehispánico, la palabra náhuatl "ollin" significa movimiento, pero en el tonalpohualli, el antiguo calendario azteca, no solo es el movimiento, sino también la inquietud creadora que lleva a las personas al conocimiento.

De acuerdo a una interpretación, el día ollin en el calendario azteca es un día auspicioso para el principio activo y malo para el principio pasivo. Ollin es un día del corazón puro, lo que significa aquellos momentos en los que los seres humanos pueden percibir en lo que se están convirtiendo. Un día bueno para la transmutación que llega como un terremoto que deja en su despertar las ruinas de la racionalidad, el orden y lo preconcebido.

El glifo náhuatl del ollin se representaba como dos barras anguladas entrelazadas y Rodrigo había tomado ese símbolo como emblema del partido.

Aunque las ideas políticas de Rodrigo habían iniciado el movimiento de "México en movimiento", éste de ninguna manera quería imponer nada. Quería que su partido fuera una propuesta pragmática que reuniera lo mejor del pensamiento humano sin importar su corriente ideológica, política, cultural, social o religiosa.

Además, Rodrigo se había adueñado de todas las herramientas de la tecnología y había convocado a la primera asamblea nacional y constitutiva del partido en un espacio cibernético. En el evento habían participado más de cincuenta mil personas, tal y como lo había asentado el notario en el acta que daba fe del evento. En el blog que se había publicado en Internet, constantemente estaban enlazados más de mil personas discutiendo, proponiendo y adueñándose finalmente del partido. Eso era justamente lo que Rodrigo había querido y ya solo era cuestión de días para que el sueño se hiciera una realidad completa.

Rodrigo, evidentemente participaba activamente en todas estas discusiones, pero en ningún momento lo hacía como líder y fundador del partido. La hacía como uno más. Se había dado cuenta que la fuerza de la gente era enorme. Sus pensamientos y reflexiones eran impresionantemente creativos, una vez rotos los estigmas de la idiotización al que la sociedad los tenía sujetos. Solo era cuestión de dar un pequeño impulso y afloraba lo mejor. En los foros se participaba gente común y corriente cuya única herramienta era una computadora y la experiencia que les había dado la vida. Una vida que en estos momentos carecía de futuro, cuyo contenido fundamental era el sobrevivir, pero que estaba llena de impulso y esperanza. Ollin México estaba comenzando a mover al país.

"Pensé que te iba a encontrar aquí, jefe," le dijo sonriendo una hermosa mujer de unos 25 años que se había acercado a la mesa.

"A eso le llamo eficiencia," contestó Rodrigo riendo. Le hizo un gesto para que se sentara.

La mesera se acercó nuevamente y la recién llegada, que respondía al nombre de Isabel Martínez y fungía como secretaria de Rodrigo desde que egresó de la preparatoria secretarial siete años atrás. El trabajo con Rodrigo había sido su primero y no lo cambiaría por nada en el mundo ya que estaba enamorada del hombre, aunque ese era su secreto y nunca se lo había confesado.

"Te tengo un par de noticias."

"¿Una buena y otra mala?, como en los cuentos," rió nuevamente Rodrigo.

"Pues aunque sea de cuento, mucho me temo que así es. Primero la buena. Hablaron del IFE y nos mandaron decir que la semana que viene iba a ser la sesión para aprobar a los nuevos partidos. Todavía no sabían con exactitud el día, pero que seguro que era durante la semana."

"Habrá que publicar la noticia entre nuestros ciber-afiliados. Vamos a ver cuántos nos acompañan y enseñan su cara."

"Ya lo hice, y en unos minutos ya se había apuntado como cuarenta. En estos momentos ya deben de ser más de quinientos."

"El que más me interesaría que fuera es ese que se apoda el dedos. Me parece un tipo muy vivo y apasionado. Pero venga, ¿cuál es la mala noticia?"

"Tu amiga Inés Alcocer. Acaba de morir de cáncer."

"¿Te he platicado de ella? Fuimos novios en la secundaria. Cada vez que me acuerdo de ella pienso que hubiera sido más feliz si me caso con ella."

"Si, me lo has mencionado siempre que ha aparecido su nombre. Sobre todo cuando hizo su último descubrimiento en Palenque," le cortó la inspiración Isabel a la que no le interesaba escuchar hablar de amores, "el funeral es mañana a las once, la están velando en su casa y ya mandé un arreglo de flores."

Rodrigo no pudo más que sonreír nuevamente. Sabía desde hacía mucho tiempo del amor que sentía la muchacha por él y por eso mismo la respetaba. No quería generarle más sufrimiento del que de por sí ya padecía. Teniendo una esposa distinta a la que tenía, quizá le hubiera pedido que fuera su amante, pero Rodrigo, con todos los problemas que tenía ya en casa, hasta ahora no se hubiera atrevido a proponérselo por el simple hecho de que le tenía pavor a su esposa.

"¿Te gustaría acompañarme? Mi esposa de ninguna forma me acompañaría. Mañana es su día de salón de belleza y ese no lo cambiaría ni aunque fueran los funerales de mi suegra."

"Mañana temprano te aviso, jefe."

"¿Sabes que es lo primero que vamos a hacer cuando lleguen los fondos del nuevo partido?"

"Comenzar la campaña de inmediato. Habrá que seleccionar candidatos para todos los puestos. Va a ser una rompedera en la red que no me la quiero ni imaginar."

"Claro, pero antes de eso vamos a triplicarte el sueldo y comprarte el primer coche del partido."

"Lo del sueldo lo podemos negociar, y, en cuanto al coche, es imposible estacionarse aquí en Polanco y para andar buscando varias horas al día donde dejarlo, mejor me sigo moviendo en taxi."

"¿Y supongo que como siempre, quieres que te pague lo de tu taxi de regreso?..."

"…Porque la caja chica lleva meses sin un solo centavo," concluyeron ambos al unísono.


El Funeral

Inés Alcocer había tenido tres pasiones en su vida. La primera fue su hija, la segunda su trabajo y la tercera la música.

Sofía había aprendido de su madre, y sospechaba que se trataba de una de las enseñanzas del maestro turco, que al morir, lo más importante eran los primeros nueve días. Por más que hubiera querido tener el cuerpo de su madre a su lado durante ese tiempo, las leyes mexicanas eran totalmente inflexibles al respecto y exigían la sepultura dentro de un plazo no mayor a las veinticuatro horas. En un momento de inspiración Sofía había decidido que, para darle la oportunidad a su madre de tener una buena transición al otro mundo, ésta tenía que estar acompañada con música. Con la ayuda de los gemelos, se pasó la noche en vela llenando su Ipod con la música favorita de su madre, con la intensión de meter el aparato en el ataúd de Inés y pedir al administrador del panteón que lo dejara enchufado en la corriente durante los primeros nueve días. El administrador del panteón, su amigo personal tras años de acudir a la tumba de su abuelo acompañado de doña Martha, su abuela y madre de Inés, no le negaría el favor bajo ninguna circunstancia.

Muy temprano en la mañana, había dispuesto un equipo de sonido en la sala de la casa de las Alcocer, en pleno corazón de la colonia del Valle, para acompañar el duelo con música. Ni ella, ni Inés lo hubieran podido concebir de otra manera. La mañana comenzó con el disco "Stille" de Lacrimosa, una selección obligada para antes de que se despertara la abuela ya que detestaba ese tipo de música, pero siendo pianista adoraba la música clásica. A "Stille" le siguieron los réquiems de Berlioz, Mozart y Haydn, hasta tener su culminación con el "Requiem Alemán" de Brahms, cuya grabación dirigida por Herbert von Karajan terminó de justo antes de que llegara el sacerdote a oficiar la misa y el cortejo saliera al panteón.

De los literalmente cientos que llegaron a desfilar y rendir el último adiós a Inés, Sofía no recordaba a ninguno, salvo a un hombre, de la misma edad de su madre que parecía particularmente afectado por su muerte. Sofía no lo había visto nunca y no recordaba que su madre lo hubiera mencionado. El hombre, de nombre Rodrigo, le había dicho que había sido novio de su madre en la secundaria, pero Inés, por el otro lado nunca le había mencionado a nadie que hubiera sido novio, la hubiera amado o con el que hubiera tenido algún romance. Sofía comprendía desde el fondo de su corazón que eso tenía que ver con el misterio de su nacimiento. Un misterio que pronto se desvelaría cuando tuviera tiempo de abrir el cofrecito de su madre y cuya llave dentro del dije de corazón ya llevaba colgado en el cuello.

A parte de haberse quedado intrigada con la presencia del tal Rodrigo y tener mucho cuidado con la parte musical, Sofía realmente prestó poca atención a los sucesos del día. Siempre que sucedía algo en el que las energías eran particularmente densas, como en ese día, Sofía se dejaba rodear por una nube de protección que interponía una barrera de distancia entre ella y la realidad. Hacer esto también era algo que le había enseñado su madre y la fuente, en este caso lo sabía con toda certeza, era el misterioso maestro turco.

Sofía no podía, ni quería guardar luto. Sabía en el fondo de su corazón que su madre simplemente se había ido a otro mundo y que ya habría oportunidad de entrar en contacto con ella más adelante. Inés se lo había prometido porque el maestro turco se le había presentado y le había dicho que eso era posible. Sin estar convencido de ello, su madre quizá hubiera luchado más en contra de su enfermedad y hasta hubiera tenido la fuerza de derrotarla. Así que la verdadera despedida de su madre vendría más adelante, si es que alguna vez se daba. El lazo entre las dos era demasiado fuerte como para poder romperse por la muerte.


Después de haber regresado del panteón y haber comido de mala gana los guisos que Gloria, la sirvienta y dueña real del bienestar de los habitantes de la casa desde tiempos inmemoriales, les había puesto en la mesa como por arte de magia a pesar de no haber tenido tiempo para cocinar entre todas las cosas que la habían ocupado durante la jornada, Sofía se despidió cariñosamente de su abuela y se dirigió al tercer piso de la casa donde estaba instalada una vasta biblioteca y cuarto de trabajo donde ya tres generaciones de Alcocer habían pasado buena parte de su tiempo. La mayoría de los libros habían sido adquiridos por el abuelo, pero su madre y ella misma ya habían aportado lo suyo y la habitación contaba con una colección nada desdeñable de libros sobre todo tipo de temas, pero, sobre todo, de libros dedicados a la historia y la arqueología, la disciplina que las mismas tres generaciones de Alcocer habían decido ejercer como su opción profesional. En la biblioteca se encontraban dos escritorios, el primero, había sido el del abuelo, y desde su muerte lo había utilizado Inés. El segundo, adquirido en los tiempos universitarios de su madre, con el tiempo se había convertido en el suyo y Sofía suponía, que por razones de derecho histórico, ahora tendría que empezar a utilizar el primero.

Llena de un respetuoso temor decidió experimentar primero la sensación de sentarse en el viejo mueble tan lleno de historia. En un primer lugar se sintió pequeña, pero poco a poco se fue llenando de la convicción de que también ella tendría que lograr hacer su aportación y, aunque el reto era grande, estaba convencida de que tenía en todo lo necesario en su interior para lograrlo. Desde que tenía uso de memoria, los lugares de juego y más tarde de estudio y primeras experiencias en todo siempre habían sido las zonas arqueológicas donde laboraba su madre. La más frecuente había sido Palenque donde Inés había participado en media docena de proyectos de excavación, los últimos tres en calidad de jefa del equipo de trabajo. Sofía sentía un nexo muy especial con ese sitio y, ya desde que se había titulado, se había propuesto hablar con el director del Instituto Nacional de Antropología e Historia para que le diera la oportunidad de seguir explorando el sitio a la primera oportunidad, sin que le importara realmente el puesto o grado de responsabilidad en el equipo. Pero antes de que se presentara la oportunidad de hacerlo, Inés había enfermado y desde entonces había dedicado todo su tiempo al cuidado de su progenitora.

Metida en estas reflexiones, la vista de Sofía recorrió la biblioteca. De pronto se quedó fija en el grupo de sillones que usaban para leer. Dispuesta en el centro estaba una mesita que normalmente estaba llena de tazas de café tan llenas como vacías. En vez de las tazas, en este momento se dio cuenta que allí estaba el cofrecito de su madre. Se preguntó quién de la familia lo habría colocado en ese lugar ya que Inés raras veces lo sacaba de su dormitorio. Se levantó del escritorio y se dirigió al grupo de sillones. Prendió la lámpara de lectura que se encontraba detrás de uno de ellos y se sentó sin poder quitar la vista del cofre.

Exhausta como estaba, no lograba decidir si debía abrirlo en ese momento o esperar a que recuperara sus fuerzas. Como muchas veces antes, le ganó el cansancio y se quedó profundamente dormida.


Sofía reconocía el lugar porque había estado allí unos 15 años cuando su madre realizó una excavación en el sitio. Indudablemente era Isla Mujeres. Pero no era la Isla Mujeres que conocía. A su alrededor se encontraba una ciudad tal y como debió existido en los tiempos mayas. Ella misma estaba parada sobre una plataforma de piedra de posiblemente 7 o 9 escalones de altura. Rodeando la plataforma estaba un gran número de mujeres ataviadas con la indumentaria característica de las sacerdotisas mayas: faldón, pechos desnudos cubiertos con gran cantidad de collares hechos en su mayoría de conchas marinas de las grandes variedades, y complicados peinados en los que el cabello se confundía con plumas y piedras semipreciosas de todo tipo entre las que predominaba el jade. Cada una de las sacerdotisas portaba o un sahumerio o alguna otra ofrenda. No se sorprendió al darse cuenta que estaba desnuda. Dos de las sacerdotisas se desprendieron del círculo y con pasos firmes pero ligeros subieron a la plataforma. Una de ellas tenía prendas de vestir dobladas sobre sus brazos y la otra lentamente comenzó a vestirla. Olía intensamente a una mezcla de incienso compuesta de cacao, copal y otros aromas que no lograba identificar. Sofía se quedo parada pacientemente mientras la sacerdotisa la vestía y le arreglaba el cabello con un grado de dulzura insospechada. Sofía se dio cuenta que cada uno de sus cabellos estaba sintiendo lo que la sacerdotisa le iba haciendo. Desde lejos comenzó a escuchar el sonido de las caracolas. Unos momentos más tarde escucho la algarabía de la gente que se iba acercando. Poco a poco la plaza se fue llenando de gente que reía, danzaba y festejaba. Sofía contempló estupefacta el espectáculo que se desarrollaba a su alrededor. Cada vez iba llegando más gente. Las caracolas dejaron de sonar y dieron paso al sonido de tambores ejecutados con gran maestría. Sofía se dio cuenta que la estaban festejando a ella. Se dio cuenta que lo que la gente festejaba era su nacimiento. Finalmente se dio cuenta que era una diosa. La diosa Ixchel, la diosa doncella anciana. Sintió que la responsabilidad que llevaba en el interior de su corazón la abrumaba. No se sentía capaz de cumplir con lo que una diosa tenía que brindar a toda esa gente. De pronto el cielo se tapó con pesadas nubes grises que pronto descargaron sus aguas de forma tormentosa. Nunca había visto que pudiera caer tanta agua del cielo en tan poco tiempo. Sintió como el agua la purificaba y purificaba a toda la gente que la rodeaba. Se dio cuenta que todas las fuerzas de la naturaleza la acompañaban y eran sus aliadas. Sintió que la responsabilidad ya no era tanta, ni tan abrumadora. Tenía de su lado a los aliados más poderosos que existían. Sus aliados eran la naturaleza misma y todas sus fuerzas. Sofía se sintió reconfortada, renovada y renacida. Despierta.

Sofía se despertó con un sobresalto. Tardó unos momentos en ubicarse y luego sonrió. La nana Gloria, preocupada como siempre, en vez de despertarla para llevarla ala cama, había traído una cobija para taparla. Disfrutó unos instantes más su despertar antes de moverse. Por la ranura de la persiana percibió los rayos rojizos del sol que estaba anunciando el nuevo día.

En su oído interior escuchó los pasajes de la "Sinfonía del Nuevo Mundo" de Dvorak, y pensó que esa era la pieza que debía estar tocando el Ipod en el ataúd de su madre. Se incorporó y decidió poner esa misma pieza en el aparato de sonido de la biblioteca. Cuando comenzaron a sonar las primeras notas comenzaron a desfilar los recuerdos de las decenas de ocasiones en las que ella y su madre habían escuchado esa misma sinfonía trabajando en algo conjunto o sumidas cada una en su propio trabajo. Sofía se dirigió a la ventana para abrir la persiana cuando, sin tocar, Gloria abrió la puerta llevando una charola con todo lo necesario para un buen desayuno.

A ver la charola, Sofía nuevamente sonrió:

"¿Estás en tu sano juicio, nana? ¡Definitivamente no soy capaz de comer todo eso yo solita!"

"Supongo que entonces tendrás que compartir la comida con otros."

Gloria depositó la charola en la mesa, junto al cofre y se volvió a dirigir a la puerta.

"Está despierta y pueden pasar."

Los fieles gemelos Azalea y Atabulo entraron en la habitación como un torbellino.

"Llevan media hora esperando que te despiertes. Nunca en su vida se habían aparecido por aquí tan temprano," explicó Gloria.

Sofía recibió a los gemelos con una sonrisa.

"Está bien, nana, supongo que días especiales merecen horas especiales. Solo espero que mientras esperaban te ayudaron por lo menos a hacer el desayuno."

"Bueno, Azalea, tostó el pan y Atabulo exprimió las naranjas."

"¿Nos vas a educar o nos vas a saludar?," preguntó Azalea fingiendo indignación.

"Buenos días a ambos y supongo que va a ser un día de educación. En ese cofrecito que está sobre la mesa están escondidos algunos secretos sobre mi persona que van a contribuir a ello. ¿Tú no sabes de casualidad como llegó el cofrecito allí, nana?"

"Supongo que el espíritu de tu madre lo puso allí," contestó la interpelada con una sonrisa que aceptaba su culpa. "Inesita me lo pidió cuando entré con ella la última vez. Y también me dijo que sería bueno que los gemelos estuvieran presentes. Adivinaba muchas cosas, tu madre, que en paz descanse."

"¿Y supongo que también conoces muchos de los secretos que están escondidos allí?"

"Tu mamá me dijo mucha cosas y otras las adiviné yo. Quizá, si después de haber explorado el cofre, te quedan algunas dudas, puedes bajar a la cocina y torturar mi memoria."

La nana siempre decía eso cuando Sofía le preguntaba cosas del pasado. Cuando le hacía preguntas sobre el abuelo, sobre su propia infancia o otros detalles.

"Hay, nana, no tengo la culpa de que seas milenaria," contestó Sofía riendo amablemente, "y ahora a desayunar, que sospecho que tenemos un largo día por delante."

La sinfonía del Nuevo Mundo llegó a su crescendo cuando los tres más jóvenes se abalanzaron sobre el desayuno como huérfanos de hospicio. Gloria los contempló con una sonrisa triste en la comisura de los labios durante unos momentos. Luego salió de la habitación.


Sofía tardó todavía unos momentos para atreverse a abrir el cofrecito de su madre. Sabía de antemano que lo que iba a encontrar no iba a ser un secreto para el que no estuviera preparada. De todas formas vaciló, y no fue hasta que Atabulo la animó con unas palabras que se animó a hacerlo. Lentamente se descolgó el dije de corazón y sus dedos nerviosos tardaron otros minutos más para encontrar el mecanismo de apertura. Luego apareció la llave. Era una llave pequeña que apenas podía sujetarse con los extremos de los dedos. Lo introdujo en el candado y finalmente el cofre estaba abierto frente a ella.

Hasta arriba estaba colocada una carta que llevaba su nombre en el sobre. La sacó y decidió explorar el resto del contenido antes de leer la carta. Debajo de la carta había varios sobres más y un pequeño diario. Uno de los sobres era particularmente grueso. La mano de Inés había escrito: "La historia de tu padre", en el costado. Decidió que este iba a ser el último sobre que abriría.

Los gemelos, a los que Sofía ya había informado sobre la existencia del cofrecito mostraban más curiosidad que ella y estaban que explotaban por saciarla.

"Prueba con lo más reciente. Debe de ser la carta que estaba hasta arriba."

"Yo leería primero el diario. Un diario siempre tiene más secretos que un sobre," le aconsejó Azalea, "Confía en la palabra de una mujer. Tu madre también era una."

Sofía volvió a revisar los sobres y decidió abrir uno que decía: "Las tres diosas." En su interior se encontraban ilustraciones que representaban a diosas de tres culturas diferentes. A las primeras dos Sofía las identifico de inmediato, una era una imagen muy familiar para ella, ya que su madre siempre la había tenido en su buró y se trataba de la Artemisa de Efeso. La otra era la diosa maya Ixchel y le recordó lo que había soñado.

"Esta diosa es Ixchel, es maya y acabo de soñar con ella. No, no con ella. Mejor dicho acabo de soñar que era ella."

La tercera diosa debía de ser oriental, china o tibetana. Sofía sospechaba que se trataba de Quan Jin pero no estaba totalmente segura de ello.

Sofía comenzó a vislumbrar una conexión profunda. Recordaba que unos días atrás había soñado algo que podía tener referencia con la diosa Artemisa y acababa de soñar que era Ixchel. Ambos sueños eran cabos sueltos que ahora podían ser atados a algo. Su madre sabía algo sobre esto y Sofía intuía que vendría mucho más al revisar el contenido del cofre. Decidió que lo que procedía ahora era leer la carta dirigida a ella misma. Con sumo cuidado abrió el sobre y desdobló las dos hojas escritas con la fina letra de su madre:

"Querida hija:

Cuando leas estas líneas es porque ya no tuve tiempo de tener una conversación contigo y decirte todo lo que te tenía que decirte personalmente. Perdóname por eso. Se que estoy enferma de gravedad y todavía no se si esa enfermedad me permita hablar contigo a tiempo.

Lo que te tengo que decir, en realidad se reduce a dos cosas: el cómo es que naciste y lo que me dijo el maestro justo antes de morir sobre ti.

A lo largo de los años te he platicado mucho del maestro y me he esforzado por transmitirte todo lo que me enseñó. Hoy en día, sabiendo lo enferma que estoy, se que el maestro no me enseñó nada para mí misma. Yo solo fui un vehículo para que tu, querida hija, recibieras esas enseñanzas de alguien cercano a ti y que pudiera vigilar tus avances. Creo que he logrado ese cometido así que mi tarea en el mundo está concluida. He cumplido mi promesa con el maestro y espero contemplar desde el otro mundo lo que él me dijo sobre ti unos momentos antes de su muerte.

Nunca te he relatado como murió el maestro y eso no lo pude hacer porque fue un momento sumamente doloroso. Pero, quizá por una gracia del destino, quizá por otra cosa, la muerte del maestro al mismo tiempo fue el momento de tu nacimiento. Sé que así tuvo que ser, pero solo Dios sabe cuánto pensé al principio que me hubiera gustado que hubiese sido de otra forma. Luego fuiste creciendo, primero en mi vientre y luego fuera de él y dejé de lamentarme. Hoy en día se que tu eres el regalo más grande que me pudo dar la vida. Voluntariamente quizá nunca me hubiera embarazado. Incluso teniendo a un hombre bueno, fiel y con todas las características de mi príncipe azul como pareja.

Acabas de leer la palabra voluntariamente… Si, mi pequeña, eso para ti va a ser lo más difícil de procesar quizá. Lo cierto es que fui violada y tu naciste de esa violación. Los detalles de cómo sucedió todo eso, quizá demasiados detalles sobre lo que fui sintiendo día con día los encontrarás en el diario.

Independientemente de ese hecho, paso algo muy curioso, muchos años más tarde. Cuando tu tío Aldo (ya sabemos que no es tu tío, pero me gustaría que le siguieras llamando así) fue enviado a la embajada de México en Turquía, me confesé con él y el logró dar con el hombre que te engendró. Hoy es un hombre importante. En su momento fue el comandante de una simple brigada y con el tiempo se hizo general. Cuando Aldo entró en contacto con él su respuesta fue asombrosa. Quizá en eso también tuvo que ver el maestro. Nos comunicó, a Aldo y a mi que nunca se casó, que se quedó perdidamente enamorado de la muchacha que violó y que nunca había podido formalizar una relación con mujer alguna porque mi imagen siempre le estuvo rondando en la cabeza. En unas vacaciones incluso vino a México con la intención de conocerme o por lo menos conocer el país del que era oriunda. Nunca supo cómo es que descubrió que yo era mexicana. El dice que simplemente lo intuyó. Y nos dijo que tan pronto como sus ocupaciones lo permitieran vendría a México a conocerte a ti y a mí. ¿No te parece curioso?

Yo en realidad tampoco nunca pude enamorarme. No porque tuviera su imagen en mi mente. Eso difícilmente se puede lograr con alguien que te violó, pero en el momento en que tú naciste y te tuve en mis brazos por primera vez, lo perdoné desde el fondo de mi corazón y lo hice todos los días desde entonces por el gran regalo que me dio. Ese regalo eres tú.

En el cofre también encontrarás un sobre con muchas cosas que él me mandó sobre sí mismo. Todo está en turco así que tanto a mí como a ti nos costará mucho trabajo entender lo que dice en esos papeles. De todas formas puedes intentarlo, sobre todo si algún día llegas a conocerlo. Quizá se hacen tan buenos amigos tú y él, como lo fuimos nosotras dos. No te cierres a la oportunidad, no me gustaría que lo hicieras. Si yo logré perdonarlo, con mucha más facilidad deberías de hacerlo tú.

Bueno, te preguntarás que tiene que ver todo esto con el maestro. Pues todo sucedió en su cueva. Como ya te dije, el hombre quien es tu padre es un soldado y todo sucedió durante una redada diseñada para atrapar justamente al maestro. No solo lo atraparon, sino que incluso lo mataron. Nuevamente te digo que los detalles de todo esto los encontrarás en el diario.

Pero hay algo que nunca escribí porque me lo grabé en el alma y la memoria. Ahora supongo que tengo que escribirlo por primera vez. Las últimas palabras del maestro fueron una profecía que te atañe desde lo más profundo. Solo sé que una parte de ella ya se ha cumplido, pero primero las palabras exactas tal y como me las dijo el maestro:

¡Cuando los doce se reúnan en torno a la semilla que llevas en tu vientre, los años oscuros se transformarán en años de luz! Esa semilla será tres veces la vieja diosa y un aliento para la humanidad.

La parte que creo que ya se cumplió es que dos o dadas las circunstancia uno de los doce ya los conoces y han estado a tu lado desde que naciste. Se trata, ya lo habrás adivinado, de los gemelos. Le tienes que preguntar a Gloria como es que ellos nacieron y toda la magia que se hizo entonces y como se conectaron contigo. Ella puede hacerlo mejor que yo, porque lo vivió en carne propia. Si no me crees todavía, te lo demuestro con una sonrisa. Como, bueno, te apuesto que ellos están allí contigo, mientras estás leyendo esta carta. Son más hermanos tuyos que hermanos carnales. Quiérelos mucho, tanto como yo los quise siempre.

Bien, con esto ya sabes todo lo que tienes que saber. Creo que la vida te impuso un gran reto y lamento no poder estar a tu lado para que pueda ayudarte a superarlo, pero, por el otro lado, quizá resulte ser un estorbo en ello. Pero al ver el reto ante ti, recuerda que no tienes porque asumirlo. Siempre tienes el derecho de elegir libremente tu camino.

Vive bien, disfruta la vida y vive cada momento como si fuera el último. En eso puedes tomarme como ejemplo. Creo que logré vivir mi vida justamente así y me voy en paz para reunirme nuevamente con el maestro.

Te quiere y adora

Inés, tu madre por siempre"

Al levantar la vista de la carta, Sofía vio que los gemelos la estaban observando atentamente y no quiso torturarlos por más tiempo.

"Supongo que mi madre escribió esto tanto para mí como para ustedes."

Les pasó la carta para que la leyeran, sacó el diario del cofrecito y comenzó a leerlo.



El Curandero

"Abuelita caliente"

"Bienvenida," respondieron varias voces a coro.

"Esa es la buena," dijo otra con el tono confiado del experto.

"Permiso para entrar," pidió Alejo, el hombre de fuego.

"Bienvenido, hermano," concedió Demetrio, quien era el hombre de agua.

Alejo se puso en cuclillas y toco el suelo con su frente: "Por todas mis relaciones"

"Ometeotl, que así sea," contestó el coro.

Alejo jaló la lona que hacía la vez de puerta y el temazcal quedó oscuro. En su centro solo se distinguía el brillo de las piedras calentadas al rojo vivo.

"Hermanitos, nuevamente nos hemos reunido para celebrar la comunión de los elementos en el vientre de nuestra Madrecita Tierra Tonantzin Guadalupe. Hoy es un día muy especial y todos ustedes son especiales porque están aquí, en esta celebración, en este homenaje al espíritu de los abuelos."

"Ometeotl," celebraron varias voces.

"Hoy es tan especial porque celebramos el inicio de un nuevo ciclo. Hoy es el equinoccio de la primavera y la Madrecita Tierra hoy nos dice que está dispuesta a nacer una vez más para que durante un año tengamos cosechas, trabajo, bienestar y abundancia."

"Ometeotl."

"Qué así sea. Demos las gracias desde lo más profundo de nuestros corazones."

El temazcal quedó en silencio que de pronto fue interrumpido por el fuerte siseo cuando el agua que Demetrio vertió sobre las piedras calientes instantáneamente se convirtió en vapor. La temperatura dentro del recinto ascendió inmediatamente. La respiración de los presentes se hizo audible.

"Esto es vida," exclamó una voz.

"Ometeotl," contestó un coro de menos voces.

Demetrio prestó atención a los patrones de respiración y cuando los sintió relajados y sintonizados volvió a verter agua sobre las piedras. El siseo fue inmediato y Demetrio le indico con un leve toque a Faustino, que fungía como su hombre de viento, que comenzara a tocar el teponaztli. El temazcal se inundó con el rítmico sonar del antiguo instrumento consistente en un tronco de mezquite ahuecado y que en un costado tenía unos ingeniosos cortes que hacían vibrar al madero. Unos momentos más tarde se incorporó el sonido de otro teponaztli que tocaba alguien desde el fondo del temazcal y luego varios de los presentes comenzaron a tocar diversas flautas de madera y barro. El hombre de viento dejó a un lado las baquetas de su instrumento e hizo resonar su caracola en tres ocasiones.

El hombre de agua comenzó a notar que el fervor invadía a los participantes del ritual y les concedió una nueva ronda de agua vertida sobre las piedras.

Poco a poco los intérpretes dejaron de ejecutar sus instrumentos concentrados ahora en el calor que ahora rayaba casi en lo insoportable.

De pronto, desde el centro donde estaban las piedras, se hizo una luz blanquecina y transparente. Demetrio se vio transportado a otra realidad. Estaba dentro de un círculo de seres impecablemente ataviados con largas túnicas blancas. En frente de él estaba una mujer joven cuya larga cabellera negra cubría parcialmente su rostro haciéndolo inidentificable. Detrás de la mujer apareció la figura etérica de un anciano de larga barba blanca con el mismo atavío que los demás pero ricamente ornamentado en las mangas. La figura etérica puso sus manos sobre la mujer en señal de bendición y habló:

"¡Demetrio! El tiempo tan largamente añorado por ti y los tuyos está comenzando. Tú serás el que cierre este círculo de 12 y cuando lo hagas habrá un nuevo sol para la Tierra."

La visión desapareció tan rápido como se había manifestado y Demetrio nuevamente se encontró en la realidad presente del ritual de temazcal que estaba dirigiendo. Se tardó unos momentos en ubicarse y se dio cuenta que dentro del recinto imperaba un silencio absoluto. Las piedras ya habían dado todo de si. Incluso el platicar de las abuelas, ese característico sonido burbujeante que hace el agua al hervir había cesado. Se preguntó si algún otro de los presentes había tenido la misma visión. Finalmente rompió su reflexivo ensimismamiento y con una voz casi susurrada dio la instrucción de "puerta", a su hombre de fuego.

La luz que entró por la puerta destapada por Alejo durante unos instantes cegó a los participantes. Poco a poco se fueron incorporando y uno a uno, en un ritmo muy personal fueron saliendo del temazcal para tirarse bocarriba en el pasto que lo rodeaba. Demetrio esperó pacientemente a que cada uno de ellos tomara la decisión de salir y finalmente salió el mismo.

El hombre de viento, ya plenamente restablecido, hizo sonar su caracola en las siete direcciones cardenales para así dar por oficialmente concluido el ritual.

Poco a poco los participantes del temazcal fueron saliendo del círculo de piedra que demarcaba el recinto y al final solo quedaron Alejo, Faustino, y el propio Demetrio.

"¿Qué fue lo que pasó ahí adentro?," le preguntó Alejo, "estuve a punto de abrir la puerta antes de tiempo. Te quedaste como muerto un buen rato."

"En el tiempo sin tiempo no existen esas referencias," le contestó Demetrio, lamentando interiormente que Alejo no había sido partícipe de la visión.

"¿Entonces te saliste de tu cuerpo?"

"Es una forma de llamarlo. Pero hay algo más importante. Me, nos encomendaron un trabajo."

"¿Los maestros?," intervino Faustino por primera vez.

"Por lo menos uno de ellos," contestó Demetrio, "es uno que se me ha presentado muchas veces. Ahora sé que siempre me estuvo preparando para lo que me encomendó hoy."

"¿Y de que se trata?"

"Cerrar un círculo de doce. Pero primero habrá que encontrarlos y eso no va a ser nada fácil."

"Bueno, si tienes ayuda de los de arriba, el camino va a estar abierto," comentó Faustino.

"Para ellos sí, pero siempre conviene recordar que nosotros seguimos siendo humanos y muchas veces nuestra ceguera es terrible."

Los tres hombres se conocían desde hacía muchos años. Demetrio era el único oriundo del Valle de Santiago, uno de los corazones energéticos del país ya que en él se encontraban 7 pequeños volcanes, algunos de cuyos cráteres estaban llenos de agua y cuya ubicación, vista desde el aire, reproducía la constelación de la Osa Mayor sobre la Tierra. Estos volcanes, llamados las siete luminarias, desde tiempos inmemoriales habían dado al lugar una magia muy especial que atraía a miles de turistas y generaba cientos de leyendas sobre todo tipo de fenómenos, desde las de los fantasmas hasta los avistamientos de OVNIS.

El linaje de Demetrio, don Demetrio, como lo llamaba mucha gente en la pequeña ciudad, descendía directamente de los antiguos guamares, la etnia purépecha prehispánica que había habitado la región cuando todavía se llamaba Camémbaro. La línea paterna de su familia siempre había sido de chamanes. Algunas de las mujeres eran o habían sido curanderas y parteras y en términos generales, era respetada hasta durante aquellos tiempos en los que la iglesia se había esforzado por erradicar las viejas costumbres.

Aunque su edad era de 45 años, sus ojos ya tenían esos rasgos característicos que solo confiere la sabiduría de la vida a los realmente ancianos. Varios días a la semana Demetrio se dedicaba a dar consulta y entre los habitantes de la región que muchas veces se desplazaban en viajes de varias horas para acudir a verlo, corría el rumor de que podía curar cualquier cosa. En su tiempo libre, Demetrio era un asiduo estudioso de las formas de vida de sus ancestros y en el mundo académico tenía el renombre de ser uno de los mejores investigadores vivos sobre la cultura purépecha por lo que frecuentemente se ausentaba de su ciudad para dar conferencias y asistir a los congresos de los especialistas en el tema. Aunque ya le habían ofrecido varias veces una cátedra universitaria, Demetrio consideraba su trabajo de sanador más importante que el de sus investigaciones académicas y por lo tanto las había rechazado.

Alejo, por su parte, había llegado a la ciudad cuando contaba con unos 7 u 8 años de edad. Sus padres, hijos de españoles que habían emigrado a México huyendo del franquismo, habían adquirido una tienda de abarrotes en la Plaza Central de la ciudad y se contaban entre los más prósperos de sus habitantes. La tienda original ya no existía como tal. Sus padres la habían convertido en una verdadera minita de oro al expandirla y ofrecer cada vez más productos a los clientes. Unos años más tarde habían abierto una sucursal en el centro de la cercana Yuriria y se habían ido a vivir a una casona a las orillas del lago, dejando la administración de la tienda en manos de sus hijos, el propio Alejo y otros dos que le ayudaban.

Faustino, por último, era uno de los maestros de la escuela primaria federal de la ciudad. Había sido enviado a la plaza cuando terminó con la Escuela Normal en la ciudad de México y se había enamorado del sitio. Aunque ya le habían ofrecido varias plazas mejores, se había negado a tomarlas por no querer abandonar su adorado valle. De los tres era el más joven y el que más problemas económicos tenía ya que su salario de maestro no daba para mucho y tenía que alimentar a su mujer y a los seis hijos que tenía la pareja. Su esposa era una parienta lejana de Demetrio y gracias a ella se habían conocido. De los regulares del temazcal, Faustino era el único que siempre acudía con su familia completa. Su esposa, a la vieja usanza prehispánica, se había metido al temazcal unas cuantas horas después de cada uno de sus partos. Uno de los remedios más efectivos para ayudar al vientre a regresar a su sitio y tamaño original, sin que quedaran los estragos de las estrías.

Los tres hombres, aparte de ser hermanitos temazcaleros, eran buenos amigos y solían reunirse cada segundo domingo en casa de alguno de ellos para comer. Demetrio era el compadre de ambos y había llevado al bautizo a un hijo de cada uno, por lo que, a pesar de no tener hijos el mismo, la descendencia de ambos lo veía como tío y en ocasiones hasta como padre sustituto.



Secretos en la cocina

La casa donde vivían las Alcocer en la colonia del Valle, a parte de la enorme biblioteca de la planta alta, contaba con un gran jardín. Para darle el debido mantenimiento existía Felipe, el jardinero que iba dos veces a la semana. Al igual que como se relacionaba Gloria con todo lo que sucedía en el interior de la casa, Felipe lo hacía en sus afueras, e igual que la primera había trabajado para los Alcocer desde los tiempos en que Inés era joven y se había hecho una parte inseparable de la familia.

Mientras Sofía y los gemelos exploraban el cofre de Inés en la planta alta, Gloria y Felipe almorzaban en la cocina comentando los sucesos del día anterior.

"Fíjese, doña Gloria, que chiquito es el mundo. Una de las cosas que más me sorprendió fue que mi otro patrón viniera al funeral,"

"¿Su otro patrón?"

"Hay pues ya sabe que solo vengo dos veces por semana. Y pues tengo que trabajar también en otro lado. El patrón al que me refiero es alguien importante. Dice su muchacha, Matildita, que ahora anda fundando un partido político nuevo y es rete inteligente. No sabe cuánta gente importante he visto por allá en su casa. Muchos de esos que salen en las revistas o en el periódico."

"¿Y a poco es más importante que mis niñas de aquí?"

"Bueno, la verdad, doña Gloria, es que nadie mejor que las patronas de esta casa. Doña Inés, que en paz descanse, siempre me traía algún regalito cuando venía a visitar a doña Martha. De la niña Sofía ni se diga…, de veras, si habría que tener que escoger, solo aquí trabajaría. Pero desde que murió el patrón ya ve que ya no se puede. Porque he de decirle que la esposa de mí otro patrón, ¿ya le dije que se llamaba don Rodrigo?, es una verdadera bruja. Trae al pobre hombre en la calle de la amargura. Le grita nomás de verlo y doña Refugio se cree la divina garza. No permite ni que uno la mire y arma un escándalo si lo ve a uno por allí, aunque sea haciendo su trabajo, que mejor ni le cuento. Pero don Rodrigo es muy bueno. Supongo que con su mujer esa ya lleva penitencia como para tres vidas."

"Bueno, menos mal que en la otra casa no esté tan contento. Que si algo no quiero es que me dejen desamparadas a mis señoras."

"Oiga, doña Gloria, y usted cree que nos podrán seguir pagando. Ahora que la única que trabajaba era doña Inés y ya ve…"

"La niña Sofía ya le está pisando los pasos a su madre y a su abuelo. Se tituló con los mayores honores y no creo que dure mucho sin buscar trabajo. Esa niña va a lucir más que los dos anteriores juntos. Eso se lo apuesto con lo que quiera. Además ya sabe lo inquieta que es. Parece un torbellino y nada la va a detener en esta casa."

"¿Cómo, se nos va a casar pronto? Si ni novio ha tenido."

"Hay don Felipe, como es usted burro. No se va a ir para arrejuntarse con alguien. Me refería a que pronto va ir del tingo al tango por el mundo trabajando. Ella, al igual que su madre no está hecha para el matrimonio. Si viera cuanto muchacho ha andado por aquí tirando el alma por ella, y ella, como si no existieran. Comenzando por el pobre del Atabulo."

La placidez de la plática de los dos ancianos terminó de repente cuando Sofía y los gemelos entraron precipitadamente a la cocina.

"A ver, nana, en esta carta mi mamá escribe que hubo algo mágico cuando nacieron los gemelos. Algo que como una conexión mágica conmigo. Pero no se explica. Me dice que mejor te lo pregunte y los gemelos se mueren de curiosidad."

"¡Ve, don Felipe, no le digo que esta niña es un torbellino."

"Ande, madrina, no sea tan enojona y platíquenos," intervino Atabulo.

"¿A poco es madrina de este par?," preguntó don Felipe, "no hay duda que todos los días se entera uno de algo nuevo."

"No sea chismoso, don Felipe, mejor apúrele a terminar su desayuno y a su trabajo. Y ustedes, espérenme tantito, que contar esa historia no es como pelar pepitas. Lleva su tiempo, y todavía me queda todo el quehacer de la casa por delante."

"Pero nana, necesitamos saberlo. Hay tantas cosas en ese cofre que no se por donde comenzar y me dijiste que podía torturarte la memoria en cualquier momento."

"Resulta jovencita, que este no es cualquier momento. Así que sigan buscando más secretos allá arriba y luego voy y les platico."

Sabiendo que no iban a lograr más, los tres jóvenes salieron de la cocina resignados para regresar a la biblioteca. Una vez afuera, Gloria se encargó de calmar rápidamente a Felipe para que no se apresurara con su almuerzo. No había nada que apreciara más que comer con ese viejo. A lo largo de los años era su única compañía de mesa y había que aprovechar esos momentos.

"Oiga, don Felipe, y cuál es el apellido de ese tal don Rodrigo, su otro patrón."

"Pues, creo que se apellida Palacios."

"¡Rodrigo Palacios!, si, si, don Felipe, ya me acuerdo porque anduvo por aquí en los funerales. Fue el primer novio que tuvo doña Inés, hace mucho tiempo, debe de haber sido en la secundaria."

"Ay, doña Gloria, ¡cómo es acuerda de las cosas!"

"Pues alguien tiene que hacerlo. Ese Rodrigo era un jovencito muy inteligente. No era de mal parecer. Pero no funcionó y ¿sabe porque?, porque la niña Inés y el, en vez de echar novio, discutían sobre libros… Al primer desacuerdo… Adiós."

"Eso es cierto. Bien me decía mi abuelo: con las mujeres no hay que hablar ni de religión ni de política."

"Bueno, don Felipe, ya hablamos suficiente. Salúdeme mucho a ese patrón suyo. Qué bien que me acuerdo de él."

Dicho esto, Gloria se paró de la mesa y comenzó a retirar los platos. A Felipe no le quedó más remedio que ayudarla y, como siempre lo hacía, lavó los trastes. Luego salió a su trabajo al jardín mientras Gloria seguía trajinando en la cocina.



El Genio de la Azotea

El Dedos se había refugiado en un cuartucho normalmente destinado como habitación para las mujeres de servicio de la casa ubicada en la azotea, entre el lavadero y los tinacos, cuando su madre unos años atrás, enojada por el desorden que imperaba en su cuarto, le había prohibido adquirir y meter un solo equipo de cómputo más en su recámara.

El cuartucho, diseñado originalmente para dar cupo a dos camas individuales, un ropero y un baño que ni siquiera contaba con puerta, ahora estaba atestado con anaqueles que parecían un museo de la historia de la computación. Los discos duros, unidades lectoras de floppys, cds, dvds, motherboards, memorias, cables, ratones, monitores, y mil cachivaches más se amontonaban por doquier y cualquiera que hubiera querido poner un poco de orden entre todo ese desbarajuste se hubiera desesperanzado rápidamente. Pero "el dedos" era feliz en ese ambiente y era un experto en el oficio de hacker, blogger y manejador de la web. En su historial se encontraban tres entradas en la central de cómputo de la CIA, la que se suponía la más segura del mundo, dos reformateadas completas del sistema de cuentas de dos prestigiosos bancos que habían puesto en peligro el sistema financiero mundial y una comunidad virtual que estaba en el tercer lugar mundial entre todas las comunidades accesibles en la red.

Su prestigio mundial, sin embargo, se había disparado por un evento que para el no había sido más que una broma: poner la imagen de Bush chupándole el pene a Saddam Hussein en la pantalla misma de la computadora personal del presidente estadounidense. Cierto que él no había compuesto la imagen. El montaje y su creatividad intelectual pertenecía a uno de esos diseñadores anónimos del arte efímero cibernético y los cuerpos pertenecían a dos famosos actores porno gay. Pero "el Dedos" la había puesto en el sitio que se merecía, a la vista íntima y privada de uno del protagonista principal y haberlo hecho causó un enorme revuelo entre todas las policías cibernéticas del mundo que seguían sin tener idea alguna de quien era el genio que se ocultaba detrás de seudónimo: "fingerofgod", que a su vez se había inspirado en la famosa escena de la Capilla Sixtina. Aunque ya sus compañeros de la secundaria le habían dado el apodo de "el Dedos", no tanto por haber tenido ya la fama y habilidad para manejar los teclados de las computadoras, sino por ser aficionado a los trucos de presdigitación, la magia con las cartas y monedas, que requería una habilidad especial con las pequeñas extremidades, y era poco probable que alguno de ellos asociara el "dedos" de su salón, con el famoso "el Dedos", del mundo virtual, ese apodo se había convertido en su marca personal y usaba el "dedos de algo" en todos sus nicks y en una docena de idiomas.

Languiducho y de apariencia poco favorecedora, sin abandonar su cuarto de azotea más que para tomar sus diarios alimentos e ir dos veces a la abarrotería de la esquina por su dosis de pastelitos de chocolate, jugos de naranja y otros dulces a los que era casi adicto, a la edad de 18 años "el Dedos" había hecho su primer millón de dólares mediante la publicidad de un sitio web que hasta la fecha vendía publicidad y le proporcionaba miles de dólares mensuales sin que tuviera que dedicar más que algunas horas de mantenimiento a la semana, en la actualidad recibía sueldos de dos docenas de compañías ubicadas en todo el globo, tenía un ciento de cuentas bancarias con cantidades mayores a los diez mil dólares y dos o tres veces más con cantidades menores. El mundo, y, sobre todo sus padres, de todo esto no tenían ni idea y lo tenían por un chico inepto y flojo que, si bien no estorbaba, si era motivo de preocupación sobre todo para el padre, preocupado porque su hijo era uno de esos chicos de la generación arroba que no iban a tener futuro alguno en el mundo real.

"El Dedos" se reía de sus progenitores en secreto, aguantaba pacientemente sus sermones y a la menor oportunidad regresaba a su cueva. Desde hace dos años incluso había instalado una cama empotrable en uno de los armarios que desdoblaba durante las pocas horas que dormía por no querer desatender los múltiples proyectos que se desenvolvían a su alrededor en 4 monitores, conectados a otras tantas computadoras. Lo único que "el Dedos" había implementado para atender tantos asuntos a la vez, era la capacidad de manejar varias máquinas desde un teclado y con un solo ratón.

En uno de los monitores el Dedos daba seguimiento a la niña de sus ojos, su comunidad virtual que en estos momentos ya superaba el millón de miembros en todo el planeta. Un pequeño contador en la parte inferior de la pantalla aumentaba un digito blanco cada vez que alguien nuevo ingresaba al sitio que se transformaba en rojo cuando el nuevo se registraba de forma completamente gratuita. Cada vez que esto sucedía el Dedos sonreía porque sabía que cada nuevo ingreso le implicaba unos cuantos megas de espacio en disco duro y sobre todo, un nuevo proxy, que tenía a su disposición para usarse en miles de triquiñuelas esenciales para poder realizar sus hackeadas. Esto, al Dedos, le interesaba mucho más que el dinero acumulado en sus cuentas bancarias.

En otro de los monitores se observaban constantemente varias ventanadas en las que se sucedían decenas de cadenas de texto. Este monitor estaba constantemente conectado al computador central de la legendaria CIA y mostraba el intercambio secreto de los miembros de la organización. De vez en cuando, el dedos disfrutaba hacerse presente en el sitio alimentando a los prestigiosos espías con información falsa, dándoles consejos como todo un experto o incluso borrando diálogos cuando se trataba de asuntos que de acuerdo a su criterio implicaban sendar injusticias contra algún país, una organización política u humanitaria, en fin. Este monitor también contaba con un contador que indicaba el tiempo transcurrido desde que había logrado entrar en el sistema la última vez, un récord que buscaba superar cada vez que los expertos en seguridad de la CIA descubrían que estaba metido en el sistema. Su record personal era de seis meses, dos semanas, tres días, ocho horas y treinta y tres minutos, hasta donde se sabía entre los hackers de todo el mundo, este récord no se había superado todavía y el Dedos seguía ansiosamente el contador ya que estaba cada vez más cerca de romper su propia marca.

Si estos dos monitores no requerían de la atención completa del cibernauta, los otros dos si lo hacían. Eran las verdaderas estaciones de trabajo de el Dedos. Uno de ellos estaba dedicado íntegramente a su trabajo de programador y hackeador. Su ocupación fundamental durante los últimos meses era desarrollar un sistema operativo anti-Windows. El, como todos los demás miembros de la comunidad hacker mundial prefería trabajar en otros sistemas operativos como Unix y Linux, pero al mismo tiempo, buscaba copiar y adoptar la funcionalidad aparente de Windows para hacerla accesible a la comunidad mundial de usuarios de las GNU's o licencias públicas gratuitas.

En el cuarto de los monitores era la ventana al mundo del Dedos, cuya personalidad tímida cambiaba completamente cuando se encontraba sentado frente a la pantalla. No solo mantenía contactos con los miembros del gremio de los hackers, sino con todo tipo de personas, jóvenes, intelectuales, académicos, hombres y mujeres, chinos, africanos, australianos, europeos y lo más impresionante era que, sin que nadie lo supiera, a través de estas comunicaciones y teniendo el Internet como maestro manejaba ocho idiomas fluidamente, incluyendo el chino, el japonés, el árabe y el ruso.

En suma, el Dedos era un genio que dentro del anonimato que permitía la red era un genio. Manejaba como ninguno la mayoría de los lenguajes de programación existentes y había hecho contribuciones importantes a varios de ellos. Ya había desarrollado varias decenas de utilidades que eran usadas en todo el mundo y que le redituaban una buena cantidad de regalías y, como "fingerofgod" era uno de los personajes más buscados del mundo. El Dedos, que en unos pocos días cumpliría los treinta años de edad, estaba más que contento con sus logros, pero en el fondo no estaba del todo satisfecho. Era consciente que todo lo que había hecho hasta la fecha no era más que una etapa preparatoria para lo que el veía su gran misión. No tenía hasta el momento idea alguna sobre cual iba a ser específicamente ese algo que tenía que lograr, pero sabía por haberlo soñado durante muchas noches, que su misión iba a comenzar cuando conociera a una mujer sumamente hermosa unos años menor que el y que en ese momento iba a conocer las verdaderas metas de su vida.

El Dedos, inicialmente se había refugiado en el mundo cibernético como uno de esos renegados más, que estaban profundamente insatisfechos y desmotivados por el mundo que les había tocado vivir. Su paso por la escuela había sido una verdadera pesadilla. No por tener que estudiar, cosa que le proporcionaba grandes satisfacciones y se jactaba tener una cultura tanto general como especializada que podía competir con los mejores, sino por tener que soportar la banalidad de sus compañeros de banca. A el Dedos no le interesaba ni el futbol, ni ningún otro deporte. No le interesaba ni el cine ni ver programas de televisión, y, llegada la edad tampoco no se había interesado por las mujeres, ni el sexo, conociendo y estando convencido desde pequeño que la mujer hermosa que conocería algún día cubriría todas sus necesidades al respecto. Siendo un ratón de biblioteca, el Dedos nunca había encontrado temas en común con sus congéneres. Cuando ellos estaban apasionados con actuar las novelas de Salgari, el ya estaba metido en leer los textos de McKenna, Leary, Wilson, Wilber y Lilly que buscaban el desciframiento de la mente humana. Cuando sus compañeros habían descubierto el "Playboy", el ya estaba inmerso en leer las colecciones de Scientific American que se encontraban en la biblioteca que el Centro de Relaciones Culturales con los Estados Unidos mantenía a unas cuantas cuadras de su casa. En fin, el Dedos, durante buena parte de su vida, más que humano, se había sentido como un extraterrestre y en muchas ocasiones había añorado entrar en comunicación con la nave que lo había dejado equivocadamente en la Tierra, hasta que comenzó a soñar con la mujer hermosa y el papel que iba a tener en su futuro. Esos sueños habían impedido que el Dedos se perdiera, se volviera loco o que hasta le hubieran pasado pensamientos de suicidio en los momentos de mayor desesperación. Esos sueños eran su medicina y vivía para el día en el que la mujer hermosa se hiciera presente en su vida.

Aunque pareciera que el Dedos estaba totalmente aislado del mundo, en realidad no era tan tajante la situación. También a escondidas de sus padres, existía la Ratona, la hija de una sirvienta que vivía a tres azoteas de distancia y que por casualidad había entrado a trabajar en el almacén de uno de los distribuidores más grandes de equipos de cómputo del país. El Dedos llevaba tiempo observando a la chamaca, solo unos años menor que él, cuando le ayudaba a su madre a lavar y tender la ropa, y la había visto en varias ocasiones como dios la trajo al mundo por la ventana del baño de su cuarto igualmente ubicado en la azotea. La Ratona, a pesar de ser hija de sirvienta, no era de mal ver y se vestía de esa forma exagerada y calculadoramente provocativa que quitaba el aliento a cualquier hombre que se le cruzaba por el camino. La relación entre los dos había comenzado un año atrás cuando por una de esas causalidades del destino, se habían encontrado en la tienda de la esquina dos veces en el mismo día y la muchacha, conociéndolo también por observarlo desde su propia azotea, había comenzado una conversación, misma que había seguido en el cuarto del Dedos más tarde, y en varias veladas subsiguientes, hasta que habían terminado haciendo el amor en el catre entre un teclado, y otras piezas de computadora.

El Dedos a cambio había adiestrado a la Ratona de forma tan brillante sobre las diferencias y características de los equipos que vendía, que la mujer rápidamente se había convertido en la mejor y más solicitada vendedora, amén de que proveía al Dedos de los equipos más sofisticados y de tecnología de avanzada tan pronto aparecían en el mercado. Lo que era más importante para ambos era que estaban consientes de que la relación era únicamente en mutuo beneficio, ya que la Ratona, al igual que el Dedos, tenía su sueño de vida futura, una vida en el que un genio de computación que rara vez salía de su cuarto, simple y sencillamente no encajaba.


El Dedos estaba tratando de descifrar un complejo código hexagesimal cuando escuchó un peculiar chiflido. El que lo emitía era un hombre cuyo nombre no conocía y al que todos conocían como "el Bigotes".

El Dedos salió de su cuarto y se asomó por la orilla de la azotea. Le indicó con señas al personaje que iba a bajar y verlo en la tienda de la esquina. Su madre en esos momentos estaba en casa y no quería bajo ninguna circunstancia que lo viera junto con el personaje.

El Bigotes era un personaje de apariencia siniestra. Se le veía a leguas de distancia que su oficio no era uno de los que socialmente se consideraran como legales y en efecto, el personaje controlaba casi toda la producción de software pirata de Tepito, el barrio en el que todo se traficaba, fuera o no legal, desde drogas, pasando por mercancía china ingresada al país al margen de las aduanas, medicinas, productos que en otras partes del mundo se vendían en cerrados sexshops y que allí se exhibían en plena calle, en fin, todo lo que tuviera cliente se comerciaba en Tepito, exceptuando quizá los automóviles, aunque el Dedos no estaba totalmente seguro de eso.

Cuando el ciberexperto llegó a la tienda unos minutos más tarde cargando una bolsa llena de cds con los últimos programas que había bajado del Internet y hackeado con eficacia para que funcionaran sin los latosos seriales ni mil preguntas que se tenían poner en formularios que de por si nadie leía, el personaje ya se había bebido media caguama, y eructó fuertemente en forma de saludo.

"¿Qué hay?"

"¿Quieres una?," le contestó el bigotes levantando su botella.

"Ya sabes que no chupo, pero te acepto un chesco."

"Tanta salud te va a terminar matando. Pero bueno, agarra lo que quieras. Yo pago."

Sin tentarse el corazón, el Dedos, tomó de los anaqueles productos suficientes para subsistir por lo menos una semana. Además pidió algunos sandwiches especiales, para compartirlos en la noche con la Ratona y luego, sin más preámbulo le entregó la bolsa con los discos al Bigotes.

"Ahora si me esmeré. Dos de estos los sacaron hace unos días apenas. Y más te vale que te pongas guapo."

"Ya sabes, mi Dedos, como puedes dudar de mi, después de tantos años."

"Siempre puede haber una primera vez."

"¿Y cerrarme la puerta a tu genio? Yo sé con quien estoy tratando."

"Hecho."

"¿Lo otro donde siempre?"

"Si, pero más repartidito. Ya sabes que con esas de Hacienda te preguntan hasta de que color son tus calzones."

"Pero tu insistes en tener tu guardadito en el banco. Yo que tu como yo. Debajo del colchón o pa' pagarles a las que tengo encima."

El código de intercambio había sido establecido mucho tiempo atrás. El Bigotes recogía nuevos programas cada dos o tres semanas y depositaba la paga en media docena de cuentas bancarias diferentes que mantenía el Dedos. El cibernauta jamás había controlado si el otro efectivamente realizaba sus depósitos. No sabía ni siquiera el saldo que tenía en las cuentas. Ya vería más adelante si alguna causa era digna de recibir esos fondos.


El Símbolo

"Es increíble como en un cofrecito tan pequeño puede caber tanta información," comentó Azalea.

"Si, hermanita, como si fuera el disco duro de una compu, solo que ese es más chiquito," respondió Atabulo burlonamente.

Los gemelos se adoraban mutuamente, pero no cesaban de hacerse burla, ironizarse y satirizarse entre ellos. Sofía ya conocía la dinámica y la disfrutaba enormemente. Si había algo que la atraía a esa pareja era que uno nunca se aburría con ellos. Alguno de ellos siempre tenía algún comentario jocoso y por más grave que estuviera una situación siempre terminaba uno riéndose. Los gemelos vivían al pie de la letra el viejo refrán chino que decía: "la vida es demasiado seria para tomarse en serio," y si eso se podía aplicar a la vida, con más razón se tenía que aplicar a las personas.

No es que el trío se tomara a la ligera al mundo. Pertenecían a una generación de la que muchos integrantes estaban irremediablemente perdidos en el mundo de las drogas, la evasión cibernética y mil otras cosas que la sociedad había inventado para mantener a todos esos jóvenes inmersos en esquemas más o menos peligrosos y dañinos de evasión. Ellos eran de los pocos de su generación que pensaban de otra forma. Aunque sus vidas eran bastante convencionales en términos generales, cuando se juntaban eran una bomba, y de acuerdo a lo que había en el cofre, esa bomba estaba pronta a estallar.

"Si mi madre tiene razón, ya somos 10 de los 13."

"Diez de los doce, ¿no?"

"Sofía tiene razón, hermanito, ella es la número 13 y no la 12."

"Entonces el reto es encontrar a los otros 10. ¿Alguna idea?"

"Pues podemos poner un anuncio en el periódico. En el Reforma ahora hay una campaña para publicar anuncios personales gratuitos," dijo Atabulo.

"Y nos rodearíamos de un montón de gente que va a pensar que se trata de montar una orgía gigantesca," le respondió su hermana, "yo digo que hay que esperar. Si esa gente tiene que llegar, llegará sola y cada uno en su debido momento."

"Sí, creo que tienes razón," le dirigió la palabra Sofía, "lo peor que puedo hacer en este momento es preocuparme por buscar a 10 personas que no sé ni cómo buscarlas. Que el universo se las ingenie para traerlas conmigo."

"¿Y cómo vas a saber si alguien es uno de esos?"

"Podríamos pedir al universo que le informe a los demás que se identifiquen con un símbolo."

"¡Ya!, así de sencillo. Como una palabra en clave para consultar tu cuenta de correo electrónico," dijo Azalea al ver el rostro incrédulo de su hermano.

"Podría funcionar."

Sofía se quedó pensando un momento. Los gemelos la contemplaron inmóviles y no la interrumpieron con más palabras.

"¿Se acuerdan que tenemos algo en común, nosotros tres?"

"No creo, si mi hermanita y yo somos como el agua y el aceite," contestó Atabulo.

"Cuando calculamos nuestras fechas en el calendario azteca, resultó que los tres nacimos en un día Ollin, eso es lo que tenemos en común y ese va a ser el símbolo de identificación."

"Lo recuerdo, es ese símbolo de dos ángulos entrelazados que tienen un chipote en la esquina," dijo Azalea.

"Ese mero. Pero debe de haber variantes y también hay que considerarlas. Para empezar el símbolo equivalente en el calendario maya se llama Kaban, y en el zapoteca es xoo."

Sofía se acercó a los estantes y sacó varios libros que comenzó a hojear.

"Miren," les indicó a los gemelos, "aquí tenemos el glifo de Kaban y sus variantes. Los mayas escribían de forma muy regionalista. En cada sitio maya hay variantes personales de cada uno de los glifos. Por eso a los historiadores y antropólogos se les ha complicado tanto leer el maya. Primero tienen que adivinar las equivalencias y luego tienen que tratar de deducir el significado."

"En los calendarios azteca y zapoteca no sucede eso. Hay como más unidad en la forma de representar los glifos. Por lo mismo podemos decir que eran sociedades más totalitarias e incluyentes. No había tanta libertad creativa como en la época de los mayas."

"Entiendo. Pero podemos expandir el significado un poco si nos dices que significa cada uno de esos glifos. Ya sé que Ollin significa movimiento, pero que es lo que se supone que significan las versiones mayas y zapoteca."

"El xoo zapoteca normalmente se traduce como terremoto."

"Un movimiento de la tierra. Eso no me gusta," se asustó Azalea, "puede que signifique que encontremos a uno o varios de los 10 en o después de un temblor."

"Claro, pero no tiene que ser un temblor tan devastador como el del 85," aclaró fascinado Atabulo.

"El significado de Kaban es un poco más complicado. Yo creo que los mayas llamaban a la tierra "Kaban Ek". Por eso muchos traducen el glifo simplemente como tierra. Pero la raíz "kab" se refiere tanto a las abejas como a la miel. Y "ek" se usa indistintamente para estrella, planeta, negro y muchas cosas más dependiendo de cómo se pronuncie. Así que podemos decir que Kaban Ek significa algo así como planeta de las abejas o planeta de la miel."

"Será entonces que nuestro planeta se distingue de todos los demás por tener miel."

"Y de ser así no se me antojaría viajar a Venus, la miel es mi dulce favorito," comentó riendo Azalea.


Una hija de pueblo

En San Juan existían dos poderes: el del párroco y el del capo de los madereros ilegales. El primer poder, detentado por el padre Jerónimo desde hace más de 15 años sustentaba su liderazgo en las costumbres implantadas por los evangelizadores medio milenio atrás, ya que, para orgullo del pueblo, éste contaba con uno de los templos dominicos más antiguos no sólo del país, sino de todo el continente. El poder de la iglesia, en pleno siglo XXI seguía sin haberse menguado significativamente en los últimos trescientos años. La parroquia, a través de varias familias prestanombres era el mayor terrateniente de San Juan, empleaba a un cuarto de su población y, evidentemente, les volvía a quitar buena parte de sus salarios a través de limosnas, pagos de servicios doctrinales, las interminables restauraciones del templo que gracias a los sistemas de corrupción se cotizaban siempre con el doble de su costo real para que el cura y sus allegados pudieran gozar de algunas de esas comodidades que, sobra decirlo, ninguno de los demás habitantes de la aldea podía permitirse.

El poder del capo de los madereros ilegales sustentaba su poder en el hecho de que San Juan estaba enclavada en una rica zona forestal, una de las pocas en el país que todavía no habían sido explotadas hasta terminar con ellas, pero, al ritmo de la tala ilegal, esto ya no podía seguir así por mucho tiempo. El gobierno central en 1936 había establecido un parque nacional de 4669 hectáreas que comenzaba en la orilla misma de San Juan. Pero el gobierno central, al mismo tiempo no había hecho mucho más que mandar a unos cuantos guardias forestales que eran míseramente pagados y por lo tanto perfectamente corruptibles. Además, el capo estaba coludido con todo tipo de autoridades que se hacían de la vista gorda, facilitaban el transporte de la madera a los aserraderos, y se llevaban una buena tajada de los beneficios. El poder del capo era tolerado por la vasta mayoría de los habitantes de San Juan ya que más de la mitad de ellos sustentaban su economía directa o indirectamente en la explotación de los recursos forestales.

A pesar de que estos dos poderes habían funcionado paralelamente, y el capo maderero tradicionalmente era uno de los principales aliados del párroco, durante ya medio ciento de años, esto estaba a punto de cambiar y la culpable de este cambio era una muchacha llamada Melisa.


Los orígenes familiares de Melisa eran imprecisos. Su abuela había servido de ama de llaves para el cura anterior y en una de esas había salido encinta. El hijo de ese embarazo era su padre y todo el pueblo presumía que el cura y su abuela eran amantes, aunque la abuela siempre había dicho que su hijo era producto de un romance pasajero que había tenido con un forastero que le había prometido sacarla del pueblo para casarse con ella. Aunque la abuela había trabajado durante toda su vida en la casa del párroco y este le había brindado una economía algo mejor que al resto de los habitantes del pueblo y el niño se había criado en la misma casa parroquial, había tenido atenciones especiales del párroco en cuanto a su educación y era uno de los pocos habitantes del pueblo que había terminado la escuela media superior, a la hora de casarse se había encontrado que todas las muchachas casaderas del pueblo le habían dado con la puerta en las narices. El papá de Melisa, a la antigua usanza, había ido a explorar la "cosecha de mujeres" de los pueblos vecinos y, hecha la selección, simplemente se había robado a la escogida para desposarla. Por lo mismo, el matrimonio no había sido feliz y los dos esposos pronto habían dejado de compartir su vida más allá de seguir durmiendo juntos y criar a su mejor entender a sus hijas. El padre de Melisa después de unos años, contando con la ventaja que le proporcionaba la preparatoria, había sido contratado en la capital del estado Cuernavaca, y, con las dificultades inherentes al traslado simplemente había optado por cambiar de residencia y le puso una tienda a su mujer con cuyas ganancias se mantenía a la familia. Las visitas del padre se hicieron cada vez menos frecuentes hasta que el hombre había desistido venir más que a los compromisos familiares imprescindibles como las graduaciones, los quince años y, más recientemente al bautizo de su primera nieta, hija de la hermana mayor de Melisa.

Melisa no extrañaba a su padre más de lo que se extraña a un pariente lejano y a lo largo de los años había volcado todo su amor a su ya anciana abuela. Por ella se desvivía, la llevaba a la capital del estado a hacer sus compras, a visitar al médico y a confesarse en el convento de las Clarisas una vez a la semana, la acompañaba diariamente a la misa de siete y a los rosarios de los muertos que la abuela seguía supervisando incluso cuando ya estaba confinada a la silla de ruedas los últimos años de su vida. Cuando la abuela murió, habiendo cumplido los ochenta y tantos, el mundo de Melisa se vino abajo, no tenía a quien asirse, a quien pedir consejo, a quien amar, ni nadie que escuchara sus confidencias, y la joven durante un buen tiempo se sintió completamente abandonada y sin la capacidad de dar rumbo alguno a su vida, aún contemplando las pocas opciones reales que se ofrecían en el pueblo. Atendía la tienda de su madre con desgano cuando ésta se ausentaba, iba a la escuela entre nubes sin asimilar realmente lo que se enseñaba y se había sorprendido que aún así sus calificaciones fueran aprobatorias. Por atender tanto a su abuela nunca se había dado el tiempo de hacerse de amigas entre sus compañeras y las chicas de su edad, resentidas por tantos fracasos en las intentonas de hacer amistad con ella, ahora ya no la buscaban y sus intercambios se limitaban a los mínimos necesarios. En suma, Melisa estaba sumida en una grave depresión y quizá la vida hubiera sido sumamente penosa para ella si ese día no se hubiera cruzado Pedro, el hijo del capo maderero, en la salida de la iglesia.

Aunque Melisa sabía quién era Pedro, como todos los habitantes de San Juan lo sabían, por ser el hijo del personaje más importante del pueblo, no lo había visto en varios años ya que el capo había mandado a su hijo a un internado en la capital del estado para que absolviera la escuela en una escuela particular de buen prestigio. Pedro, recién egresado de la preparatoria, tenía planes para continuar estudiando en la Universidad Nacional, pero su padre, preocupado por la continuidad del negocio del control de la tala clandestina, se había negado rotundamente a seguirle financiando estudio alguno, con el argumento de que el hijo, mientras hubiera bosque, tenía más que asegurado el futuro.

Ese día, terminada la misa, Melisa había salido de la iglesia, como siempre, y se había encontrado de frente con Pedro quien estaba sentado, fumando, en una banca del atrio. El joven había llegado a refugiarse a ese sitio porque huyendo de su padre quien había querido que Pedro acompañara y supervisara a un grupo de taladores en uno de los valles más alejados, un viaje que le habría implicado no solo riesgos, por lo inaccesible del terreno y varios días de incomodidades ya que el grupo tenía que pernoctar en el monte durante varias noches hasta que se tuvieran suficientes árboles talados para llenar los camiones que los transportarían a los aserraderos.

Pedro se había levantado temprano y dándole la impresión a su padre de que seguía sus instrucciones, se había encaminado hacia el lugar donde se reuniría el grupo, pero, a medio camino se había desviado hacia la iglesia y llevaba sentado más de una hora en la banca pensando en cómo resolver su situación.

Al ver a Pedro sentado en la banca, Melisa se había sonrojado y tartamudeado un saludo, sabiendo perfectamente bien que el joven rebasaba con creces sus esperanzas de ser un partido para ella. Había por lo menos una treintena de chicas en el pueblo que estaban mejor posicionadas que ella para conquistar y llevarse al muchacho como premio a sus esfuerzos.

Pero Pedro se había quedado flechado. Ese elemento inexplicable que habita en el interior de la gente y que hace que se enamore se había manifestado inexorablemente en el joven y en ese mismo instante supo que se había encontrado a la mujer con la que compartiría el resto de su vida. Haciendo gala de toda la experiencia que le había proporcionado su estancia en el internado donde ya varias muchachas habían sucumbido a sus encantos de forma más o menos pasajera y sin que pasara algo más serio que salir a bailar o a tomar un café con ellas, Pedro había seguido a Melisa hasta la tienda de su madre y comenzó a cortejarla.

La situación inicialmente le había parecido de lo más absurdo a Melisa y a Pedro le había costado mucho trabajo convencerla de que sus intenciones eran de lo más serio, hasta el día en que la había invitado a pasar un día en la capital del estado donde se celebraba una feria anual. La madre de Melisa, especulando con el posible ascenso social en los escalafones del pueblo, encantada había concedido su permiso y hasta le había comprado unos condones a Melisa y susurrándole las instrucciones sobre como usarlos le había dado a entender que no habría regaño alguno si llegara a meter al muchacho en la cama. Ante esta perspectiva Melisa, bien adoctrinada por los curas en años de sermones de misas de siete, se había sentido ofendida no solo en lo más íntimo de su ser, sino también como persona. Habiendo ya crecido su confianza en Pedro le había confesado la situación en la que la había puesto su madre y el muchacho, riéndose de buena gana, había tirado los condones por la ventana del coche que le había regalado su padre con la intensión de mantenerlo en el pueblo.

"Cuando lo hagamos, Melisa, lo haremos sin estos, bien enamorados y bien casados. Eso te lo prometo."

La estancia en la feria había tenido dos consecuencias. La primera fue que Melisa había aceptado a Pedro formalmente como novio y la segunda, más trascendente para el futuro de San Juan, fue que Melisa había descubierto a las abejas y había tenido la visión que iba a transformar su vida.


La Herencia

Sofía y los gemelos se pasaron el resto de la mañana buscando todo tipo de información que les diera el más amplio panorama posible sobre el símbolo de Ollin. La vasta biblioteca de los Alcocer resultó de gran utilidad, pero también recurrieron al Internet y por esa misma vía Sofía mandó varias indagaciones adicionales a investigadores conocidos suyos.

Ya era relativamente tarde para las costumbres de la casa cuando sono la campana que siempre convocaba a la familia a comer. Evidentemente la presencia de los gemelos en la mesa estaba prevista como siempre que estaban en casa. Ya había sucedido en mil ocasiones antes y el día de hoy no podía ser una excepción.

Cuando bajaron al comedor, Sofía no solo encontró a su abuela sentada ya en la cabecera de la mesa, sino también a un hombre, a quien rápidamente identifico como el tío Aldo. Atando cabos con la carta de su madre, no le resultó difícil explicarse su presencia. Tal parecía que ese día en especial estaba hecho para que todo su pasado remoto la alcanzara.

"Tío Aldo, que gusto," lo saludó Sofía, y luego le dio un beso a su abuela. "Supongo que ya conoces a los gemelos."

"Imposible olvidarlos, tu abuela justamente me platicaba de cuan solidarios se han estado portando contigo en estos días aciagos."

"Bueno, las cosas han estado difíciles, es cierto. Pero la muerte es una parte natural de la vida y en muchas culturas incluso la celebran. Yo estoy convencida de que mi madre, donde está ahora, está mejor que en este plano. Por lo menos ha dejado de sufrir y de preocuparse por su terrible hijita."

"¿Y cuéntame, que tan enterada estás de los asuntos que se refieren a tu padre?"

"Hasta ahora sé que se llama Kemal Güney y que ahora es un importante general turco. Me muero de curiosidad de conocerlo. Mi madre me dejó una carta donde menciona que él estaba dispuesto también a conocerme."

Al primer secretario se le ensombreció el rostro ante la emoción de la muchacha, y tardó unos instantes en volver a tomar la palabra.

"Pues, mucho me temo, querida niña, que eso no va a ser posible. Y vine justamente por eso. Resulta que en una extraña coincidencia del destino tu madre y tu padre, el general Güney, murieron el mismo día, y tal parece que hasta a la misma hora. Hoy en la mañana he recibido una llamada telefónica de su secretario en la que me comunicó la triste noticia."

Sofía se quedó perpleja. Ya se había soñado en la lejana Turquía recorriendo antiguos palacios llenos de historia de la mano de su padre.

"Supongo que estaban atados por el destino. Es la única forma de explicarlo. Mi madre nunca pudo tener una relación con pareja alguna y al parecer el tampoco."

"Si, eso es totalmente cierto. Una vez tuve la oportunidad de tener una larga charla con él y el único tema que quiso tocar era saber detalles de ti y de tu madre."

"Aunque nunca lo conocí hasta ahora lo tendré siempre presente en mis oraciones y meditaciones," dijo Sofía tan desde el fondo del corazón que sorprendió a todos.

"Pero a la mala noticia también hay que agregarle una buena," continuó Aldo, "el general amén de que fue heredero de una considerable fortuna, también tuvo la habilidad de incrementarla de forma importante y tu eres su heredera universal."

"¿Lo que significa…?"

"Que en unos pocos días puedes tener a tu disposición una cantidad bastante importante de bienes y recursos. En Turquía corren rumores de que el general Güney era uno de los hombres más ricos del país. Por lo menos era el militar con mayor fortuna personal y eso en un país con muchas décadas de militares como gobernantes es decir que tenía muchos, muchos recursos."

Sofía se quedó estupefacta. Una de las preocupaciones que la habían acechado constantemente desde que tomara conciencia de la inminente muerte de su madre era que la responsabilidad económica de la familia, el mantener la casa y a su abuela ahora iba a caer en sus hombros. No es que la abuela estuviera totalmente carente de recursos, pero la magra pensión que recibía desde la muerte del abuelo definitivamente no era suficiente ni si quiera para que ella se mantuviera a si misma. Era dudoso que ambas recibieran algún apoyo económico de algún lado por la muerte de su madre y ahora todo eso se resolvía como por arte de magia.

"Hasta donde yo sé tu padre no tenía parientes lo suficientemente cercanos como para disputarte esa herencia, así que no debería haber ningún problema para que en poco tiempo cuentes con ella. Es muy probable que tengas que viajar a Turquía para firmar algunos papeles y tendrás que buscar a alguien quien administre la parte que corresponde a los múltiples inmuebles, pero en fin, estoy dispuesto a ayudarte en todo lo necesario."

La más visiblemente conmocionada en la mesa ahora era doña Martha y Sofía se percató de ello.

"Si estás pensando lo que creo que estas pensando, amada abuela, déjame que te diga que mi madre me escribió que perdonó a mi engendrador en el momento mismo en que me tuvo por primera vez en los brazos. Lo mismo hice yo tan pronto me enteré de cómo fui engendrada. Hay que entender que ese tipo de cosas son normales en los sistemas sociales que se rigen por los esquemas de la dominación y, si algo he de hacer en mi vida es tratar de romper con ese tipo de patrones. Así que, ya ves como de un mal nace un gran bien, primero estoy yo, aquí, vivita, coleando y queriéndote con todo mi corazón, luego está esa bendición que ahora llega en forma de dinero. Me tendrás que prometer que tan pronto tenga en mis manos esos recursos harás una enorme maleta y te pasarás una buena temporada en Europa visitando a todas esas señoras con las que te has estado carteando toda la vida. Si le entendí bien al tío Aldo, vamos a tener de sobra para eso y mucho más. Así que quita esa cara y celebra conmigo y con nosotros. La vida me ha quitado mucho, a mi madre y a mi padre para empezar, pero también me ha dado todo lo necesario para poder hacer aquello para lo que fui destinada."

"Bendito sea ese señor general y que, Dios, no, creo que en Turquía son musulmanes, que Allah lo tenga en su gracia," dijo la abuela.

En esos momentos Gloria entró con una charola cargada de viandas y sin mediar más conversación los comensales comieron con buen apetito.


La Marucha

La Marucha, como era conocida en la zona de tolerancia de la Capital, llevaba ya varios años desempeñando cuando cayó la Redada. No fue la primera redada en la que la Marucha se había visto involucrada. En sus primeros años de trabajo las visitas de la policía eran frecuentes y las redadas interrumpían sus jornadas de trabajo con regularidad por lo que todas las muchachas tenían sus guardaditos para poder sobornar a las autoridades y salir pronto de los confinamientos para regresar al trabajo cotidiano. La Marucha no recordaba nada en especial de esa ocasión a parte de que el barrio estaba prácticamente muerto debido a una perseverante llovizna y de que una de sus compañeras había sido golpeada con una inusitada brutalidad por un grupo de policías novatos que evidentemente se habían querido lucir frente a sus nuevos comandantes.

Pero esa redada se había convertido en la Redada para ella y a partir de entonces su vida había cambiado radicalmente. Durante las horas que había pasado encarcelada había tomado la decisión de organizar a las muchachas y con el tiempo se había convertido en una líder respetada por todos los que integraban el submundo de la prostitución de la Capital y las autoridades. Su éxito y fama era tal que uno de los nuevos partidos políticos incluso ya le había ofrecido una curul en la Cámara de Diputados, una oferta que había declinado con sarcasmo pero que hasta la fecha le seguía rondando por la cabeza.


La primera batalla de organización que había encabezado la Marucha fue sacar a la prostitución de la visibilidad de la calle. Para lograr ese cometido inicialmente las muchachas habían tenido un elemento de suerte insospechada. El dueño de un hotel había muerto y sus herederos le habían facilitado la adquisición del inmueble en unas mensualidades bastante cómodas. Marucha, a parte de implementar un patio techado donde se pudieran realizar más cómodamente las negociaciones entre los clientes y las muchachas, había implementado una guardería para los hijos de las mujeres y un consultorio médico en el que se atendían todas las enfermedades propias del oficio que ejercían sus agremiadas.

El modelo que había creado la Marucha con su primer inmueble tuvo una excelente acogida entre las muchachas. Las que habían tenido la suerte de afiliarse desde un principio a la organización prosperaron rápidamente sin tener que esforzarse tanto como las demás mujeres del oficio. En consecuencia otras muchas se organizaron y buscaron la forma de hacer lo mismo y la Marucha siempre estuvo dispuesta a ayudar con consejos, la implementación de nuevos espacios y todos los demás grupos habían optado por afiliarse a la organización creada sin considerar siquiera la creación de nuevas.

Una vez mejoradas las condiciones materiales de trabajo, la Marucha, motivada ahora por las problemáticas tanto de salud como de psicología e idiosincrasia que veía y registraba cuidadosamente en un diario, comenzó a buscar alternativas para que la mujeres pudieran trabajar en su difícil oficio en mejores condiciones. Un primer logro en este sentido fue que en los establecimientos de la organización se impusiera el uso universal de los preservativos incluso para el sexo oral, cosa que, cuando ella comenzó a trabajar en las calles era una práctica muy poco recurrida a consecuencia de lo cual la mayoría de sus compañeras no solo caían tarde o temprano en una situación de salud precaria contrayendo todo tipo de enfermedades venéreas, sino que la mayoría de las mujeres periódicamente quedaban embarazadas y, si no querían tener a sus hijos, tenían que recurrir a los consultorios más insalubres y costosos para que les practicaran abortos. El uso de los preservativos había ayudado en ambos aspectos reduciendo significativamente las enfermedades y los embarazos. Los médicos que daban consulta a las agremiadas de forma gratuita y pagados por los fondos de la organización tenían que recurrir cada vez menos a la práctica de abortos y atendían cada vez menos enfermedades en estados graves de avance porque las infecciones, si es que llegaban a suceder se podían combatir desde los primeros síntomas.

En la segunda etapa de atención de salud, la organización de la Marucha había decidido ya no solo la contratación de médicos, sino de psicólogos que ayudaban a las mujeres a superar las problemáticas típicas que conllevaba el desempeño de su oficio. Entre varias de ellas habían establecido un reglamento pragmático psicológico que todas tenían que aprender de memoria y aprender a respetar a la letra si querían ser aceptadas por la organización. A consecuencia de ello el clima de trabajo había mejorado significativamente. Las mujeres comenzaron a desempeñar su oficio con orgullo y muchas de ellas pudieron llegar a un punto de informar y hacer saber a sus familiares y amigos que se dedicaban a la prostitución como oficio. Algo que sin las sesiones de apoyo y sin el reglamento hubiera sido imposible.


La Marucha de hoy en día era una mujer distinta a la que había sido al comienzo de su lucha. No era una mujer que se distinguiera en particular de otras mujeres y en su persona se podía ver la clara demostración de que el ejercicio de la prostitución no requería de un cuerpo particularmente bello, de rasgos extravagantes u otra característica física. La Marucha de hoy estaba convencida de que para que una mujer tomara la decisión de ejercer el oficio en realidad solo había dos caminos: el primero, su propio camino, era la pasión por el sexo aunado a un inexplicable impulso que lo separaba de lo emocional lo que permitía que esas mujeres pudieran tener el valor para tener relaciones con absolutos desconocidos; el segundo, el camino que había llevado a ejercer el oficio a la gran mayoría de sus compañeras, era la desesperación de no encontrar otras opciones de satisfacer las necesidades dictadas por la supervivencia y sobre todo, la de garantizar la supervivencia de sus hijos. Muchas de sus compañeras eran madres solteras, madres maltratadas y o abandonadas por sus parejas. Mujeres que se tenían que enfrentar a una dura realidad económica que tenía que sembrada la semilla de no brindar oportunidades de oficio dignas a las mujeres. Y aunque la Marucha nunca consideró su oficio como un oficio indigno, muchas de sus agremiadas si sufrían una enorme carga psicológica por ejercerlo, aligerar y liberar esas cargas era el móvil profundo que desde un principio había hecho que la Marucha lograra hacer lo que hizo y reflexionar sobre ello la había llevado a explorar un camino en el que poco a poco se había entretejido inexorablemente toda la complejidad de la vida humana.

Estas exploraciones habían llevado a la Marucha primero a las bibliotecas donde había comenzado a leer libros sobre el sexo, la psicología, la historia y mil otros temas relacionados con su oficio, luego había recurrido a personas que ella consideraba experta en los temas que le preocupaban, y finalmente, había comenzado a generar un gran intercambio de opiniones entre personas de todo el mundo que había contactado en parte gracias al Internet. Pero poco a poco se había dado cuenta que lo que iba encontrando no estaba en concordancia con lo que ella y sus agremiadas experimentaban en la vida cotidiana. La Marucha había comenzado a confiar cada vez más en los dictados de su propia experiencia y su sentido común y la conclusión a la que había llegado era que en la sociedad mismo había algo que estaba profundamente equivocado y que si bien no era probable que viera cambios en su propia vida, su destino era comenzar a generar un cambio tan profundo en su entorno social que pudiera llamarse una revolución, aunque el término nunca le había gustado y en un momento de inspiración lo había transformado en replacenterización.

Su lucha por la replacenterización de la sociedad tenía que ser implacable. Era luchar contra todo lo que generaba dolor y sufrimiento a la gente. La Marucha se daba cuenta perfectamente bien que esa lucha trascendía los límites del oficio que desempeñaba y atañía a todos los ámbitos de la sociedad. Lo que ella quería lograr era que toda la gente comprendiera que se tenía que vivir para el placer y no para el dolor y el sufrimiento que estaban tan metidos en las mentes, las vidas y las relaciones que tenían todos los seres humanos.


Nati Gemini

Después de la comida, Aldo había aducido algunos asuntos importantes para retirarse y doña Martha, Sofía y los gemelos habían decidido tomar el café en la biblioteca. Aunque Inés le había comentado mucho sobre las cosas que había dejado en el cofrecito, la abuela no conocía todos los detalles o no recordaba todos ellos. Por ello su curiosidad no fue fingida cuando Sofía le fue develando poco a poco el contenido, mientras Atabulo estaba ocupado en buscar un mapa detallado de Turquía en uno de los atlas que había en la biblioteca y Azalea rastreaba las imágenes de la tercera diosa que Sofía no había logrado identificar en la sección dedicada a los libros que trataban sobre el Lejano Oriente.

Doña Martha, en su momento había hecho todo lo que estaba en sus manos para apoyar a su hija después del traumático episodio que había vivido en Turquía, pero nunca había atinado en comprender realmente porque su hija no había recurrido a soluciones tales como el aborto o dar a su hija en adopción como se solía hacer en ese tipo de casos. Por eso mismo, lo que más le interesaba a la anciana era encontrar esas respuestas y le dedicó particular atención al diario de su difunta hija. Conforme lo iba haciendo, los velos de la no comprensión renglón por renglón se había desgarrado y terminada la lectura no tuvo más remedio que admirar profundamente a su hija por el valor y la entereza con la que había enfrentado la situación más allá de los dimes y diretes sociales, de los conceptos éticos y morales y, sobre todo, teniendo una fe absoluta en las últimas palabras de su maestro.

La abuela de Sofía, a lo largo del tiempo también había usufructuado no solo del amor de Sofía a quien quería entrañablemente y ya hacía mucho tiempo no lamentaba tener en su vida, sino, ahora se daba cuenta, también de las enseñanzas que el maestro había brindado a Inés. Ésta, en innumerables ocasiones le había dicho palabras, dado masajes y hasta la había introducido en el arte de la meditación. Gracias a todos estos secretos, la vida de doña Martha había sido una vida reconfortante y llena de satisfacciones a pesar de su temprana viudez.

"Tu madre fue una mujer admirable en más de un sentido, Sofía."

"Lo sé, abuela, y soy la primera en apreciarlo."

"Muchas veces, durante los largos meses que duró su embarazo, tuvimos discusiones muy amargas sobre esa situación. En aquel entonces tu madre y yo no compartíamos los mismos puntos de vista. Tengo que confesar que yo estaba, y quizá siga estando muy chapada a la antigüita. Primero, cuando todavía era tiempo, le aconsejé el aborto, más tarde la adopción y hasta traje a unas personas de una agencia a la casa para que hablaran con tu madre. Ella nunca quiso hablar del tema y hoy en día, viéndote a ti con todo ese valor, con esa madurez con la que enfrentaste la muerte de tu madre, no puedo más que agradecer al cielo que tu madre nunca me escuchó y sacó a esa gente de la agencia a patadas de la casa."

"Ya me imagino la situación, abuela, supongo que pensaste que estabas haciendo el peor oso de tu vida," se rió Sofía.

"No estás del todo equivocada," le contestó la abuela sonriendo a su vez, "lo que sigo sin entender es eso de la profecía. Y, la verdad, me da pavor de que tengas que ir a Turquía para recolectar esa herencia."

"Bueno, abuela, en lo que respecta a la profecía estoy igualmente a oscuras. Y en los segundo, la ida a Turquía, no podemos creer que todos los turcos son violadores, ¿no es cierto?, desde aquellos tiempos en los que estuvo mi madre allá a la fecha han cambiado muchas cosas. Es un importante receptor de turismo, las playas turcas son famosas y de sus monumentos que pertenecen sin duda a los más importantes de la civilización europea ni hablemos."

"Si, supongo, que tienes razón. Pero tienes que prometerme que no vas a andar por allí solita, explorar los bazares y los callejones oscuros como es tu costumbre. No te alejes de Aldo en ningún momento, y si no te puede escoltar a algún sitio has que te lleve su chofer, o alguien de confianza de la embajada."

"Bueno, pensándolo bien, abuela, creo que no voy a ir a Turquía tan sola. Si el tío Aldo me presta el dinero suficiente, me gustaría llevarme a los gemelos que no han tenido la oportunidad de viajar más lejos que a Acapulco en toda su vida."

"¡Que nos vas a llevar contigo!," se asombró Azalea, "eso sería el premio mayor que persona alguna se pudo haber sacado al ser amigo de alguien."

"Pues resulta que no lo hago por amistad, sino por conveniencia," respondió Sofía socarronamente, "en primer lugar ya estamos mágicamente atados más allá de una mera amistad, o por lo menos eso es lo que dice mi madre en su carta, en segundo lugar, tengo que estar absolutamente segura que a esta adorable mujer, que es mi abuela, no le falte el sueño por gracia y obra de las preocupaciones inexistentes y, por último, es importante saber que tres pares de ojos ven más que uno solo. Si he de descubrir algo en Turquía, necesito que por lo menos uno de ustedes sea testigo de todo aquello."

"Bonitas razones," adujo Atabulo, "pues a mí me encanta ser detective y si quiere, doña Martha, antes de irnos todavía puedo hacer uno de esos cursos relámpago de defensa personal que dan en la academia de policía. Dicen que esos cursos son sumamente efectivos."

"No es para tanto, querido," se rió la abuela, "con saber que Sofía está tan bien acompañada es más que suficiente."

Gloria entro en la biblioteca con la charola del café. La dispuso en la mesita a lado del cofre y se aprestó a salir nuevamente.

"Atabulo, ¿sabes donde se guardan las tazas en la cocina?," preguntó Sofía.

"Claro."

"Pues entonces baja corriendo por una, que la nana no sale de aquí hasta que no nos haya contado esa historia que nos debe. Y tú, nana, ¡sentadita allí y sin excusas!"

"Pero niña, todavía me falta terminar todo el quehacer de la cocina."

"Eso me lo supongo muy bien, pero la abuela no tiene nada en contra. Además tus días de hacer el que hacer están por terminar, así que más vale que vayas abriendo los ojos para encontrar a alguien que lo haga."

"¿Me van a despedir?," preguntó Gloria asustada.

"Despedirte, no, de ninguna manera. Te quedarás en esta casa hasta que te hagas viejita. Pero ya no tendrás que hacer nada en la casa que no tengas ganas de hacer. Para eso vamos a contratar a otra persona más joven y lo único es que tendrás que supervisarla."

"Vaya, eso es más de lo que esperaba. Ya me había familiarizado con la idea de que iba a tener que trabajar hasta el día en que me sacaran de aquí con los pies por delante."

Atabulo regresó con la taza, y Sofía personalmente sirvió el café para todos dando la primera taza a su nana: "Bien, ya estamos juntos y somos todo oído."

Gloria tardó unos momentos remembrando y buscando como contar la historia mientras los demás la miraban con expectación. Después de beber unos sorbos de café, la nana finalmente comenzó a hablar.

"Bueno, seguramente ustedes se preguntarán cómo es que doña Licha y don Filemón me hicieron madrina de los gemelos. La verdad es que la culpa la tuvo Sofía."

"Siempre pensé que era porque eras su mejor clienta yendo varias veces al día…," comentó Sofía.

"Como saben, los gemelos son unos meses menores que tu, Sofía. El día en el que nacieron, doña Inés y doña Martha estaban fuera, tuve un encargo en la tienda y como no había quien cuidara a la niñita Sofía me la llevé en brazos. La niña se portó muy bien la primera parte del camino, como la mitad de la cuadra. Pero un poco antes de llegar a la tienda se puso muy inquieta, como si me quisiera brincar de los brazos e ir corriendo a la tienda, pero todavía no podía caminar, mucho menos correr."

"Siempre fue muy precoz, nuestra amiga," se rió Azalea.

"Traté de entender que quería la niña y primero quise regresar a la casa, pero Sofía me hizo señas de alguna forma que fuéramos a la tienda. Cuando por fin llegamos, Licha, su madre, que tenía la panza que le reventaba de grande, estaba tirada en el suelo justo delante del refrigerador de las carnes frías que acababan de comprar y era todo el orgullo de Filemón."

"Y lo sigue siendo," agregó Atabulo, "hay días en los que ese exhibidor es más importante que nosotros, sobre todo cuando se descompone."

"Yo, asustada porque no le podía ayudar a mi comadre, porque traía cargando a la niña, me quise ir detrás del mostrador donde está la puerta de la casa donde vivían…"

"Y seguimos viviendo."

"Sofía comenzó a hacer movimientos que nuevamente me hicieron detenerme y dudar. Para mí era obvio que quería que la bajara al suelo así que lo hice y la baje unos pasos de Licha. Sin dejar de verla entonces me fui donde la puerta y vi como al mismo tiempo Sofía con toda su energía que tenía se fue a gatas hacia la mamá de Azalea y Atabulo. Cuando llegué a la puerta y la abrí para gritarle a Filemón y que me ayudara a atender a su mujer, Sofía ya había llegado donde la enferma y se le acercó al vientre. Yo me quedé pasmada cuando con una forma rara se puso a sobarle la pancita a la embarazada, como si fuera una partera que se la sabía de todas, todas. Luego llegó Filemón y yo lo detuve para que viera la escena unos momentos. En eso Licha reaccionó y se sentó como si nada. Se dio cuenta que se le había roto la fuente. Filemón agarró a Sofía y me la puso en brazos, salió disparado a parar un taxi y se llevó a su mujer al hospital olvidándose completamente de la tienda.

"En serio, más le valía preocuparse así por nosotros. Creo que nunca lo ha vuelto a hacer," comentó Azalea.

"Me tuve que esperar allí hasta que alguien llegó y me ayudó a cerrar la cortina. Todavía no sabíamos que iban a nacer gemelos. En esos años todavía no había muchos ginecólogos con ultrasonido y Licha no había ido con uno que lo tenía. Bueno, el caso es que los gemelos nacieron unas horas después."

"Así que Sofía fue nuestra verdadera partera."

"Licha muchos días después me comentó que sintió que la niña Sofía con sus manitas había llamado a sus hijos para que salieran al mundo. Que fue una sensación de lo más extraña. Como si el lazo entre ella y los gemelos se hubiera roto en ese momento."

"¿Pero por qué te escogieron a ti como madrina?"

"Bueno, cuando los gemelos recién nacidos regresaron a su casa, yo y Sofía íbamos a verlos por lo menos una vez cada día y Sofía, cuando estaba, hacía todo tipo de milagritos con ustedes. Me acuerdo de varias veces que cuando uno o los dos de ustedes estaban llorando, y yo y Sofía entrábamos al cuarto, se callaban luego, luego. En otra ocasión, cuando ya estaban más grandecitos, Atabulo no quería comer su papilla por más malabares que hacía Licha. Llevaba varios días batallando para que el niño comiera algo que no fuera su leche. Y entonces Sofía toco la cucharita y Atabulo comenzó a comer como si nada."

"Vez, hermanito, siempre te dije que fuiste más rejego para comer que yo."

"Un día llegué a la tienda y Filemón me dijo que habían hablado con el cura para que Sofía fuera la madrina de los niños y el cura les dijo que eso era imposible. Y fue entonces que decidieron pedírmelo a mí porque les daba pena pedírselo a doña Inés o a doña Martha."

"Los eternos prejuicios de clase," comentó Sofía, "mi mamá seguramente hubiera aceptado encantada. Tuvo a un montón de ahijados entre la gente que trabajaba en las excavaciones."

"La verdad es que en esta familia siempre hemos tenido una madrina oficial, dos madrinas no oficiales y una hermana," sentenció Azalea.


Ballenas y delfines

Delfino Torres contemplaba la despampanante figura de Maritza Seeman mientras se quitaba el traje de buceo y poco a poco aparecía su tersa piel ataviada con tan solo un minúsculo bikini blanco. Hasta la fecha no había podido decidir si esa sensualidad de movimientos era nata en la muchacha o si lo hacía conscientemente para provocarlo. En ese segundo caso, el efecto era el justamente adecuado ya que Delfino estaba enamorado hasta la cachas de su patrona.

Maritza, hija de padres inmigrantes alemanes, según sabía, vivía en Los Cabos desde hace unos años. Había estudiado oceanografía en la Universidad de San Diego y estaba a cargo del proyecto de las Ballenas de la SEMARNAP (Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales). La escasez de los fondos que le proporcionaba el gobierno la había obligado a abrir la escuela de buceo de la cual Delfino era el único empleado, lanchero, cargador e instructor.

Delfino, por el otro lado, era un renegado de la Marina. Nació y se crió en Guaymas, un puerto de mediana importancia ubicado en una maravillosa bahía del estado de Sonora que desde el establecimiento de la colonia de San Carlos ya dependía más del turismo gringo que de las labores del puerto. De extracción más bien humilde Delfino había ingresado a la Marina saliendo de la secundaria y se había especializado en buceo de alta peligrosidad. De vez en cuando seguía recibiendo alguna encomienda propia a su perfil, pero, desde que había encontrado el trabajo en la escuela de buceo se había negado a tomar cualquier trabajo que lo alejara por más de unos días de la presencia de Maritza.

Al contemplar el fino rostro de Maritza, Delfino notó que había algo que la preocupaba. Leer a esa mujer resultaba un casi imposible para él. A veces le parecía un algo inalcanzable y frío inmerso en un mundo que le era totalmente ajeno. En otras ocasiones percibía que la barrera interpuesta entre ambos se derrumbaba y era en esas contadas ocasiones en las que Maritza le había compartido lo poco que sabía de su vida. La preocupación presente en el rostro de la muchacha le indicaba que se estaba gestando uno de esos momentos.

"¿Qué es lo que te preocupa?," le preguntó.

Maritza se sonrojó levemente al verse descubierta. Luego sonrió ligeramente.

"¿Sabes lo que representan las ballenas en las viejas tradiciones?"

"No, realmente no se mucho de ballenas, salvo que constituyen un imán para el turismo de Baja California, son los animales más grandes que existen, son mamíferos y sumamente hermosas."

"Los abuelos no cuentan que las ballenas son como bibliotecas flotantes, y que llevan consigo la historia de la Madre Tierra. También nos dicen que fue puesta aquí por los Ancestros de la Estrella del Perro, Sirio."

"Sirio es la estrella más brillante del cielo, ¿no?"

"Correcto, algunos biólogos dicen que la Ballena es un mamífero que posiblemente vivió sobre la superficie de la tierra hace millones de años. En las leyendas tribales, la mudanza de la Ballena hacia el océano sucedió cuando la Tierra emergió y Lemuria, el País Materno original, se hundió debajo de las aguas."

"¿Entonces Lemuria es la Atlántida?"

"No, Lemuria también fue un continente hundido, pero mucho más viejo. En muchos de los petroglifos se habla es ese continente al que algunos también llaman Mu y los abuelos cuentan que la raza roja fue originaria de allí y que tuvo que emigrar a Norteamérica cuando las aguas la hundieron. "

Delfino miro a Maritza con otros ojos.

"Todos los petroglifos hablan del País Materno, y de ese desastre que trajo a la raza roja hacia Norteamérica desde el Oeste, allende las grandes aguas. Los símbolos en los petroglifos hablan de ríos y montañas que cruzaron los ancestros cuando fueron a buscar tierra firme cuando las aguas se apartaron. Y la Ballena vio los eventos que llevaron a la población de Isla Tortuga, que así es como le llaman a Norteamérica, y ha mantenido vivos todos los registros y conocimientos del País Materno. "

"Entiendo."

"Se dice que Lemuria emergerá de nuevo cuando venga la gran bola de fuego desde el cielo y caiga en otro de los océanos de la Madre Tierra. Las gentes nativa están esperando este evento como una señal de los cambios de la Tierra. Los hijos de la Tierra tendrán que unificarse y honrar todos los caminos y todas las razas para poder sobrevivir."

"¿O sea que la ballena también ha hecho una profecía?"

"Supongo que los ancestros te dirían que supieron de esa profecía o bien de la gente que era ballena o de la ballena misma."

"¿Cómo es eso de la gente ballena?"

"Bueno, así como hay gente que es como los perros, fieles, leales y servidores, también hay gente que es como todos los demás animales."

"¿Y tú eres una gente ballena y por eso te preocupas tanto por ellas?"

"Quizá sea por eso que me interesen tanto, pero no, más bien es como los signos zodiacales, pero en animales. Tener o llevar el espíritu de un animal se llama tótem. Y la energía que emana del tótem se llama medicina."

"¿Y saberlo de sana?"

"Por lo menos te ayuda a vivir mejor, ¿no crees?"

"Supongo"

"La gente que tiene la medicina de la ballena está codificada en su propio ADN para entender que las frecuencias de sonido pueden darles acceso a los registros de la memoria del conocimiento antiguo. Por lo regular son clariaudientes o tienen la capacidad de oír sonidos muy agudos o muy bajos. También están bastante desarrollados físicamente y pueden tener el don de la telepatía. Muchas veces, sin embargo, no están conscientes de sus regalos hasta que no sea la hora de despertar los registros dormidos. Muchas personas de la Medicina de la Ballena son capaces de entrar en la mente universal del Gran Espíritu, y no tienen idea de cómo y porque saben lo que saben. Solo más tarde, cuando reciben la confirmación, empiezan a comprender como o porqué han recibido las impresiones. Pero cada animal también te enseña cosas. Son nuestros maestros."

"¿Y qué es lo que enseña la ballena?"

"La Ballena nos enseña cómo utilizar los sonidos y frecuencias que equilibran nuestros cuerpos emocionales y sanan nuestras formas físicas. Recordar porque el tambor del chaman trae sanación y paz, es alinearnos con el mensaje de la Ballena. El tambor es el latido universal que alinea a todas las criaturas corazón con corazón. Antes de la llegada del habla y la lengua primordial, se utilizaron señales manuales, y muchas tribus estuvieron en silencio la mayor parte del tiempo. El lenguaje que se comprendía eran los sonidos de las otras criaturas del Gran Espíritu: los animales."

"Ahora entiendo porque el grupo de canadienses, que vino el otro día, y se la pasaba tocando tambores por todos lados traían pinturas y dibujos de ballenas. Pensé que era porque habían venido aquí para ir a verlas como todos. Pero esos eran como más espirituales."

"¿Y a poco no se te ponía la piel chinita cuando escuchabas como tocaban sus tambores?"

"Bueno, tanto así no, pero que se sentía algo, se sentía. Eso que ni que."

"Esa es justamente la magia. El sonido primordial, y el tambor, o ciertos sonidos de tambor, te conectan con tus registros más antiguos, con tu esencia, lo que eres realmente. Es como si volvieras a escuchar el primer grito que diste cuando el doctor te pegó en las nalgas cuando naciste y comenzaste a respirar. La ballena te permite explorar tu historia personal, pero también la historia de tu alma y la de toda la Tierra."

"OK, entiendo, pero todo eso que me platicas no me explica porque estabas tan preocupada cuando saliste del agua."

"Es obvio, ¿no?, ¿cuánto hace que no ves una ballena sana?"

"Hace mucho, tienes razón."

"¿Qué pasaría con nosotros si todas se murieran?"

"Pues de acuerdo a los abuelos, nos quedaríamos sin historia."

"En efecto, nos quedaríamos sin historia. Vacíos y sin tener a donde ir."

"¿Y que piensas hacer al respecto?"

"Aprender a respirar como los delfines."

"¿No estás diciendo eso en serio?"

"Totalmente."

"Y eso va a salvar a las ballenas."

"Quizá no a ellas. Pero si a nosotros mismos. Tenemos que ir a las Islas Vírgenes."

"¿Me estás invitando?"

"Ya estás en este barco conmigo, ¿no?"

"Si, me estás intrigando y voy contigo hasta donde me dejes ir."

Delfino arrancó el motor de la lancha para dirigirse a tierra. El motor hacía tanto ruido que toda conversación quedaba descartada. Mientras ponía toda su atención de dirigir la embarcación a buen puerto, Maritza se acostó en su toalla y se dejo arrullar por el sol, el sonido del motor y el movimiento de la velocidad combinada con el oleaje.


El contrato

El día no podía terminar sin otra sorpresa más. Un par de horas después de que Gloria y doña Martha se retiraran de la biblioteca, la primera para terminar con su quehacer y la segunda para dormir la siesta, llegó imprevistamente otro visitante. Se trataba de Lucio Vargas, a la sazón director del Instituto Nacional de Antropología e Historia y jefe inmediato de la finada Inés. Lucio era un hombre entrado en los 60's y, excepcionalmente para el gobierno, había escalado los escalafones de la burocracia poco a poco por lo que era un experto conocedor de todos los diferentes departamentos, retos y tareas que formaban parte del INAH ya que había pocas tareas que a lo largo del tiempo no hubiera desempeñado. Había conocido a Inés desde que esta regresara a México de Turquía y había cargado a Sofía en brazos. Era otro de los personajes a los que Sofía llamaba tío y esta le tenía una estima entrañable.

Gloria llevó al distinguido personaje a la biblioteca, convertida ya en cuartel indiscutible del trío conformado por Sofía y los gemelos.

"Tío Lucio," le saludó gustosamente Sofía, "¿qué te trae por aquí? La verdad es que ya había yo pensado en visitarte."

"Bueno, mi querida niña, aparte de volver a presentarte mis condolencias, necesito que me saques de un apuro."

"¿De qué se trata?"

"Bueno, se que eres muy joven, y en otras circunstancias quizá no te hubiéramos considerado, pero la verdad, la temporada de excavaciones está por comenzar y queremos encargarte que termines el proyecto de Palenque que dejó inconcluso tu madre. Si alguien sabe algo sobre ese proyecto en el mundo entero esa eres tú. Si se lo encargamos a cualquier otra persona tendríamos que empezar desde cero y como bien sabes esta ya es la tercera temporada de trabajo."

"Hay, tío Lucio, esto sí que me viene de sorpresa. Recién titulada y ya me honran con algo de tanta magnitud. No sé si estaría a la altura. Quizá si solamente asesorara al nuevo director del proyecto, pero hacerme totalmente responsable…"

"No seas tan modesta, Sofía, sabes perfectamente bien que aun sin haber estudiado antropología, tienes más conocimientos sobre el tema que muchos otros, aun hablando de gente que lleva años en el oficio. Tu traes todo eso desde la cuna."

"Bueno, tío, si realmente es así, me siento muy honrada y trataré de no defraudar tu confianza. Pero tienes que saber algo antes de que me aceptes. Pronto me tendré que ausentar por unas semanas y lo tengo que hacer aun si me contratas."

"¿Y de que ausencia se trataría?"

"No me lo vas a creer, tío Lucio, pero tienes frente a ti a una rica heredera y tendré que ir a Turquía a reclamar mi herencia."

"¿En ese caso en realidad no te interesaría el trabajo?"

"Como bien acabas de decir, tío Lucio, traigo la arqueología en las venas y ni la herencia más cuantiosa del mundo me impediría pasar mis mejores momentos en una excavación, al contrario, si resulta suficiente incluso consideraría aportar los fondos para uno que otro proyecto que anda colgado por allí, pero eso todavía no te lo puedo decir porque no sé ni cuanto voy a obtener."

"Ahora el sorprendido soy yo. ¿Y quién es el desafortunado pariente que te dejo tales cantidades?"

"Bueno, supongo que cuando se trata de herencias siempre hay un aspecto lamentable. Pero el pariente que me heredó toda esa fortuna es el hombre que fue mi padre biológico. Curiosamente murió el mismo día que mi madre."

"Entonces te debo dar un doble pésame."

"¡Aceptado!"

"Bien, ¿y el trabajo en la excavación?"

"Supongo que la temporada comienza como siempre el primero de abril. Eso me da unos días para preparar todo. Pero te tengo que pedir un favor a cambio. Necesito una casa en Palenque con media docena de recámaras, amplia y espaciosa."

"¿Y para que quieres tanto espacio?"

"Eso es mi secreto, pero ya lo verás más adelante. En esta temporada habrá muchos invitados."

"¿Y las condiciones de salario no las piensas negociar?"

"Qué sea lo que se necesite para rentar esa casa y un algo extra. Tengo que ir alimentando a mucha gente."

"Bien, que no se diga más. Le hablaré a Ramiro ahora mismo para que consiga esa casa y comience a buscar a la gente."

Sofía le dio las gracias efusivamente a Lucio y se abrazaron unos instantes antes de que este se retirara. Después de que se cerró la puerta, gritó, como encaramada en el mástil de un barco:

"Palenque, ahí vamos…"

Los gemelos habían escuchado la plática en silencio. Y se habían quedado muy callados.

"No pongan esa cara de tristeza."

"Y cómo no hemos de ponerla si ya te vas tan pronto otra vez," dijo Atabulo compungido.

"¡Qué no escucharon! ¿O es que se tienen que lavar las orejas?"

"Claro que escuchamos. Te vas a Palenque a dirigir la excavación durante una larga temporada que, como las demás debe durar hasta mediados o finales de octubre."

"No, no escucharon nada bien," les contestó Sofía, "he pedido una casa con media docena de recámaras. ¿Eso no les dice absolutamente nada?"

"Le dijiste al señor Lucio que era una sorpresa y que ibas a tener muchos invitados."

"Bueno, los primeros invitados en esa lista son ustedes dos. Luego se irán agregando otros de esa lista de 12 que tenemos que ir juntando."

Azalea se quedó boquiabierta, mientras Atabulo, imitando los movimientos que Sofía hiciera unos momentos antes, gritó:

"¡Palenque, ahí vamos!"


Un milagro llamado trabajo

K'uk Moan estaba sentado en la roca de siempre esperando que pasara el desvencijado autobús que lo llevara de regreso al pueblo. Había ido a la ciudad en busca de trabajo y, para no salir de la costumbre, nadie había querido contratarlo por un salario que superara a penas los gastos de transporte que tendría que invertir diariamente para desplazarse de su casa al trabajo y de regreso. El hombre estaba realmente desesperado. En su bolsa le quedaban unas cuantas monedas y no tendría suficiente dinero para salir del pueblo otra vez en busca de trabajo. En silencio le rezo a los viejos dioses para que le ayudaran. Estaba urgido de que sucediera un milagro. El costo de venta de la cosecha de café de la parcela de su padre este año otra vez no iba a alcanzar ni para mantenerlos la mitad del tiempo hasta que se pudiera vender la cosecha del año siguiente. La situación de la familia, como la de todos los habitantes del pueblo, era desesperada. Ya muy pocos tenían animales que se pudieran matar en un caso de emergencia y nuevamente tendrían que vivir de frutas y de las plantas comestible que se podían cosechar en la selva. Quizá alguno de los hombres tendría suerte y lograría matar a un venado, un pecarí u otro de los animales más grandes que sirvieran de alimento durante más de un día.

A un lado de K'uk, también sumido en sus pensamientos estaba sentado Ac, un hombre que, parecía hermano del primero. Sin embargo eso se debía al prejuicio de ver iguales a la gente que pertenecía a un grupo étnico diferente. A los ojos de un miembro de la etnia K'uk y Ac eran tan diferentes como cualquier Juan y Pedro de la ciudad. Ac fiel a la costumbre de la etnia de no hablar salvo que fuera reamente necesario también estaba sumido en sus pensamientos. La situación de Ac, era más desesperada ya que tenía la intensión de casarse. La mujer escogida, hermana de K'uk, ya había le había dado el sí, pero sin trabajo y con lo bajo que estaba el precio del café, el hombre jamás iba a poder reunir la dote, consistente en un docena de gallinas, un cerdito o el precio equivalente en dinero, para que la familia de K'uk accediera a la unión matrimonial. Para reunirla, Ac tendría que trabajar al menos un año si es que conseguía trabajo. El método de Ac para invocar el milagro que necesitaba era tirar piedrecillas con violencia al lado contrario de la carretera. El blanco era una capilla que contenía una descolorida figurilla de la Virgen de Guadalupe adornada con algunos floreros llenos de flores marchitas que se renovaban una vez al año, el 12 de diciembre, que parecía ser la única fecha en la que los dueños del rancho en cuya esquina se encontraba la capilla se acordaban de ella. "Si le doy en un ojo o en la cabeza, la virgen me va a ayudar," pensaba Ac cada vez que tiraba una nueva piedrita.

"Le di," se incorporó de repente Ac, dándole un fuerte golpe en la espalda a su amigo.

"Allí viene el camión," contestó K'uk sin inmutarse, conociendo ya el ritual de Ac.

"En el camión va a venir alguien que nos va a ayudar, estoy seguro."

K'uk se incorporó también y se acercó a la orilla del camino para que el camión los viera desde lejos. No porque fuera rápido, cosa imposible en un camino de terracería completamente enlodado, sino porque los choferes, habitantes de la ciudad, se divertían haciendo correr a los "indios", por el lodo haciendo la parada a cincuenta o hasta cien metros de distancia si en la parada se encontraban solamente hombre. Para impedirlo, K'uk, se paró a la mitad de la carretera y agitó los brazos. No se movió hasta que el autobús con un rechinido de frenos se quedó parado a solo medio metro de distancia. El chofer había encontrado una nueva diversión, y mostró su agradecimiento cobrándoles solamente la mitad del pasaje.

"Hey, muchachos," le habló Ramiro Balam, un hombre ya entrado en los cincuentas, sentado en la última fila, haciéndoles señas para que se acercaran.

Ac le dio un codazo a K'uk, como dándole a entender que su milagro se había cumplido, y se adelantó hacia Ramiro por el pasillo.

"¿Supongo que vienen de buscar trabajo?", les preguntó Ramiro sin saludar e invitándolos a sentarse. "Vengo por gente para que trabaje en la zona."

La zona era el sitio arqueológico más importante del estado y uno de las veinte más importantes del país. Desde hacía varios años era parte del "Patrimonio Cultural de la Humanidad" y por lo mismo una de las pocas que tenía la atención suficiente del gobierno y el mundo para continuar con las excavaciones y exploraciones con un buen financiamiento. Para todos los miembros de la etnia de la región trabajar en la zona era un sueño hecho realidad por dos razones. La primera, evidente, era la económica ya que se trataba de un trabajo bien pagado aún para aquellos que fueran solo acarreadores de piedras, trabajadores brutos y, si se tenía suerte, incluso se podía llegar a un puesto un poco más especializado y mucho mejor remunerado. Ese era justamente el caso de Ramiro Balam quien había nacido en el pueblo y era primo de la madre de K'uk. El hombre, en pocos años se había convertido en maestro de excavaciones y tenía a su cargo una gran responsabilidad lo que lo hacía uno de las personas más pudientes del pueblo tomando en cuenta las cantidades de dinero con las que contaban los demás habitantes para la diaria subsistencia.

A K'uk y a Ac inmediatamente les brillaron los ojos. Los viejos dioses a los que le había rezado K'uk o la apedreada virgen del camino les había mandado el milagro que necesitaban y no importaba cual de los dos o si incluso los dos habían sido los culpables.

"Pero no se queden mudos," les sonrió Ramiro, "¿quieren o no?"

K'uk y Ac asintieron con la cabeza. Hablar de los detalles ya vendría más tarde. Ahora era solo cuestión de llegar al pueblo para dar la buena noticia. K'uk a sus padres, Ac a su futura esposa.


El camión todavía tardó cerca de una hora para llegar al pueblo. Llamarle pueblo al lugar en realidad era exagerado. Se trataba de un villorrio de medio centenar de construcciones, una docena de las cuales, las dos tiendas, la primaria, la iglesia vieja de denominación católica, la iglesia nueva de denominación protestante, y el importante centro de pre-procesamiento de café se encontraban a lo largo de una calle que media unos trescientos metros de largo. Al resto de las casas se tenía que acceder mediante veredas peatonales más o menos desgastadas y más o menos largas. Algunas familias del pueblo tenían que caminar casi media hora para llegar al centro. Las construcciones del centro en todos los casos eran de ladrillo aplanado con una mezcla de cemento y cal. Sus techos eran de teja y, en el caso de la escuela, era de lámina galvanizada, un lujo que solo podía pagar el gobierno que la había construido unos años antes. Las casas de los demás habitantes eran de madera cortada a mano con afilados machetes en largas jornadas de paciente trabajo y sus techos eran de tejamaní que tenía que ser renovado antes de cada temporada de lluvia ya que las maderas que se usaban para ello se podrían con gran rapidez con los aguaceros torrenciales que solían caer en las temporadas de lluvias.

K'uk, Ac y Ramiro Balam se bajaron del autobús en frente de la escuela y, a invitación del mayor se enfilaron hacia la tienda donde tomaron un refresco tibio, ya que el camión que traía el hielo en dos días no se había aparecido en el pueblo. Luego, después de que Ramiro adquiriera los insumos necesarios para hacer una buena cena: cecina, latas de frijoles, una salsa, arroz, jitomates y cebolla, los tres se encaminaron hacia la casa de los K'uk, que se llamaba así debido a que los primogénitos de inmemorables generaciones siempre habían llevado ese nombre, que estaba a unos 20 minutos de camino desde el centro del pueblo.


Regreso a Palenque


Sofía, los gemelos, Gloria y doña Martha ya estaban radicando en la casa que don Lucio les había conseguido en las afueras de Palenque desde hacía una semana. Gloria y la abuela habían insistido en acompañar al trío por lo menos durante las primeras semanas mientras se adaptaban. Sofía ya había introducido a los gemelos en los secretos de Palenque y les había otorgado un empleo simbólico aprovechando los talentos de cada uno. Atabulo, quien era bueno para la contabilidad, había sido asignado como ayudante del jefe contable del equipo de excavaciones y, en su calidad de buen conductor era el encargado de ir a la lejana Vista Hermosa por cuanto abasto se ofreciera. Azalea, por el otro lado era buena fotógrafa y por ello Sofía le había encargado realizar parte de la documentación fotográfica del proyecto un trabajo importante ya que en ese tipo de excavaciones se solían sacar fotografías de cada uno de los pasos que daba el equipo.

La mano derecha de Sofía era don Ramiro Balam, un hombre que sabía más de Palenque que muchos arqueólogos e historiadores por el simple hecho de que había trabajado bajo la tutela de todos aquellos que en los últimos 30 años habían realizado algún trabajo, excavación o investigación en el antiguo sitio sagrado maya. También había sido la experiencia de Ramiro quien había influido en Inés para que considerara la exploración del Grupo llamado el "Retiro de Moisés", llamado así en honor a don Moisés Morales, quien fuera mentor y primer guía de cuanto arqueólogo y estudioso había llegado a Palenque durante los últimos cuarenta años. La relación de Ramiro Balam y don Moisés ya contaba tres décadas en su haber.

El proyecto de excavación en el "Retiro de Moisés," que ahora seguía a cargo de Sofía había llevado a Inés hacer uno de los hallazgos más importantes de la historia arqueológica de Palenque, igualado tan solo por el descubrimiento de la tumba de K'inich Janaab' Pakal, también conocido por Pacal II o el Grande en el Templo de las Inscripciones en el verano de 1952 en un proyecto a cargo de don Alberto Ruz Lhuillier, la única persona contemporánea para quien se había obtenido la autorización del INAH para depositar sus cenizas en una zona arqueológica. Quizá, algún día en el futuro, a Inés Alcocer se le daría el mismo honor.

Uno de los elementos que más preocupaba a Sofía de su profesión, era la lentitud y el enorme costo de los proyectos de excavación. En Palenque, por citar solo un ejemplo de miles, los que se había rescatado hasta el momento no equivalía ni siquiera al diez por ciento de lo que había sido la ciudad. De las 1038 estructuras que se habían catalogado por el último levantamiento topográfico, tan solo un ciento ha sido explorado. Si la arqueología seguía excavando al ritmo que lo hacía hasta ahora, el tiempo que se necesitaría para terminar con el trabajo iba a ser el mismo que el que ya llevaba la cultura maya de extinta, unos mil o mil doscientos años. Si se consideraban los invaluables descubrimientos que había aportado tan solo la lápida del Templo de las Inscripciones, aunado a lo poco que se conocía en realidad sobre el conocimiento científico maya, esto era realmente inadmisible, para Sofía eso equivalía poco más poco menos que a la quema de las grandes bibliotecas de antaño, como la de Alejandría o la de Córdoba, con la diferencia que no era papel el que se quemaba sino la piedra y la información que contenía que se deterioraba año con año debajo de las tierras enlodadas por las temporadas de lluvias selváticas.

La arqueología necesitaba una revolución gigantesca y el descubrimiento de su madre quizá iba a ser la clave para ello. Un sueño de Sofía era lograr que una gran cantidad de gente se interesara por las antiguas civilizaciones más allá del tráfico de piezas que se seguía dando a gran escala al margen del control gubernamental o la visita, una o dos veces en la vida al Museo Nacional de Antropología. Si los mexicanos, peruanos, egipcios y todos los demás pueblos que vivían en las zonas donde habían existido grandes civilizaciones del mundo antiguo se interesaban más por su pasado, las repercusiones en el presente podrían ser espectaculares. Encontrar datos sobre las estrellas, remedios contra el cáncer y el SIDA, mejorar las arquitecturas, resacralizar la vida y la relación de los seres humanos con la Madre Tierra, en fin, todo esto era posible de hacerse el esfuerzo de rescate.

Para Sofía los centros sagrados del Mundo Antiguo no eran bajo ninguna circunstancia propiedad exclusiva a explorarse por el pequeño gremio de los arqueólogos. Este gremio tenía la función de canalizar y dirigir los esfuerzos de toda la gente y buscar las formas de interpretar los descubrimientos, pero nada más. Sofía soñaba con tener algún día el permiso oficial de entrenar a centenares de muchachos adolescentes en los cuidados que se debían tener en las excavaciones y enviarlos durante algunas vacaciones de verano a trabajar en Palenque u cualquier otro sitio. Calculaba que con un sistema de ese tipo en pocos años toda la antigua ciudad maya podría estar descubierta y la información que los mayas habían heredado al futuro podría ser leída realmente. Quizá, algún día se lograría descubrir la piedra de la roseta maya para dejar fuera todas las especulaciones sobre el significado de la glífica maya. Sofía no se podía imaginar que una cultura como la maya con su grado de desarrollo hubiera obviado el hecho de que las futuras generaciones necesitaran de un código de lectura para interpretar el legado.

Pero el ahora era el ahora y Sofía estaba dispuesta a sumergirse hasta las orejas en el proyecto que le había sido encargado. Sabía cómo ninguna persona en el mundo que los retos eran enormes y la responsabilidad que cargaba en sus hombros era grande, pero siempre se había caracterizado por enfrentar las cosas tal y como se presentaban en el momento. Eso lo había aprendido de su madre desde que tenía uso de conciencia. Para Sofía solo existía el presente y ese presente era lo más preciado que se podía tener.

La casa que el tío Lucio les había conseguido en las afueras de Palenque era una verdadera joya de las épocas en las que la agricultura había sido un negocio lucrativo y desde hacía tiempo había permanecido deshabitada cuando los descendientes de la antigua familia agrícola habían emigrado a alguna ciudad para intentar mantener la fortuna familiar en otro rubro de la economía. Siguiendo el más clásico estilo de las pequeñas haciendas, todas las habitaciones estaban construidas alrededor de un patio central y para ir de una habitación a otra se tenía que salir a un amplio pasillo cubierto cuyo lado abierto hacia el patio estaba decorado con hermosas columnas de cantera. El patio parecía una pequeña selva. En el florecían cientos de plantas que en parte habían sido plantadas por mano humana y en parte habían llegado allí por gracia de la naturaleza. En el centro del patio se encontraban los restos de lo que alguna vez había sido una fuente y una vereda marcada por mil pasos conducía a ella. Desde las columnas hacia la pared varias hamacas colgadas de hamaqueros bien empotrados en la pared impedían la libre circulación al mismo tiempo que brindaban descanso a los moradores en los momentos de más calor. Sofía y los gemelos de inmediato habían decidido que lo suyo no iba ser el dormir en las acaloradas habitaciones interiores, sino justamente en esos gloriosos inventos del pasado mexicano y universal.

Gloria se había posesionado de la amplia cocina y había sacado a dos mujeres de quien sabe donde que llevaban prácticamente toda la semana limpiando, puliendo y sacando todo el brillo posible a los viejos azulejos que adornaban las paredes. Había mandando a Atabulo a conseguir una estufa y un refrigerador nuevos que ya se encontraban instalados y por lo demás enviaba a los habitantes de la casa a que consumieran sus alimentos en una fonda cercana ante la imposibilidad temporal de hacer un uso normal de la cocina.

Por lo demás la situación de la casa con todo su deterioro era más que soportable y la renta, aunque no la pagaba Sofía, sino el Instituto, estaba dentro de los márgenes razonables. De todas formas el trío formado por ella y los gemelos no iba a estar en casa durante mucho tiempo ya que las jornadas transcurrían en parte en la zona arqueológica y en parte en las instalaciones donde estaban los laboratorios, las computadoras y la biblioteca del proyecto que les habían puesto a disposición a un lado del museo de la zona. En muchos otros proyectos se tenía que trabajar en situaciones mucho más precarias. Así que Sofía no tenía porque quejarse al respecto.




El hombre de ciencia

El apoyo a la ciencia y sobre todo a la alta investigación científica, históricamente era uno de los puntos flacos de todos los presupuestos gubernamentales de México. Era justamente por eso que Alberto, un investigador nato que ya había obtenido dos doctorados y estaba por recibirse en el tercero, había tenido que emigrar al extranjero, aunque eso no lo tenía nada contento.

Desde hacía varios años trabajaba como investigador becario en un centro de investigación del MIT, una de las universidades más prestigiosas del mundo, pero nunca se había dado por vencido de que algún día pudiera regresar a su país para dar un buen impulso a la ciencia y desarrollar proyectos de investigación lo suficientemente importantes para que empezara a ser científicamente auto-sustentable. No es que la ciencia, por si sola pudiera ser auto-sustentable, pero, en el ambiente de la investigación de los Estados Unidos y más concretamente de la universidad que lo tenía contratado, Alberto recordaba cotidianamente una de las afirmaciones del dramaturgo alemán Bertold Brecht: "los inventos para los humanos se reprimen, los inventos en contra de los humanos se fomentan."

Al contemplar la situación de la ciencia en el ambiente estadounidense, se había dado cuenta que en términos de presupuesto no se podía hacer nada si el atractivo de las ganancias no brillaba al final del camino. Claro que muchas veces esas ganancias no eran solamente económicas, también se consideraba como ganancia el prestigio y el prestigio por desgracia estaba condicionado en casi todos los casos por los temas científicos de moda. Tan pronto se terminaba la moda resultaba casi imposible obtener recursos para alguna investigación.

Además, el manejo de los grandes temas de investigación que muchas veces implicaban enormes costos de investigación había ocasionado que la ciencia misma cayera en desprestigio entre el grueso de la población ya que ésta percibía, no sin razón, que la ciencia en muchos temas era una de las grandes culpables en muchos problemas que afectaban a la vida cotidiana de los seres humanos.

La ciencia, en suma, se había convertido en una especie de matrimonio infernal entre la instrumentación, la tecnología, el capitalismo y, sobre todo, con el complejo militar industrial.

En efecto, muchas investigaciones, sobre todo aquellas que estudiaban lo más pequeño y lo más grande requerían de inversiones ya no millonarias, sino incluso multimillonarias de inversión. Para estudiar el átomo, por ejemplo, se requerían de instalaciones que abarcaban hectáreas y hasta kilómetros cuadrados, como el acelerador de partículas del CERN que incluso le daba la vuelta a toda una ciudad, Ginebra y pasaba por tres países, Suiza, Francia e Italia. En el espacio sucedía lo mismo, una expedición a Marte ya no era financiable ni siquiera por el vasto poder económico del gobierno de los EEUU y se tenían que encontrar financiamientos internacionales para realizarla. Por el otro lado, el juguete de moda, la investigación genética, a parte de su enorme costo, tenía más adversarios que adeptos por el pavor que tenía la población general a sus posibles repercusiones futuras y muchos ya veían el Mundo Feliz Huxleyano a la vuelta de la esquina.

Al mismo tiempo, la ciencia para gusto de Alberto, se había convertido, desde hacía ya algún tiempo en una especie de sirvienta de la tecnología, apartándose de la curiosidad científica griega del querer conocer y comprender el mundo. Si bien esto no era generalizado, sobre todo entre los científicos de mayor renombre, la preocupación por salir vencedores en la carrera por los dineros hacía que prácticamente todos los científicos buscaran la justificación a su curiosidad mediante posibles y potenciales aplicaciones tecnológicas aunque éstas tuvieran que esperar años y años para poder ver la luz y encontrar un mercado atractivo entre los industriales.

El aspecto más dantesco de la ciencia, sin embargo, era la cantidad tan impresionante de científicos que eran ocupados por la industria militar. Era bien sabido que muchas de las tecnologías tan comunes actualmente en los automóviles, las comunicaciones y en el ámbito satelital habían sido desarrolladas por estos científicos primero para los ejércitos del mundo y tan solo después de muchos años habían pasado a sus usos civiles. La investigación atómica había avanzado a pasos agigantados gracias al interés de algunos gobiernos por la bomba atómica, lo mismo se podía decir de la navegación, de la aviación y hasta de muchos aparatos electrodomésticos.

En todo este esquema donde imperaban las leyes del mercado por encima del impulso científico natural de comprender al mundo, se había perdido toda ética y toda moral científica. La ciencia desde hacía mucho tiempo había dejado de ser una de las grandes actividades sagradas del ser humano para convertirse en un ámbito más en el que los dictados del dios dinero era lo único que contaba. Ningún gran capital del mundo, fuera particular o corporativo se podía dar el lujo de pasar por alto el aportar dineros a la ciencia y eso tenía su precio ya que esas aportaciones estaban claramente ligadas a la promesa del beneficio futuro para los inversionistas que siempre se jactaban de hacer sus aportaciones de forma altruista pero que distaban mucho de serlo. La ciencia ya no se hacía para satisfacer la curiosidad nata del hombre, sino para ganar enormes sumas de dinero, y los ejemplos eran muchos comenzando por la industria farmacéutica, para pasar por todos los ámbitos del quehacer humano.

El pensar peligrosamente como en el pasado lo habían hecho siempre los grandes que históricamente le habían dado los grandes impulsos a la ciencia, hoy en día era estar condenado a poder publicar unos cuantos libros que a duras penas permitían una precaria subsistencia a sus autores.

Alberto se consideraba a sí mismo como uno de esos pensadores peligrosos. Pero también se daba cuenta que el sistema en el que estaba inmerso lo dejaba pensar peligrosamente por la única razón de que todavía no le habían llegado al precio y las tentaciones de llegarle al precio ya se le estaban acumulando delante de la puerta. Era la hora de regresar a su país o morir en el intento de luchar contra un sofisticado sistema que ya no tardaría en derrotarlo. Alberto conocía perfectamente sus puntos flacos al respecto, no eran económicos, sino de una índole mucho más afectiva: la familia que tenía en México.

El panorama de la ciencia en México, con todo y su falta de apoyos, era mucho más alentador. En su país todavía no se hacía ciencia peligrosa y Alberto consideraba que con un sistema de canalización dirigido por algunas instituciones se podían generar grandes proyectos de investigación aprovechando el vasto potencial de la experiencia que da la experimentación casera. Se podían mejorar motores si se lograba despertar la inquietud de miles de mecánicos de realizar aportaciones y canalizarlas, se podían generar curas para muchas enfermedades si se hacía lo mismo canalizando y sistematizando los esfuerzos de los médicos herboristas, tradicionales y alternativos que abundaban en el país al margen de la medicina académica, con el esfuerzo y la experimentación de miles de campesinos se podían generar nuevos alimentos sin requerir de los esfuerzos multimillonarios de los centros de investigación agrícola, en fin. La ciencia, más allá de satisfacer la curiosidad humana sobre el como es y funciona el mundo, en México podía logar aportaciones importantes si tan solo se desarrollara y fomentara la ciencia casera, la ciencia de investigación de bajo costo que se hacía cotidianamente sin que la ciencia institucional la percibiera o considerara como tal.

Además, para Alberto, era de particular importancia que la ciencia regresara al ámbito de lo sagrado. Esto no quería decir que esta intentara explicar o no los mandatos que uno o varios dioses habían concebido para el actuar de la naturaleza y los seres humanos, sino regresar a esquemas éticos y morales de responsabilidad con un todo holístico en el que ya no se generaran aportaciones científicas dañinas para los seres humanos en aras de la ganancia económica o del poder político y militar.

Lo sagrado de la ciencia, para Alberto, era su parte ética, y esa ética en muchos científicos se había perdido por dos razones fundamentales: la pérdida de la visión del todo que se había quedado en entredicho cuando la misma ciencia se había vuelto cada vez más reduccionista, especialista y espectacularista. Evidentemente era más espectacular llevar al hombre a Marte o construir un acelerador de partículas de kilómetros de longitud, pero las respuestas que inquietaban a la mayoría de los seres humanos se habían quedado en el camino. La gente esperaba respuestas de la ciencia para su salud e intuía que esa salud no era simplemente cuestión de tragar una tableta que se compraba en las farmacias a costos cada vez más impagables. La gente esperaba respuestas sobre formas más efectivas de alimentarse y no productos científicamente generados que únicamente satisfacían los antojos, a la vez que vaciaban sus bolsillos. Alberto sonreía frecuentemente al contemplar a sus colegas, muchos de ellos genios respetados en su respectiva disciplina, que estudiaban minuciosamente hasta los menores detalles de alguna cosa insignificante y en el camino perdían completamente la visión de cómo esa cosa insignificante estaba integrada en el todo. El elemento insignificante que habían escogido estudiar se convertía en su mundo y lo llenaba, muy pocos de ellos tenían la capacidad y la visión de no perderse en ese mundo reduccionista y esperaban que el resto del mundo compartiera sus intereses, le financiara sus proyectos de investigación y vivían permanentemente frustrados cuando se daban cuenta que el resto del mundo no compartía su interés sobre la partecita que era el suyo.

Para Alberto era crucial que regresaran a la escena de la ciencia hombres y mujeres con las visiones multidisciplinarias que habían caracterizado a los Aristóteles, los Tolomeo, los Pitágoras, los da Vinci y los Humboldt del pasado. El pretexto de que la ciencia era cada vez más compleja y requería de cada vez más especialización para Alberto era un argumento bizantino que no tenía ni pies ni cabeza. Aducir a la especialización como una necesidad implícita a la complejidad del mundo era como querer curar una cirrosis con tequila. La mente humana era lo más complejo conocido por la ciencia y algo tan complejo era perfectamente capaz de lidiar y comprender la complejidad del afuera si tan solo se lograba convertir ese afuera en un adentro. O ¿a caso no era esa justamente la propuesta, totalmente científica, que habían encontrado los grandes fundadores de las religiones del mundo? El buda, Jesús, Mahoma, Zaratustra y tantos otros habían encontrado grandes respuestas cuando habían logrado amalgamar el mundo exterior con el interior. Eso era a lo que los mayas se referían cuando hablaban del camino de la ceiba y del cenote. La ciencia actual había emprendido el camino de la ceiba, del afuera y se había olvidado completamente del camino interior.

El segundo aspecto que había estancado la sacralidad de la ciencia era entonces un problema cognitivo. Algo relacionado con la omnipresencia de la conciencia y cuya solución podía encontrarse en los caminos chamánicos de la búsqueda de conocimientos. Si, como parecía demostrarse con cada vez más imperiosidad lo que estaba detrás de toda ley natural era la conciencia que hacía que los componentes de la naturaleza estuvieran donde estuvieran, tuvieran las formas y funciones que desempeñaban en el orden natural, era una necesidad que el propio ser humano se volviera a conectar con sus estados elevados de conciencia para desarrollar una nueva relación sagrada con su mundo y el conocimiento que se pudiera generar sobre él.

La síntesis de todas estas ideas había llevado a Alberto a desarrollar, en sus horas libres y lejos de los ojos del mundo, todo un proyecto que le diera los impulsos necesarios a la ciencia mexicana y solo esperaba una oportunidad de encontrar a alguien receptivo a quien presentarlo. Al pensar en un nombre atractivo para su propuesta se le había ocurrido recuperar el antiguo nombre náhuatl de la ciencia sagrada "Toltekaoyotl" y le había puesto el prefijo "Ollin" para indicar que se trataba de un movimiento de regeneración de la ciencia. Alberto deseaba con todo fervor que "Ollin Toltekaoyotl" pronto fuera una realidad y que éste proyecto fuera su boleto de regreso a su país.



El Retiro de Moisés


La zona donde Sofía tenía a su cargo el proyecto de excavación de Palenque era conocida con el nombre de "El Retiro de Moisés" a partir de que un mapa publicado por Robertson en 1983 lo mencionaba. Se trataba de un complejo central grande consistente de una plataforma con cuatro estructuras y una cincuentena de estructuras en sus alrededores. En las épocas de los mayas debió haber tenido una vista primorosa sobre todo el valle debajo de la ciudad y era un ejemplo típico del como la arquitectura palenquense se había adaptado a su entorno.

Lo que había provocado el interés inicial de Inés en la zona, aparte de que era el lugar favorito en el que don Moisés Morales solía llevar a todos los turistas que guiaba a la parte selvática de Palenque y a quienes para sorprenderlos siempre mostraba un pedazo de cráneo relativamente bien conservado que estaba escondido debajo de una piedra, era que el complejo principal contaba con una gran cantidad de cámaras subterráneas y una buena porción de arquitectura expuesta conservada gracias a la calcificación.

La primera temporada, en la que Sofía solo había participado durante las vacaciones de verano de la Universidad, había consistido fundamentalmente en la remoción de escombros y limpiar los pasajes subterráneos y la arquitectura expuesta de la plataforma principal. A hacer estos trabajos de limpieza, habían encontrado el acceso sellado a una sala interior y llegar a ella había sido el esfuerzo inicial de la segunda temporada de excavaciones.

Sofía recordaba vivamente la llamada telefónica en la que Inés le comunicaba que habían encontrado una verdadera biblioteca de piedra en el interior del recinto que constaba de más de un millar de glifos tallados en relieve. Nunca antes se había encontrado un trabajo de tal magnitud en lugar alguno de toda la zona maya. Además el sellado de la sala, realizado por antiguas manos mayas, había contribuido a que toda esa glífica conservara sus colores originales casi intactos.

Sofía ni tarda ni perezosa había tomado el primer autobús que la pudiera transportar a Palenque para ver el hallazgo con sus propios ojos. Había pasado toda una noche en vela de la emoción y cuando por fin había llegado a Palenque y había visto el espectacular descubrimiento con sus propios ojos se había quedado atónita y reflexiva durante mucho tiempo. Inés y Sofía se habían abrazado largo rato guardando ese tipo de silencio que solo se da en los estados emocionales más profundos cuando toda palabra sale sobrando y la comunicación entre los involucrados se da directamente de corazón a corazón.

En aquella primera ocasión, la luz que había alumbrado el espectacular tablero había provenido de dos lámparas de minero que ambas mujeres llevaban en la frente. Varias semanas después se había logrado instalar un alumbrado eléctrico con lámparas especiales de halógeno que impidiera cualquier daño provocado por la luz y se había procedido a fotografiar minuciosamente el tablero para enviar copias a todos los expertos en escritura maya del mundo. La respuesta que se recibió a los pocos meses nuevamente fue una sorpresa: los glifos representados en el tablero constituían una forma totalmente atípica de escritura maya y por lo pronto el tablero representaba más enigmas que respuestas.

Sofía había podido leer cada uno de esos reportes e intuyó que quizá se tratara de la largamente buscada piedra de la roseta maya. Se puso a trabajar de inmediato en la interpretación recurriendo a cuanto libro encontró tanto en su Universidad como en el INAH y pronto se tuvo que dar por vencida. Con toda probabilidad el honor de descifrar el tablero le iba a corresponder a otros.

A pesar de ellos, la chica no dudó en convertir su investigación en tema de su tesis de licenciatura y su humildad y el rigor de su metodología le habían llevado a cosechar los máximos laureles permitiéndole titularse con mención honorífica.

Cuando Lucio la había contratado para continuar la obra de su madre, posiblemente no se había equivocado al decir que ella era la persona que más sabía en el mundo sobre ese descubrimiento. Lo había estudiado con esmero. Pero una cosa muy diferente era saber algo sobre él. Sofía en el fondo temía que la interpretación del tablero estaba a años luz de distancia…



La Pintora


El teléfono sonó un poco antes del mediodía. Una voz anónima le había indicado que iba a ser de su conveniencia acudir de inmediato a la habitación 108 del motel "Miraflores".

Cordelia Ribera no sabía bien a bien qué hacer.

Sospechaba desde hacía mucho tiempo de la infidelidad de su marido Mario, pero tampoco no estaba decidida a actuar al respecto.

Si bien Mario no era el marido perfecto, de hecho en términos de una evaluación de provecho beneficio hecha con un frío cálculo empresarial, esa empresa llamada su matrimonio ya hace mucho tiempo se hubiera tenido que declararse como irremediablemente en bancarrota.

Finalmente Cordelia le habló al Juventino, el chofer de la familia para que, con cámara en mano, acudiera al motel y tomara todas las fotografías posibles para, por lo menos conocer a la otra.

La vida le había regalado dos cosas, una belleza nata e interesante y un talento inigualable para expresar con pocos trazos los temas más complejos en un lienzo. A su primer regalo, la belleza, nunca le prestó demasiada atención. En realidad le hubiera ido mejor a su carácter tener características físicas que la hicieran pasar más desapercibida. No entendía, como era que los hombres automáticamente la volteaban a ver, vistiera como se vistiera, como era que le querían invitar helados, cafés y, los más osados, llevarla una noche a un hotel. Cordelia no era, ni había sido nunca, ni coqueta, ni receptiva para los avances del sexo opuesto. En la edad que para las demás chicas era la de la punzada, se había sumido por primera vez en un proyecto que resultaría ser su verdadera vida, el pasar horas y horas frente a uno o varios lienzos simultáneamente plasmando sus ideas e inspiraciones. Después de haber pasado varios años bajo la tutela de los mejores maestros de pintura del puerto de Veracruz y haber asistido a numerosas clínicas de pintores famosos que pasaban por la ciudad de México, Puebla o Monterrey, Cordelia había encontrado un estilo propio que pronto encontró seguidores no solo en su natal puerto, sino en el país entero.

Su noviazgo con Mario, su boda, y aun sus embarazos y el nacimiento de sus dos hijos, habían sido una especie de entre capítulos en la novela de una vida dedicada al arte y nada más que al arte. No era que no quisiera a sus hijos, por el contrario, la realidad era que los adoraba, sin embargo, las atenciones maternales le eran tan extrañas como a otras personas les era el aprender el chino. Lo mismo había sucedido en su relación de pareja. Al no compartir ni entender su marido su pasión por el arte y lo que a través de él expresaba, los caminos de ambos se habían apartado casi en el momento de darse el si teniendo como testigos a la crema y nata de la sociedad veracruzana en el hermoso recinto de la catedral porteña.

Casa y estudio del Cordelia estaban ubicados en la parte elevada del fraccionamiento Costa de Oro del puerto y desde ambos, casa y estudio, se tenía una vista privilegiada sobre una parte de la costa y el mar. En el estudio de Cordelia, los amplios ventanales permitían la entrada ilimitada de la luz y tenia instalado un sistema de polarización que podía regular de acuerdo a sus antojos y necesidades. Un potente aire acondicionado garantizaba la existencia de una temperatura de trabajo óptima para que no se ablandaran los oleos con los que trabajara ni se secaran demasiado rápido. En pocas palabras Cordelia contaba con todas las comodidades que se le podían ofrecer a la hija de una de las familias más acomodadas y de mayor abolengo del Puerto de Veracruz. Pero aquel que lo supusiera, en realidad estaba equivocado, ya que la pintora había mandado instalar toda esa parafernalia con el producto de la venta de sus pinturas que a los pocos años de darse a conocer en los mercados de arte ya eran bien cotizadas.

La infidelidad de su marido y la llamada anónima que había recibido le molestaban no por el hecho de que su marido le fuera infiel, ni por el que diría la sociedad en caso de descubrirlo, sino porque le habían quitado la concentración que necesitaba para desarrollar su más reciente proyecto.

Este proyecto para ella era todo un reto. El comité organizador de las fiestas del bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, había lanzado una convocatoria nacional para la creación de murales móviles alegóricos, cada uno con un tamaño de 20 por 30 metros, que se iban a reproducir y exhibir a lo largo y ancho del país. Cuando Cordelia leyó la convocatoria inmediatamente se había apasionado con la idea y se había impuesto como reto el formar parte de los artistas involucrados.

El muralismo mexicano, surgido como expresión revolucionaria, era una de las manifestaciones más importantes del arte mexicano del siglo XX. Cordelia lo había estudiado profundamente desde la secundaria y cada vez que tenía la oportunidad pasaba horas contemplando sus obras en los diversos edificios públicos del país donde se exhibían sus ejemplos. Una de las obras que más la habían fascinado era "La Marcha de la Humanidad", el mural más grande del mundo pintado por David Alfaro Siqueiros en el Polyforum de la ciudad de México.

Lo que a Cordelia le fascinaba en particular del muralismo, y le encantaba retomar para la obra que iba a crear, era el nivel simbólico en la que los artistas habían proyectado los mensajes. Para ella, estaba claro que si la palabra era el lenguaje con el que se comunicaban los planos conscientes de los seres humanos, el lenguaje simbólico era el de la comunicación en los planos espirituales.

Por eso mismo la pintora llevaba meses estudiando, recopilando, buscando, extrayendo símbolos que le posibilitaran llevar a la gente el mensaje de la evolución de México como país y como comunidad espiritual.

Para enfrentar la infidelidad de su marido Mario, en estos momentos simplemente no tenía tiempo, por más que la llamaran anónimamente por teléfono para obligarla a actuar.


Preguntar a los mayas


Los diferentes colaboradores del proyecto del "Retiro de Moisés" se tardaron cerca de 2 semanas en arribar a Palenque. La veintena de arqueólogos que lo componía, contaba con integrantes de seis nacionalidades diferentes y a todos ellos les dio un enorme gusto encontrar a Sofía como cabeza para esta temporada. No todos habían colaborado en las temporadas anteriores, pero si coincidían en haber conocido a la joven en alguna ocasión cuando ésta había acompañado a su madre en algún proyecto.

La primera junta de trabajo con el equipo completo se realizó hacia finales de mes y de inmediato saltaron a la vista los problemas. Cada uno de los arqueólogos tenía fijo su interés en un aspecto diferente. Unos querían que el acento se diera en desentrañar el complejo sistema hidráulico de la zona de excavaciones para descubrir un poco más sobre la avanzada tecnología del manejo del agua que tenían los mayas. Otros, de una escuela más novedosa, querían hacer hincapié en el desentrañar los misterios arqueo-astronómicos, y otros más simplemente se querían dejar guiar por él, en la arqueología, ya tradicional factor sorpresa y descubrir lo más posible para que luego otros se ocuparan de descifrar lo descubierto.

Para Sofía estas discusiones no eran nada extraño. En todas las juntas de trabajo a las que había asistido acompañando a su madre la tónica era la misma. Siempre se acordaba del dicho que decía que cuando se juntaban dos personas había por lo menos tres puntos de vista diferentes.

La joven arqueóloga, consciente de los retos que representaba la interpretación del tablero después de haberlo estudiado durante casi dos años para desarrollar su tesis, intuía que en su lectura se escondían elementos que iban a llevar a la concepción de los mayas y lo maya a una esfera de entendimiento diferente, al mismo tiempo se daba cuenta que los métodos convencionales en los que se basaba la epigrafía no iban a ser suficientes para resolver el reto. Sofía decidió que el mejor método iba a ser preguntarle a los mayas todavía existentes.

Así que decidió convocar a Ramiro Balam, la única persona que le podía ayudar en este sentido.

"Don Ramiro," le dijo Sofía cuando lo tuvo en frente, "le tengo una encomienda muy especial."

"Usted dirá, niña Sofía," le contestó Ramiro.

"Mire, como bien sabe hemos tenido serios problemas para la interpretación del tablero que descubrió mi madre."

"Que en paz descanse."

"Usted tiene más experiencia que yo en estas cosas y sabe perfectamente bien a que problemas me refiero. La epigrafía maya nunca ha sido demasiado eficiente y de todo lo que se ha descubierto hay por lo menos tres o más interpretaciones. Así que yo creo que hemos estado haciendo las cosas al revés y le quiero proponer una forma de enderezarlas."

"Eso suena bien, niña."

"No puedo prescindir de su presencia en los trabajos, así que quiero que me mande a dos o tres gentes de su total confianza, que sean mayas de nacimiento, para que vayan a los pueblos y me traigan a cuanto anciano, chamán, curandero o sacerdote puedan encontrar. Hay que preguntar a los mayas para salir de este atolladero, no puedo pensar en ninguna otra forma de hacerlo."

"Es una excelente idea, y se de las personas adecuadas para llevarla a cabo. Se trata de mi sobrino K'uk y de su amigo Ak, que tarde o temprano va a ser su cuñado porque anda enamorado de mi sobrina."

"Mándeme a ese par, para que pueda darles instrucciones precisas y se pongan a trabajar en el asunto."

Ramiro Balam fue a buscar a Ku'k y Ak al finalizar la jornada laboral. No le había parecido prudente hacerlo directamente en las excavaciones ya que los demás trabajadores hubieran pensado que estaba favoreciendo a su sobrino. No es que fuera algo que le importaba, pero no costaba nada guardar las formas.


Sofía, los gemelos, la abuela y Gloria estaban desayunando cuando K'uk y Ak tocaron la puerta y pidieron entrevistarse con Sofía. La mesa era lo suficientemente grande para acomodar a una docena de personas o más por lo que invitaron a los mayas a sentarse para compartir el desayuno. Los dos mayas aceptaron gustosamente pero, de acuerdo a su costumbre, guardaron silencio durante toda la comida.

Los gemelos, en particular Azalea, contemplaron a los mayas de reojo y Atabulo fue el primero que habló teniendo el último bocado todavía en la boca.

"¿Realmente son mayas, ustedes?"

"Si," le contestó Ak en tzetzal primero, y luego tradujo: "Si, somos mayas. Descendientes de los mayas que muchos soles atrás construyeron Palenque. Para nosotros es un orgullo participar en este proyecto porque significa que el resto del mundo conozca un poco más sobre nuestros ancestros."

"¿Supongo que han entrado a ver el nuevo tablero que descubrió mi madre hace dos años?"

"Si prometes guardar el secreto," le dijo K'uk, "te tengo que confesar que incluso me he metido a dormir allí adentro."

Sofía sonrió: "Entonces te has dado cuenta que es algo muy importante."

"Los abuelos, en particular mi abuela que era curandera, siempre hablaba de que algún día se descubriría algo tan grande que haría que los antiguos mayas revivieran con todo su arte. Cuando vi el tablero la primera vez, se me vivieron a la mente las imágenes de mi abuela hablando con toda su pasión de ese descubrimiento. Tal vez este tablero lo sea, tal vez no… No puedo decirlo, soy muy ignorante para eso."

"Bueno, creo que eso es un buen augurio," contestó Sofía, "yo también creo que se trata de algo muy importante y que puede cambiar la forma como el mundo ha visto a los mayas hasta ahora. Pero he tratado de descifrar los glifos durante dos años y lo que hemos aprendido hasta ahora sobre la interpretación de los glifos mayas no sirve para leer lo que dice en este tablero."

"Eso nos los dijo don Ramiro también," intervino Ak, "dijo que ninguno de ustedes, los arqueólogos había encontrado soluciones todavía."

"Y allí es donde necesitamos que intervengan ustedes. He preparado unas carpetas con copias del tablero. Me gustaría que fueran a los pueblos y le dieran copias a todos los chamanes, curandero y gente sabia entre su pueblo para que nos ayuden a descifrar el tablero. Quizá incluso sea necesario que vayan hasta Guatemala para buscarlos."

"Ramiro también pensó que eso era una buena idea. Pero nosotros no conocemos mucho de los pueblos. No sabemos a donde están los sabios. Solo conocemos a los que viven en las comunidades cercanas a la nuestra."

"Pues por allí pueden comenzar, si ellos están de acuerdo, deben de conocer a otros sabios y estos a otros, así hasta que encontremos a aquellos que puedan ayudarnos. Es hora de preguntar a los mayas."

"Si quieres podemos partir ahora mismo a nuestro pueblo y de allí a otros. No perdemos nada con intentarlo."

"Bien, agradezco su colaboración," dijo Sofía, "obviamente tendrán todo lo necesario para cubrir sus gastos y tu, Ak, tendrás lo necesario para construir tu casa para que te puedas casar con la hermana de K'uk."



La Pianista


Siempre que doña Yadra Arteaga se sentía invadida por la nostalgia y la melancolía se refugiaba en el piano. Vestida con el impecable luto negro acostumbrado por las damas de la alta sociedad regiomontana, la mujer que había cumplido recientemente los setenta años, hacía pasar sus dedos por el teclado del piano de cola que era el único mueble en el cuarto de música de la residencia de su hijo, el empresario Javier Pedrero, dueño de una de las imprentas más grandes y modernas del país. Los acordes del "Claro de Luna" invadían toda la casa y como siempre ejercieron su magnetismo sobre la nieta Yadrita, el único miembro de la familia que compartía su pasión por el instrumento.

La pianista estaba entonando los últimos acordes cuando se dio cuenta de la presencia de su nieta en la puerta del recinto. El sentimiento de melancolía dio paso a una profunda gratitud y durante un acorde levantó brevemente la mano para indicarle a la niña que se acercara.

Cuando la niña se sentó junto a la abuela en el banco del piano, cualquier observador las hubiera podido identificar fácilmente como familiares cercanos. Si no hubiera sido por la evidente diferencia de edades, los rostros de ambas eran idénticos. Tenían los mismos ojos cafés profundos, las cejas ligeramente arqueadas, una nariz recia y perfilada y una boca pequeña que parecía sonreír siempre.

Terminada la pieza, la abuela sin mediar palabra alguna la volvió a comenzar guiando con suavidad los dedos de la menor para que ella la tocara. La pequeña pronto safó sus manos dando a entender que había aprendido las primeras notas y las toco sola. Poco a poco la abuela fue guiando a la nieta a través de toda la pieza para que luego la menor repitiera las notas sola. Finalmente intentaron tocar la pieza a cuatro manos, la abuela una octava más abajo que la indicada en la partitura original cuya octava era interpretada por la nieta.

Se hizo un silencio mientras Yadra abrazaba calurosamente a su nieta. En el abrazo se percibía una despedida.

"¿Te tienes que ir, abuela?"

"¡Pero regresaré pronto!"

"La casa no es lo mismo cuando no estás para tocar le piano."

"Ay, mi chiquita, entonces tú tienes que llenarla con todas las hermosas melodías que ya has aprendido."

"No es igual, abuela, solo me acuerdo de ellas cuando tu estás conmigo."

"Entonces tienes que poner mucha atención en tu clase para que pronto puedas leer las notas. Así no te tienes que acordar, la partitura se acordará por ti."

"¿Tienes muchas partituras?"

"¿Quieres que te traiga algunas cuando regrese?"

A la niña le brillaron los ojos mientras asentía fuertemente con la cabeza. La abuela se acarició la cabeza una vez más mientras se incorporaba y se dirigía hacia el vestíbulo. El taxi que la llevaría al aeropuerto no tardaría en llegar y en unas cuantas horas ya estaría instalada en la casa de su hija Rosario que vivía en las Lomas de Chapultepec en la ciudad de México.

Desde que había muerto su marido unos años atrás en un asalto cuando salía de un cajero automático, Yadra no se había atrevido a regresar a la antigua casa del matrimonio y vivía en la casa bien de su hijo en Monterrey, bien de su hija en la ciudad de México hasta que percibía que estaban a punto de hartarse de ella. En esos momentos anunciaba que ya había acordado trasladarse hacia la otra casa en un par de días y había evitado el desastre que para ella hubiera sido tener que regresar a su propia casa. Como no carecía en absoluto de recursos, también ya se había refugiado media docena de veces en las casas de una de las muchas amistades que tenía regadas por todo el país y en la madre patria España.

Yadra Arteaga era la hija de una pareja de españoles que habían emigrado a México durante la Guerra Civil cuando en el pueblo donde vivían la situación se había vuelto insostenible para su entonces joven padre. La pareja se había establecido en Monterrey y fundado una bien surtida ferretería que en el pleno auge industrial de la ciudad pronto había prosperado y convertido en una de las mejores casas de la Sultana del Norte.

La mujer, criada en un ambiente de prosperidad que le había abierto la puerta a la alta sociedad, se había casado, a la para su época inusual edad de treinta y cuatro años con el empresario Ciro Pedrero interrumpiendo así el intento de convertirse en pianista concertina después de varios años de estudio en varios conservatorios de Europa.

Nunca se había arrepentido de cambiar el papel de concertista por el de madre y ama de casa, ya que en el fondo Yadra siempre había sido lo suficientemente honesta consigo misma que no iba a poder destacar realmente en el mundo internacional del arte. Si bien adoraba el piano y disfrutaba enormemente tocarlo, el verdadero virtuosismo con el instrumento no la había alcanzado nunca. En compensación apreciaba ahora ese algo que le había faltado en su nieta y se había puesto como última meta en la vida llevar a la niña a ese mundo al que ella no había logrado entrar.

Ese proyecto, sin embargo, por ahora nuevamente tenía que esperar unos meses. Unos días atrás su nuera ya había mostrado los primeros síntomas de incomodidad por su presencia y Yadra como siempre empacó sus maletas.

Cuando sonó el claxon del taxi, los empleados de la casa rápidamente transportaron su equipaje hacia el vehículo y Yadra sin mediar palabra lo abordó para dirigirse a su nuevo destino.


Todavía hay Balames


"¡Es la mujer más hermosa que he visto en mi vida!," exclamó K'uk cuando salieron de la casa.

"¿Quién lo hubiera pensado, de ti, creíamos que eras de palo?," contestó Ak entre risas.

"¿Crees qué algún día me pueda hacer caso?"

"No te quiero hacer muchas esperanzas, pero se sabe de algunas mujeres que han terminado por casarse con alguno de los nuestros. Ha sucedido entre los lacandones. Pero todas han sido extranjeras. Gringas, creo."

"Bueno, para empezar tenemos que esforzarnos por cumplir con nuestra encomienda. No te parece fabuloso que hasta un chofer nos dio, cuñado."

"No uses esa palabra todavía que se me sala."

Los jóvenes mayas se dirigieron a la vivienda de Ramiro Balam quien les había dado hospedaje mientras trabajaran en Palenque para empacar sus pocas pertenencias. Estaban dispuestos a ponerse en camino ese mismo día. Todavía era temprano y seguramente podrían llegar por lo menos a su pueblo para hablar con doña Eulalia, la curandera, y ésta seguramente les ayudaría a localizar a otros curanderos y gente sabias.

Mientras salían, Sofía se quedó viendo la puerta que se había cerrado detrás de los mayas. Luego se dirigió a los gemelos:

"Me pareció que K'uk tiene algo especial"

"¿A parte de que te miraba como si fueras una visión?," preguntó Azalea.

"Últimamente me parece que muchos lo han estado haciendo," le contestó Sofía con una risa, "pero no me refiero a eso."

"¿Crees que sea algo relacionado con lo del otro día?," dijo Atabulo, sin querer que la abuela y Gloria se dieran cuenta de que estaba hablando.

"No creo que sea tan fácil resolver el acertijo," replicó Sofía pensativa.

Los jóvenes guardaron silencio mientras las mujeres mayores se levantaban. Gloria tomó la charola central diciendo para sí:

"Si vuelven a invitar a ese par voy a tener que comprar más miel."

"¿Qué dijiste, Gloria?," preguntó Sofía alarmada.

"Sólo que voy a tener que comprar más miel."

"¿Quién de ellos dos comió más miel?"

"Me parece que fue K'uk," contestó Azalea, quien había sido la que estaba sentada más cerca del joven maya.

"Gloria, a partir de hoy vas a tener que tener miel en la mesa en todas las comidas," ordenó Sofía.

"¿Uno de tus misterios?,"

"El mejor de todos y la razón por la que estoy aquí," contestó Sofía llevándose a los gemelos hacia el patio.


K'uk y Ak no necesitaron mucho tiempo para localizar al chofer y subirse al jeep del INAH para dirigirse a su pueblo. El chofer era un hombre enjuto acostumbrado a recibir órdenes y guardó para si su extrañeza sobre las recibidas. Si iba a tener que conducir para esos dos jóvenes mayas era lo mismo para el que conducir para cualquier otro. Solo cuando comenzaron a adentrarse en los pésimos caminos de terracería que llevaban de la carretera principal al pueblo de los jóvenes abrió la boca para preguntar por la distancia solo para verificar si la gasolina que traía en el tanque era suficiente para cubrir el trayecto.

Como de costumbre, la fila de personas que buscaban ser atendidas por doña Eulalia, la curandera del pueblo era bastante larga. Por suerte para los jóvenes, en el primer sitio de la cola estaba una compañera de la escuela de ambos por lo que rápidamente la convencieron de que les cediera su lugar al platicarle la importancia de su encomienda y no tuvieron que esperar más de unos minutos para pasar a la choza donde la curandera atendía a su gente.

"¿Los hacía en Palenque, con Ramiro?," los saludó la vieja quien, a parte de encargarse de la salud de los habitantes del pueblo, era una especie de central de información. No había prácticamente nada ni nadie a quien la mujer no conociera, hubiera atendido en algún malestar o hubiera ayudado a nacer en su calidad de partera del pueblo. Doña Eulalia era una de esas mujeres de las que difícilmente se podía decir la edad. Sus facciones eran las de una anciana, pero la agilidad de su cuerpo, la fuerza de su voz y sus manos decían algo completamente diferente. Era la persona más respetada y conocida del pueblo, y ni siquiera las autoridades del municipio o del estado podían hacer cosa alguna si no contaba con su visto bueno.

"Nuestra visita es por lo mismo, doña Eulalia," le dijo Ak a quien correspondía hablar primero por ser un poco mayor que K'uk.

"No ha enviado la directora de la excavación porque no saben cómo interpretar un tablero que acaban de descubrir en Palenque. Nos ha pedido que fuéramos con los sabios mayas para que le ayudemos."

"La directora de la excavación, dices."

"Si, doña Eulalia, se llama Sofía, es hija de la vieja directora, doña Inés, fue ella en realidad que hizo el descubrimiento pero se murió hace unas semanas y ahora su hija es la que dirige la excavación," dijo K'uk con la emoción marcada en la voz y los ojos.

"Ha, ¿y por qué no ha venido ella personalmente a preguntar?"

"No sé, pienso que por respeto a los mayas le pidió a dos mayas, que somos nosotros que lo hiciéramos por ella."

"¿Te has enamorado de ella?"

K'uk, a quien iban dirigidas esas palabras se puso rojo y bajó la vista. La curandera tomó un huevo del anaquel y se lo pasó por el cuerpo. Luego lo rompió en un vaso con agua y estudió las extrañas formas que generaba la albumina en el agua.

"Sufrirás mucho por ese amor, muchacho, pero no permitas que nada ajeno a ti intervenga. Ahora no lo comprendes todavía pero esa mujer y tu estarán relacionados por mucho tiempo. Tú tendrás que alimentar a una diosa en ella. Ese es tu papel. No es el papel de marido. Es el de un sacerdote. Pero ese amor que sientes te ayudará para hacer tu trabajo."

"¿Es una diosa?," preguntó Ak asombrado.

"No, tonto, claro que no es una diosa. Pero tiene a las diosas dentro de ella. Y como tiene a las diosas dentro de ella será mejor que se empeñen en ayudarla. Yo no sé de las viejas profecías. Tu abuela, que me enseñó todo lo que sé, todavía las conocía, pero yo no quise aprenderlas. Además, las profecías entre nosotros siguen siendo cosas de varones, son cosas de los Balames."

"Si no es con usted, doña Eulalia, ¿con quién tenemos que ir?"

"Bueno, todavía hay varios Balames vivos que siguen conociendo las viejas formas. Pero a los Balames uno no los busca, ellos lo buscan a uno."

"Y eso como podemos hacerlo si hay prisa," se desesperó K'uk.

"Nunca hay prisa para nada, jovencito, eso lo debes de saber desde siempre. Las cosas son cuando son. Pero entiendo tu sentimiento y puede ser que las cosas que deben ser se den más pronto de lo que muchos quisiéramos o que los tiempos ya sean los que deben de ser. Les aconsejo que vayan a San Cristóbal. En unos días estarán allá muchos de los nuestros. Hay una reunión con el señor obispo para ver cómo se pueden hacer algunas cosas en el futuro. Quieren ampliar lo de los zapatistas en otros lados. Les recomiendo que vayan de regreso a Palenque e inviten a esa mujer tuya para que también vaya con ustedes. Si uno o dos de los Balames la ven, quizá le ayuden. A ustedes dos solos, no estoy segura que puedan lograr algo. Y ahora fuera de aquí que tengo que seguir atendiendo a mi gente."


El médico


A lo largo de toda su trayectoria profesional, el doctor Rafael Guevara había pasado por toda una gama de experiencias diferentes que le habían llevado a conocer la medicina desde muchos ángulos diferentes. Recién salido de la carrera había optado por hacer su Servicio Social en una pequeña comunidad rural donde había atendido a sus pacientes en una pequeña clínica que si bien contaba con lo indispensable para tratar enfermedades menores, había carecido de todo aquello que en la medicina se necesitaba para tratamientos de enfermedades más complejas, luego había laborado en un hospital particular como cirujano general en la sección de emergencias, en su tiempo libre había sido rescatista voluntario de la Cruz Roja y además había obtenido cuatro especialidades diferentes. Después de muchos años de acumulación de conocimientos y experiencia, se había sentido cada vez más desesperado por las carencias de su arte y se había acercado a la vida académica pensando que esta le ofrecería la posibilidad de encontrar respuestas. No había sido así.

El primer problema grave de la medicina a su juicio era que toda la farmacología, e incluso la cirugía se concebía con una carga negativa. Los analgésicos eran contra el dolor, los antiinflamatorios contra las inflamaciones, los antibióticos contra los virus y bacterias, y así sucesivamente. Una y otra vez se había dado cuenta que, amén de sus costos, todos estos medicamentos "contra algo" aliviaban una cosa pero generaban latosos efectos secundarios, muchas veces en plazos tan largos que la asociación con el fármaco no se lograba establecer sino después de muchos y costosos estudios por cuya realización ninguno de sus colegas se preocupaba.

En las soluciones negativas que concebía la cirugía, por el otro lado contemplaba con espanto que la medicina se encarecía cada vez más hasta dejar en la pobreza a cualquiera que no contara con un seguro médico. La tecnología médica era costosísima y financiable solamente por las instituciones hospitalarias más grandes. Un hospital no era financiable sin los esfuerzos aunados de mucha gente, en su mayoría médicos que buscaban mejores condiciones de trabajo que terminaban amortizando sus inversiones con la elevación de sus costos de consulta, cirugías y hasta cobran sumas estratosféricas y desproporcionadas en los estacionamientos de los hospitales. La tecnología médica estaba accesible a los que tenían o mucho dinero o el aguante suficiente de esperar semanas y meses para obtener un espacio en las saturadas salas de operación del sector público.

Un segundo problema grave era que médico y paciente hablaban lenguajes tan diferentes que ni siquiera palabras, tan simples y cotidianas, como "dolor", "jaqueca" o la diferencia entre una tableta y una gragea permitían el entendimiento necesario para el proceso curativo. Los pacientes hablaban el español de la calle, los médicos el griego académicos. Un paciente hablaba de dolor de panza o estómago si tenía un lenguaje un poco más refinado, el médico siempre traducía esos padecimientos en una "itis" y nunca se preocupaba de regresar la traducción al lenguaje del paciente. Las caras de "qué me dijo…" eran lo más frecuente en los pacientes que salían del consultorio y, evidentemente eso no contribuía al efecto deseado del tratamiento que por no haber identificación casi nunca se seguía al pié de la letra. Por lo mismo, muchos de sus pacientes peregrinaban de un médico a otro, visitaban especialistas, las salas de emergencia de los hospitales o terminaban en manos de charlatanes que, aunque siempre altamente recomendados, terminaban por derramar la gota que los llevaba a la tumba. Todo ello por una simple falta de comunicación de origen. Para Rafael estaba claro, y hacía esfuerzos sobrehumanos para lograrlos, que sus pacientes tenían que generar una identificación entre padecimiento, medicamento y el proceso de curación o este último no se daba casi nunca. El llamado efecto placebo era importantísimo y no había sido estudiado con la debida atención más que en el sentido de comprobar la utilidad de un medicamento. Mientras la medicina no se preocupara seriamente por la psicología que motivaba y enfermaba a los pacientes se quedaría estancada sin remedio.

La parte psicológica llevaba al tercer punto de reflexión. Era evidente que en la medicina académica, influida hasta la fecha por el modelo mecanicista desarrollado inicialmente por la triada de pensadores conformada por Descartes, Bacon y Newton, había logrado convertir la contemplación de la enfermedad como una "simple" falla en el complejo mecanismo de relojería que era el cuerpo. Esta aproximación teórica, que no del todo real, había generado que los médicos optaran por ser cada vez más especialistas sobre algún engranaje más o menos complejo de la maquinaria corporal. En vez de que dentro de la medicina se generaran enfoques que contemplaran al ser humano como un todo, aunque este siguiera siendo una complicada máquina, surgían cada vez más especialidades que se concentraban en el estudio, y la curación, de un engrane más recién descubierto o cuyo abordaje terapéutico era de reciente inclusión en las esferas de los investigadores.

Las grandes preguntas de la medicina, ante todo esto, seguían sin contestar. Ningún médico se atrevía seriamente a hablar sobre que es la vida, que es una enfermedad y peor aún, que es la sanación. Lo que estaba de moda era el reduccionismo y la eliminación de síntomas. La calidad de vida y salud en el ser humano estaba cada vez más mermada y hoy en día, sobre todo en los ambientes urbanos que generan más presión sobre el individuo, la aparición de nuevos retos y nuevas enfermedades representaba cada vez mayores retos y enigmas. Por el otro lado la contribución de la medicina para aumentar la longevidad y evitar la mortandad infantil, generaba toda una serie de problemáticas sociales que eran casi imposibles de resolver. La medicina como ciencia había hecho progresos espectaculares en los últimos doscientos cincuenta años, eso era indudable, pero si no se generaban cambios profundos en las formas de cómo enfocar la salud, apreciar y entender la vida y otros elementos, esa misma medicina tan exitosa durante dos siglos se estaba aproximando a sus límites a pasos agigantados.

El doctor Guevara desde hacía años se había dado cuenta que en la medicina había un algo que estaba terriblemente mal pero no había atinado en detectar que era, hasta que, después de varios años de padecer su profesión más que disfrutarla por ver en ella un beneficio real para la gente, un colega lo había invitado y se había decidido a tomar un diplomado de medicina tradicional china.

En este diplomado, auspiciado por una universidad privada, a diferencia de otros, había tenido la suerte de contar con una variedad de instructores que en todos los casos o bien eran chinos o se habían especializado en China y hablaban y comprendían su cultura y ese elemento fue fundamental para que Rafael por fin comprendiera la esencia de su malestar médico.

Durante el curso, al entender el ancestral principio chino del Ying y el Yang y como su flujo, dinamismo e intercambio determinaba al mundo y su equilibrio en un sistema dinámico en el que ninguna de las dos fuerzas podía predominar sino solamente complementarse se había dado cuenta, auxiliado por la enseñanza genuina de los instructores, que las traducciones occidentales de la antigua tradición china habían sido tergiversadas por la influencia de los sistemas de creencia patriarcales imperantes. Así, por ejemplo, para los occidentales era natural pensar el la fuerza del Ying como algo pasivo y negativo, y, al estar asociado a la mujer, perpetuar la idea de la maldad de lo femenino. Sin embargo, la verdadera traducción de la pasividad del Ying no tenía en absoluto implicaciones negativas, aun más, la dicotomía del bien y el mal no existía en la antigua conceptualización china. La pasividad en el sentido original del término significaba más bien permitir que las fuerzas dinámicas de la naturaleza operaran sin que mediara la resistencia de la actividad del yang que era impulsiva y tiene implícita la tendencia a la auto afirmación. Esto le recordó a las "recetas de la abuela" que decían que cosas tales como el reposo, el influyo natural de los elementos y las hierbas cosechadas en las horas ying de la noche eran buenos remedios.

Por el otro lado, también se había dado cuenta que la medicina, tal y como la conocía era una disciplina totalmente yang. La ciencia misma y la idiosincrasia occidental que la había generado era yang y a lo largo de milenios había discriminado y desequilibrado completamente las fuerzas del ying en el mundo. Esa fuerza yang predominante había generado un enfoque totalmente parcializado de la salud. Al individuo no solo no se le consideraba como un cuerpo completo, sino incluso como un algo totalmente aislado de su entorno social, cultural y ecológico.

En el momento de darse cuenta de esas sencillas reglas, Rafael había comenzado a profundizar cada vez más en los aspectos holísticos de los pacientes a quienes trataba intentado valorar todos aquellos aspectos que en la medicina académica convencional rara vez se contemplaban y conforme iba acumulando casos, datos y experiencia su preocupación por la salud individual, social y ecológica se iba incrementando.

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